Blair y Sarkozy
Blair llegó al famoso número 10 de Downing Street cargado con las armas del nuevo laborismo. Sus armas resultaron mucho más eficientes que las del resto de las economías europeas durante los 10 años que ha sido primer ministro. Quizá ya nadie lo recuerde, pero al anunciar su ambicioso programa del Estado de Bienestar del siglo XXI, propuso "trabajo para los que puedan trabajar" y "seguridad para aquellos que no pueden". Una economía robusta es la condición indispensable para tener una política social eficaz, y no al revés, fue su divisa fundamental. La excluyente economía de la dama de hierro sería mejorada en eficiencia y en justicia social.
Con medidas no exentas de autoritarismo, Blair desplegó un programa enérgico, de disciplina laboral, al tiempo que triplicaba su gasto en ciencia y tecnología; en su momento, por supuesto, produjo conflictos con la juventud, al exigir que todos los estudiantes contribuyeran con una parte del costo de su formación, de la que vivirían toda su vida. Se negó a mantener abiertos los centros educativos de nivel superior ineficientes.
En no mucho tiempo el ingreso per cápita de Inglaterra había rebasado al de Francia y al de Alemania. El número de jóvenes que hoy cursan estudios superiores aumentó considerablemente; 2 millones de personas salieron del estado de pobreza, y mejoraron en general la educación y la salud.
Llevó la paz a Irlanda, que se convertiría en una de las economías más dinámicas del mundo. Desposeyó de su escaño en la Cámara de los Lores a cientos de zánganos que lo poseían por herencia. Trabajó en favor de la autonomía de Escocia y Gales. Promovió los derechos de las mujeres. Lo propio hizo en el caso de los gays. Hace unos días, al anunciar su retiro, dijo, seguramente pensando en sí mismo, con petulante patriotismo: "los británicos somos especiales". Y al referirse a algunos momentos de su política exterior, expresó en términos típicamente imperialistas, que su política había dado los frutos necesarios en los casos de Bosnia, Kosovo, Sierra Leona y, en los primeros tiempos, en Afganistán. Y pidió perdón si es que se había equivocado en el caso de Irak.
El caso de Irak se convirtió en un inmenso y espeso mar de ignominia que cayó sobre él al asociarse sin más y basado en mentiras flagrantes con el adocenado del norte. De tal magnitud fue el peso de sus decisiones respecto del "terrorismo internacional", inventado en su magnitud por los halcones gobernantes gringos, que logró (junto con Bush) acrecerlo con unas tan torpes decisiones que, a la postre, hubo de despedirse y de lograr que el mundo olvidara lo mucho que sí hizo por buscar y en su caso encontrar una vía que modernizara el Estado de bienestar con una economía altamente competitiva. Inglaterra se volvió más socialdemócrata con el arte de saber cómo se maneja al mercado, y cómo no el mercado maneja a la sociedad. En el Reino Unido, hoy alrededor de 75 por ciento de la población activa tiene trabajo, una cifra muy superior al 64 por ciento de la media de la Unión Europea.
En tanto, la vieja Francia se quedó con su antiguo fordcito de crank. Su antiguo y noble Estado de Bienestar a fines de los años 60 había creado un Ministerio llamado de la Calidad de la Vida. Según esta idea la vida material estaba básicamente resuelta. Se trataba entonces de gente reunida en un ministerio dedicada a pensar cómo llevar una vida mejor el día con día: le plaisir. Todo mundo a la hamaca.
Pero vino la crisis mundial de principios de la década de los 70, y ese proyecto se fue al traste. Detrás de la crisis vino la nueva ola de globalización, la revolución tecnológica en el estadunidense corazón del capitalismo y el monstruo de la competencia internacional se puso enfurecidamente de pie. Francia se estancó; no sólo eso, mientras Inglaterra avanzaba, nuevas "conquistas históricas" de grupos diversos paralizaron al Estado francés. La quinta economía del mundo por su PIB per cápita cayó hasta el sitio 16. Hasta que la mayoría de los franceses decidió que era tiempo de darle el espacio a quien hablaba con una energía similar al Blair de sus campañas iniciales.
Las lucubraciones de Sarkozy, según dicen algunos trascendidos europeos, incluyen la sucia jugarreta de mandar a armar o a provocar el número y la intensidad de los desmanes y protestas juveniles en las banlieues, para poder contrastar con mayor fuerza su discurso sobre el relajamiento social ocurrido después del 68: él pondría orden en todo esto.
De otra parte, en la primera vuelta Ségolène Royal había dicho que adoptaría el modelo de Blair para la economía, pero, además de las eternas divisiones de las izquierdas, los medios descubrieron que Ségolène tenía un gran desconocimiento del tal modelo. A nivel del sufragio, Francia quedó divida. Está por verse cuánto puede Sarkozy moverse hacia el centro político, y si resulta eficaz: Blair sí le cree.