El caso Ascensión no debe cerrarse
Si no fuese porque se trata de la muerte de un ser humano, la historia de torpezas, de mentiras, de impunidad y de encubrimientos en torno a las causas del fallecimiento de la indígena Ernestina Ascensión podría ser material inagotable para los amantes del absurdo.
Para los deudos de Ernestina el problema es triple: el asesinato de su madre, la grosera e intocable impunidad con la que se ha manejado el caso y el fin de su privacidad. Para los que escribimos, "desde lejos", el problema es doble: el nuevo gobierno mexicano no respeta a la opinión pública y poco le preocupan los derechos humanos. Para el gobierno el problema es que no hay problema: han decidido enterrar a Ernestina en los sótanos de la impunidad.
Por esas razones, y ante la perspectiva de que el caso Ascensión sea la tónica que prevalecerá en este sexenio, es imprescindible seguir escribiendo sobre la muerte -¿asesinato?- de la indígena. No obstante que los medios de comunicación cuestionaron, y siguen cuestionando las actitudes y las opiniones de los políticos implicados, poco se consiguió: dentro del propio gobierno los "más poderosos" decidieron meter a todos sus subordinados al redil con tal de unificar ideas, a pesar de las grotescas contradicciones y mentiras que tuvieron que espetar para "cerrar el caso".
Esa actitud es también una muestra de los métodos que se utilizarán en el sexenio. Del caso Ascensión se desprende que es válido sacrificar la verdad con tal de unificar, que para proteger a las instituciones gubernamentales es permitido despreciar hasta donde sea necesario el sentir de la opinión pública, que los miembros del gobierno deben desdecirse, a pesar de que se deteriore su imagen, para así preservar la unidad y que los derechos humanos no serán prioridad en los tiempos por venir. El mensaje es claro: no hay espacio ni respeto por el disenso.
No recreo nuevamente las historias de lo sucedido en Zongolica porque son del dominio público (en la revista Proceso del 6 de mayo Miguel Angel Granados Chapa escribe un excelente resumen de los acontecimientos). Baste resaltar el hecho de que el cuerpo fue exhumado y sometido a una segunda necropsia, evento, por demás, poco común en la práctica de la medicina legal; ese ejercicio denota las incertidumbres de los implicados y el afán por demostrar lo que ellos necesitaban demostrar. Agrego que aun cuando desconozco las cifras oficiales, no creo que en México se efectúen anualmente más de dos o tres dobles autopsias. Huelga decir que la segunda autopsia no sólo no convenció, sino que fue en detrimento de la verdad: de nada sirvieron las conclusiones a las que se llegó después del procedimiento.
Es difícil recordar en el pasado reciente situaciones similares al caso Ascención. En esta ocasión, el cúmulo de contradicciones y mentiras dentro del circuito gubernamental rebasa lo permisible y cuartea el edificio ético que debe sostener su credibilidad. Después de la muerte de la indígena -26 de febrero-, el problema fundamental para la sociedad radica en cómo confrontar el desprecio hacia la verdad de nuestros jerarcas, conducta que, por supuesto, traduce el profundo menosprecio hacia sus ciudadanos.
El daño moral emanado del caso Ascensión es inmenso. Resulta incomprensible que nuestros gobernantes hayan preferido sacrificar la verdad con tal de "no manchar" sus instituciones. Se requiere inteligencia y astucia para saber mentir por tiempos prolongados, cualidad poco común en nuestros jerarcas. Cuando se repasa lo dicho por las autoridades implicadas no sólo se advierten contradicciones que por obvias resultan sandeces, sino que se hace evidente la falta de respeto y la magra comunicación que impera entre ellos.
Se nota también que la mentira los fue superando poco a poco y que el carpetazo fue la única solución que les quedó para no incurrir en más errores y para no incluir a otros dignatarios (bastan inter alia, el Presidente, el secretario de Gobernación, el gobernador de Veracruz, el presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos... etcétera).
La historia de la muerte de Ernestina Ascensión es una historia de desprecio. De desprecio hacia la vida. De desprecio hacia los deudos. De desprecio a quienes atestiguamos los sainetes de nuestros jerarcas. De desprecio por la verdad.
Imposible respetar a quien infringe la verdad. Imposible confiar en quien la pisotea. El caso Ascensión es parteaguas de la política del desdén como parte de la política del gobierno de Felipe Calderón.