Los pelones de azul y el PVC
Conocido coloquialmente como PVC, el cloruro de polivinilo es un polímero termoplástico que resulta de su polimerización. Es resistente a la presión y al calor, y en su forma rígida, el PVC es utilizado, sobre todo, para la fabricación de tuberías, ámbito en el que prácticamente ha desplazado a los de metal.
Después de este breviario químico-industrial, del que me siento particularmente orgulloso, procedo a comentar que el PVC es la materia prima de la que están hechos los instrumentos musicales que tocan los tres integrantes de un extraño conjunto denominado Blue Man Group, de reciente presencia en el Auditorio Nacional.
En efecto, una de las gracias principales de los tres pelones con el cráneo cubierto de vinilo azul que forman el grupo es la de tocar (con bastante eficiencia, por cierto) unos extraños y complejos teclados fabricados de PVC, asunto que los coloca de manera automática en alguna vertiente estética posindustrial o algo por el estilo. Si el espectáculo del Blue Man Group no fuera más allá de las ejecuciones sobre estos plasticófonos polivinílicos metamórficos (qué me dura la nomenclatura de los instrumentos de Johann Sebastian Mastropiero) probablemente agotaría su interés más o menos pronto, a pesar de que se trata sin duda de los sonidos más interesantes producidos en el escenario durante la actuación de los pelones de azul. Sin embargo, el atractivo del grupo va más allá de su oferta musical específica, y su verdadero valor está por el lado del performance.
El espectáculo del Blue Man Group, denominado Cómo ser una megaestrella, es una feroz sátira enderezada básicamente contra el rock (aunque puede ser extrapolada a otros géneros), en la que no queda títere con cabeza. Presentado como un manual para el éxito instantáneo en el ámbito del rock, el espectáculo hace pedazos a las falsas estrellas cuyos resultados musicales son básicamente producto de la manipulación tecnológica y mediática.
Una vez establecido el pitorreo abierto de las supuestas estrellas, los integrantes de Blue Man Group, entre tocada y tocada, proceden a destruir a la otra mitad del fenómeno roquero-mediático: el público. Hábiles manipuladores de la masa (y ayudados por un interesante despliegue de tecnología audiovisual), dedican buena parte de su tiempo a hacer que el público repita mecánicamente el ritual completo de la gestualidad típica de un concierto de rock, para exhibir una verdad contundente: por mucho que se haga alarde de la ''libertad absoluta" que supuestamente anima a una tocada rocquera, lo cierto es que se trata de un ritual perfectamente establecido, en el que cada gesto, cada movimiento, cada grito y cada ola están perfectamente sistematizados y se han hecho costumbre.
Así, el divertido y contundente mensaje transmitido por este trío de azulosos y brillosos performanceros queda claro: en efecto, cualquiera puede llegar a ser una megaestrella del rock (o del pop, o del hip-hop, o del reggaetón) si cuenta con la parafernalia tecnológica y mediática necesaria.
De ahí que, en medio de la chunga y las carcajadas, sea perfectamente posible tomar muy en serio lo que propone el Blue Man Group, en el entendido de que es evidente que el ámbito de la música popular contemporánea está habitado, mayoritariamente, por falsas estrellas, fabricadas por sus agentes publicitarios y sustentadas por una cantidad apabullante de aparatos y decibeles.
A propósito de decibeles, se hace necesario mencionar que el Blue Man Group se presentó acompañado por una banda que resultó un ejemplo puntual de aquello que se satiriza en el espectáculo. Músicos medianamente competentes, se dedicaron durante toda la noche a impedir que el público pudiera oír a los pelones de azul tocar sus tubos de PVC, con la complicidad de su ingeniero de sonido, un tipo evidentemente sordo que entre otras lacras resulta que nunca aprendió una de las primeras lecciones del taller de sonorización y grabación: balancear y ecualizar la voz humana.
El resultado neto es la confirmación de que no hay espectáculo en el mundo que requiera ser oído a semejante volumen y con semejante distorsión... ni siquiera el hipotético espectáculo de la más grande megaestrella del rock.
El caso es que el público de esa noche salió (además de totalmente ensordecido) completamente feliz por haber participado en ese ensayo de fabricación de megaestrellas (en PVC o en cualquier otro material) y con poca conciencia de haber sido ferozmente manipulado durante un par de horas. O sea, éxito total para los pelones de azul y su PVC.