Usted está aquí: domingo 20 de mayo de 2007 Opinión Eje Central

Eje Central

Cristina Pacheco

Los tesoros del mar

El estruendo de las máquinas inunda el taller donde se fabrican bolsas, gorras y mochilas. En las paredes salitrosas se exhiben muestrarios de las telas y las figuras que decoran los productos Mer-Ger. El futuro de la marca es tan incierto como la relación entre Mercedes y Germán.

Hace 13 años, cuando decidieron unir sus vidas y sus nombres para dar identidad al sueño realizado de tener un negocio propio, trabajaban en la misma mesa por el gusto de mantenerse cerca. Ahora Mercedes está frente a la máquina, al otro lado del taller, y Germán en el área de empaques, junto a la ventana desde donde puede mirar la calle. Esa breve distancia simboliza el deterioro de una relación convertida en trampa de la que ambos quieren salir.

Al cabo de los años también ha habido cambios entre el personal del taller. De los ocho fundadores sobreviven cuatro: Anselmo, Tobías, Esteban y Librado, a quien por su delgadez apodan La Parca. Cuando Mercedes y Germán salen a comprar material o a repartir la mercancía, los trabajadores se lamentan por no haber abandonado la empresa desde que empezó a dar señales de fracaso.

Todos culpan a sus patrones de la mala situación, juran que no se irán con las manos vacías cuando Mer-Ger termine de asfixiarse entre los productos chinos que los tienen sitiados, y se amargan pensando si cobrarán la raya de la semana.

Ese peligro los enmudece. En cuanto Mercedes y Germán regresan, en el taller vuelven a escucharse los rumores de las máquinas, las tijeras, las telas, los papeles y la música que sale del radio sintonizado en la misma estación desde hace mucho tiempo. Como siempre que escucha su bolero predilecto, Caminos de ayer, La Parca dice entre suspiros y el humo del cigarro que cuelga de sus labios: "Ni siquiera recuerdos".

II

Don Celso, el voceador, se acerca a la ventana del taller: "¿Le dejo su periódico? Está muy bueno". Germán le responde sin levantar los ojos: "No. Ya me cansé de que todos saquen lo mismo: balaceras, asaltos, secuestros, levantones, decapitados, pleitos de políticos y promesas de que ahora sí van a librarnos de la pinche crisis".

Celso introduce un ejemplar del periódico por entre los barrotes: "Ahora trae lo de un tesoro que encontraron en el mar. ¿A poco no lo sabe? Anoche lo dijo Joaquín en las noticias". Mercedes aprovecha para descargar su rencor hacia Germán: "A menos que sea de viejas, éste no se entera de nada". La Parca desiste de encender otro cigarro y se lo pone en la oreja: "Yo escuché algo, pero creí que era publicidad de una película. ¿De qué se trata, don Celso?"

Animado por el interés que despertó, don Celso entra en el taller: "De que hallaron en el mar un barco hundido con 17 toneladas de monedas de oro y plata. Híjole, nomás de imaginármelo se me hace agua la boca". "A usté lo que se le hace agua es la canoa".

Habituado a las bromas de Esteban, el voceador asienta el periódico en la mesa y golpea con el índice la fotografía que ilustra la noticia: "Allí están los cofres, todos llenos de monedas".

Ante la imagen del hallazgo, los trabajadores parecen hechizados: "Tenían que ser extranjeros los que encontraron esa lana", dice Anselmo, con su habitual inconformidad. "Lógico. Ellos son los que tienen para hacer las investigaciones y meterse en los hundimientos", agrega Tobías. "¡Ya habló el sabelotodo!", murmura Anselmo fastidiado. "A las investigaciones hay que meterles mucha feria, porque si no nomás no..."

La Parca al fin enciende su cigarro: "Chingao, mientras aquellos sacan del mar toneladas de oro y plata, nosotros ni siquiera logramos sacar el lirio acuático de Xochimilco". "Qué se me hace que usted es medio malinchista", deduce Esteban.

Mercedes aparta a los trabajadores, toma el periódico y lee en voz alta: "Hallan millonario tesoro en el Atlántico. Rescata compañía estadunidense cientos de miles de monedas de oro y plata". Anselmo la interrumpe: "¿No se lo dije? Fueron los gringos".

Germán le arrebata el diario a Mercedes y analiza la foto del hombre y la mujer que clasifican las cajas de monedas: "¿Estos van a quedarse con el tesoro?" "Pues si son ellos no se ven como muy contentos; más bien parecen preocupadones".

Esteban se rasca la barbilla: "Lo comprendo: a como está la inseguridad, van a perseguirlos un montón de cabrones para bajarles la lana". Sacudido por un acceso de tos, La Parca levanta la mano: "Aquí la cosa es saber si esas monedas sirven". En medio de las burlas se impone la voz de Germán: "¡Qué pregunta! ¡Claro que sirven! Son de oro y plata, no piedrólares".

La Parca se defiende: "Pero son monedas antiguas, señor, an-ti-guas". Mercedes sonríe conciliadora: "Ya entendí lo que la Parquita quiso decir..." "Uta, Parca, ¿desde cuándo tienes vocera?" Mercedes mira con severidad a Germán: "Por favor, déjame terminar, ¿sí? Sus dudas me parecen muy lógicas. El dinero del tesoro no es de nuestros tiempos, así que no van a recibir esos tostones en las tiendas". "El dinero se acuña, no se hace", aclara Tobías, sin que nadie le preste atención.

Anselmo se quita los lentes y los observa a contraluz: "Para eso están los bancos o las casas de bolsa. Además, no sé si habrá alguna institución con tanta feria como para cambiarles 17 toneladas de oro y plata". Esteban levanta los hombros: "Los narcos... Esos van a ser los ganones, y si no, de mí se acuerdan". Mercedes se inclina sobre el hombro de Germán: "¿Y por qué los narcos?" El le responde, con una sonrisa displicente: "Gordita, eso hasta un niño lo sabe: porque ellos tienen todo el dinero del mundo".

Don Celso escucha un grito: "Me busca mi nieto. ¿Les dejo el periódico?" Germán se mete la mano al bolsillo: "No traigo cambio. Mercedes, si tienes 10 pesos, págale". "Yo tampoco tengo, ¿o a poco crees que me encontré un tesoro?" "No se apuren, al rato paso, y si no mañana me pagan". Celso corre hacia la puerta y en seguida vuelve a oírse su pregón: "Un inmenso tesoro..."

III

Es mediodía. Por primera vez en el taller no se escuchan la música ni el sonido de los motores. Todos observan a Germán, quien por segunda ocasión lee la noticia: "La compañía se negó a revelar el sitio del hallazgo, el nombre del barco hundido o el año del naufragio, porque aún no están seguros de cuál es. Sólo precisó que el tesoro fue recuperado en el océano Atlántico..."

Germán no disimula su impaciencia cuando lo interrumpe Mercedes: "¿Dónde queda eso? El Atlántico". "Es un océano", le informa Tobías. "Ya me lo imaginaba. ¿Dónde está?" Espera una respuesta, pero sólo oye la indicación de La Parca: "Luego lo estudia. Ahorita deje que Germán siga leyendo".

Mercedes va a sentarse al lado de su esposo. Le gusta ver de reojo el periódico que él tiene entre las manos, tal como hacía, antes de que se casaran, cuando se encontraban de casualidad en el microbús y él iba leyendo el Ovaciones. "El naufragio está hundido a 100 metros de profundidad, distante 64 kilómetros de..." "¿Dónde?", lo presiona Anselmo. "¡Qué prisa! ¿Piensas ir a buscarlo, o qué?" "No, sólo quiero saberlo. A ver, présteme el periódico. Aquí dice que en Land's End, la parte más occidental de Inglaterra".

Todos se miran desconcertados y Mercedes pide una aclaración: "Ay, Anselmo, eso está medio reborrujado, ¿no se le hace? ¿O usté qué opina, Tobías?" "Pues que lo explican así precisamente por seguridad, si no al rato medio mundo querrá ir a meter mano".

Germán recupera el periódico y continúa la lectura... Cuando termina dobla el diario y lo deja sobre la mesa: "Con estas cosas como que se queda uno pensando". Mercedes le toca el brazo: "¿En qué?" El la mira con cierta ternura: "Pues en lo que haría uno, que no tiene un centavo, con tanto dinero. Yo no sé..."

Anselmo toma la botella de refresco y, como es su costumbre, lo mira a contraluz: "Pues yo sí: por lo pronto cubrir todas mis deudas y luego, ya bien tranquilo, me iría por el mundo para volver a morir en mi tierra". "¿Y usted, Esteban?" El hombre se mete las manos en los bolsillos: "Poner un negocio grandísimo, de pura computación, y con mis ganancias, dedicarme a estudiar idiomas. Tobías, ¿qué nos dice?" "¿Para qué pienso en eso? Mejor que se lo diga Librado".

La Parca se vuelve hacia la repisa donde está el radio: "Llamaría a los científicos más chingones del mundo para que con todos sus conocimientos me regresaran a 1953. En ese año nací. Quien quite y en un segundo chance me toca una vida distinta. Me conformo con que sea un poquito mejor". Estira la mano, gira el botón del radio y sonríe al escuchar Caminos de ayer.

 
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