Un balance necesario del gobierno
Al cumplirse casi 10 años de gobierno perredista en el Distrito Federal es necesario hacer un balance del significado, experiencias, logros, errores, incumplimientos y desvíos que ha implicado esta década gobernando la ciudad más grande del país y una de las más grandes del mundo.
Por esencia filosófica, la izquierda ubica todo hecho como parte de una transformación permanente; en cualquier debate incluía siempre en su orden del día la necesidad del balance, a fin de sujetar los actos y hacer de la planeación y la estrategia no ocurrencias, sino un programa de mediano y largo plazos. Hacer balances era una forma de luchar contra el pragmatismo y el oportunismo políticos, sujetando la acción a los principios y buscando en todo momento ser coherentes.
La llegada al gobierno de la ciudad de México en 1997 era inimaginable un año antes, y más todavía seis u ocho años atrás, pues era una capital secuestrada bajo el régimen presidencialista, un coto del priísmo, y la figura del regente era la imagen deformada del federalismo. El Partido de la Revolución Democrática (PRD) llega al Gobierno del Distrito Federal, no aislado, sino aún como parte de una amplia red de movimientos y fuerzas que empujaron por la democratización de la ciudad desde décadas atrás.
Como escenario y espacio para el ejercicio de presentación de demandas, ejercicio de derechos, ensayo de nuevas relaciones políticas y sociales, la ciudad capital es protagonista, con vida propia, de las transformaciones del México moderno. Desde 1968, el desarrollo y crecimiento de sectores medios, el abrigo a la migración campesina, que huía de la crisis agraria y la descapitalización del campo; la atracción de la vida urbana, como sinónimo de progreso y modernidad, la expansión de la Universidad Nacional y el Politécnico, como ejes de un amplio sector académico de profesionistas, intelectuales y de la cultura, constituyen las nuevas fuerzas que empujan hacia la transformación democrática.
El sismo de 1985, la constitución de la primera Asamblea de Representantes, 1988 y la derrota definitiva del PRI en la capital aceleraron las condiciones para que el PRD no sólo lograra la reforma para elegir un jefe de Gobierno, sino para que gobernara la ciudad.
Sin ese oxígeno de movimientos estudiantiles, sindicales, populares, en la cultura, los medios de comunicación, la evolución de espacios en la prensa escrita, no se puede concebir la llegada al Gobierno del Distrito Federal. No obstante, todos esos movimientos y aspiraciones tenían que haber construido el instrumento, así como una vía independiente, política, organizativa y legal para llegar ahí. Eso fue construcción del PRD a partir de 1988, ampliando su influencia y ganándole el espacio al PRI como instrumento de control y administrador de la ciudad.
Haciendo memoria, antes de 1997, el salinismo, como componente del priísmo y la oligarquía económica, beneficiaria de la corrupción y el presupuesto para la capital, planteaban dos prejuicios como consigna: el primero, que si se eligiera un gobernante la ciudad sería un caos, y el segundo: si un partido distinto al PRI -diferente al partido del Presidente, en este caso el PRD- llegara a gobernar, la anarquía reinaría y se perdería todo orden en la ciudad. Las campañas contra el PRD hablando de un partido de grupos enfrentados e incapaces de gobernar eran de todos los días; de hecho, el entonces candidato del PRI, Alfredo del Mazo, centró en esto sus ataques contra Cuauhtémoc Cárdenas.
Los grupos del estado de México, desde Hank Gonzalez hasta Oscar Espinosa Villarreal, siempre consideraron que la regencia del Departamento del Distrito Federal era su coto exclusivo. Si ellos gobernaban, la zona metropolitana era un solo negocio; si la gobernaban otros, habría guerra en los límites y las fronteras: por las comunicaciones, el transporte, la basura, el agua.
Bajo estas presiones y viniendo Cárdenas respaldado del prestigio que significó haber conducido la fuerza de 1988 hacia un proceso constructivo, de fuerza política, instrumentos, reformas políticas y electorales, y no a la frustración y el fracaso, se convirtió en el primer jefe de Gobierno electo, esto es, en la primera autoridad elegida por los ciudadanos desde 1928. La tarea inmediata del gobierno, sustentado en el programa Un gobierno para todos, fue demostrar que la izquierda podía gobernar y no destruir, sino incluir. Ante la sola posibilidad de que esto se reflejara tres años adelante, la oligarquía desató una campaña de insultos y descrédito a través de los medios, en particular de Tv Azteca.
A lo largo de estos casi 10 años, el PRD debe hacer un balance de gobierno en la ciudad de México luego del paso de Cárdenas, Rosario Robles, Andrés Manuel López Obrador, Alejandro Encinas y Marcelo Ebrard sobre el significado, retos, soluciones y experiencias en la administración pública, el transporte, la infraestructura, la cultura, la educación, el agua, la seguridad, el ejercicio democrático. Autocríticamente deberá verse la pérdida de autonomía del PRD frente al gobierno, así como el florecimiento de prácticas que muchas veces combatimos, como el clientelismo y la demagogia. Seguiremos...