Presencia mexicana y las opuestas trayectorias de dos gringos
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Ampliar la imagen La modelo Naomi Campbell y el actor Mickey Rourke en la presentación de la cinta Le Scaphandre et Le Papillon Foto: Reuters
Cannes, 22 de mayo. La más significativa expresión de la participación mexicana en Cannes se ha dado en el último par de días, con los estrenos mundiales de Stellet Licht (Luz silenciosa), tercer largometraje de Carlos Reygadas, y Déficit, opera prima de Gael García Bernal, así como la proyección de Párpados azules, de Ernesto Contreras, en la Semana de la Crítica.
Como sucede con la mayoría de las películas en concurso, Stellet Licht ha recibido opiniones encontradas. Hay partidarios de Batalla en el cielo que se han decepcionado, mientras otros hablan de un estilo más depurado. En todo caso, no es lo que se esperaba de una realización mexicana, pues se sitúa en una comunidad menonita de Chihuahua y está hablada en holandés arcaico. Las pocas referencias a lo nacional son puramente incidentales. También es la primera ocasión en la obra de Reygadas en que el título sí es directamente alusivo al contenido de la cinta: sí hay mucha luz... y mucho silencio.
Por su parte, la función de Déficit provocó lo que podría considerarse un motín, dada la fama internacional de García Bernal y el número de sus admiradoras. Entre los concurrentes estuvieron Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu, sus padrinos de alguna forma, así como el español Javier Bardem. La histeria siguió en una fiesta mexicana en la playa, organizada por el Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine); docenas de personas trataban de entrar sin invitación para ser detenidas por una barrera de guaruras inconmovibles.
Los otros títulos en competencia han demostrado la ligera mejoría del pintor neoyorquino Julian Schnabel como cineasta y la total decadencia de Quentin Tarantino. Producida por capital francés -al igual que Paranoid Park, de Gus Van Sant- Le scaphandre et le papillon (La escafandra y la mariposa) es la adaptación del libro homónimo de Jean-Dominique Bauby, un exitoso editor de revistas, que quedó completamente paralizado tras un derrame cerebral. El hombre (Mathieu Amalric) sólo podía expresarse parpadeando el ojo izquierdo y así, con la ayuda de una asistente, pudo escribir sobre sus sensaciones de encierro y remordimiento.
Aunque Schnabel sí logra colocarnos en la angustiada perspectiva del personaje -al inicio, todo se narra desde su punto de vista subjetivo- es menos afortunado cuando ilustra recuerdos y fantasías de una manera demasiado prosaica. De todos modos, se agradece que no se haya adoptado un tono edificante, tipo Mar adentro, ni se pretenda convertir a Bauby en un santo seglar.
Según se ha reportado, la película Grindhouse (algo así como Cine de piojito) era un programa doble firmado por Robert Rodríguez y Tarantino, en que ambos rendían homenaje a las cintas B, gloriosamente chafas, que se producían en los 70 (y en México se exhibían en templos con olor a guayaba, como los cines Gloria o Estadio). El resultado fue un estruendoso fracaso en Estados Unidos, y la compañía productora de los Weinstein ha decidido separarlas para el mercado internacional. En Cannes sólo se ha exhibido Death Proof (A prueba de muerte), en la cual Tarantino combina la persecución por carretera, tipo Carrera contra el destino, con las aventuras violentas de un trío de nalgonas.
Resulta deprimente comprobar cómo el autor que parecía reinventar el cine negro hace 15 años con Perros de reserva, se ha reducido a una desgastada calca de sí mismo. Ya ni sus diálogos son ingeniosos pero Tarantino insiste en dedicar la mayor parte del metraje (con una media hora adicional en esta versión), a burdos intercambios libremente aderezados con los reiterativos bitch, nigger y motherfucker de su preferencia. Si bien, los últimos 20 minutos se animan con una persecución y la salvaje golpiza propinada a un desalmado asesino de la carretera (un chistoso Kurt Russell), no son suficientes para justificar su inclusión en la competencia. La próxima vez que Tarantino y cómplices que lo acompañan quieran recrear sus placeres de la adolescencia, deberían limitarse a hacerlo en su recámara.