Usted está aquí: lunes 28 de mayo de 2007 Opinión Partidos políticos y ejercicio del poder

Gonzalo Martínez Corbalá

Partidos políticos y ejercicio del poder

Bien dice Norberto Bobbio en su Diccionario de política que "dar una definición de partidos políticos no es simple, porque este fenómeno se ha presentado y se presenta con características notablemente diferentes, tanto desde el punto de vista de las actividades concretas, que ha desarrollado en lugares y tiempos distintos, como en términos de estructuración organizativa que él mismo ha asumido y asume". En su intento, el politólogo italiano recurre también a la famosa definición de Weber: "el partido es una asociación (...) dirigida a un fin deliberado, ya sea éste un objetivo, como la realización de un programa que tiene finalidades materiales o ideales o personales, es decir, tendiente a obtener beneficios, poder y honor para los jefes y secuaces o si no, tendiente a todos estos fines conjuntamente". A renglón seguido, Bobbio comprueba la dificultad de encontrar una definición con validez universal. Tras un largo análisis que le lleva varias páginas de su diccionario no logra completamente su cometido, por lo que termina recomendando una amplísima bibliografía que se remonta a 1904, con Ostrogorski en La organización de los partidos políticos, siguiendo con Duverger, pasando por los ingleses y los sociólogos estadunidenses más conocidos, hasta llegar a Sivini (Milán, 1969 y Bolonia, 1971), quien analiza expresamente La sociología de los partidos políticos.

Llaman la atención algunas denominaciones que tienen mucha actualidad, por ejemplo, la de que el partido atrapa todo, que aparece en la escena política europea, o la transformación del partido de aparato, el partido electoral de masas y las funciones de los partidos en general.

En lo que se refiere a las funciones propias de los partidos que han podido expresar de manera más o menos completa, y más o menos eficaz, reivindicaciones y necesidades para participar en la formación de las decisiones políticas, que Bobbio analiza en su amplio estudio, y que otros autores han abordado en textos clásicos, se puede deducir que los partidos políticos son estructuras permanentes que luchan para conquistar y mantener el poder por la vía electoral. La conquista sobreviene en el momento estelar del proceso democrático, que son las elecciones para obtener puestos en los diversos órdenes del poder, esto es, en el Ejecutivo -y de manera inclusiva en los cargos municipales, estatales y nacionales- y el Legislativo fundamentalmente, ya que el Poder Judicial en un país representativo no está sujeto al proceso electoral.

Derivada de esta organización, los partidos políticos han de contar obligadamente con declaraciones de principios y estatutos que rijan su actividad y los motiven a mantener obligaciones por conducto de sus cuadros regionales con el distrito electoral de origen, con la actividad legislativa en las dos cámaras y a tener presencia constante e ineludible en los medios para renovar sus cuadros eficientemente, tanto como para mantener su eficacia no solamente en los momentos electorales, sino en todo el proceso democrático, que deviene entre el complejo programa de acción electoral, que transcurre incesantemente en los municipios, en el estado y en el orden nacional.

Todas estas características configuran una definición más inclusiva que permite distinguir a los partidos políticos de los grupos de presión que buscan lograr objetivos, como su nombre indica, ejerciendo presión política en los gobiernos, según sea el caso, pero que no participan en los procesos electorales. Así puede esbozarse ya una definición: los partidos políticos son estructuras de intermediación política y social, de carácter permanente, cuya ideología y programa de acción se ajustan a sus estatutos y entre la sociedad y el poder público, que se ejerce representativa y democráticamente.

Las dificultades para establecer una definición que comprenda a todos los partidos políticos en el cuadro nacional saltan a la vista. Si uno toma en cuenta situaciones como la que acaba de producirse en Yucatán, donde después de 17 años de prevalencia política del PAN se da de pronto un cambio que lleva al PRI al poder, mismo que le fue arrebatado hace ya casi dos décadas, no sin que Acción Nacional -que resulta en este caso la parte ofendida- se inconformara por conducto del presidente del partido, Manuel Espino, quien en esta ocasión aportó una novedosa actitud política quejándose no de su adversario, el tricolor, sino del jefe del Ejecutivo, que teóricamente estaría obligado a representar en el escenario político, y de sus funcionarios más allegados, como Juan Camilo Mouriño, acusándolo de intervenir mediante enviados especiales de la Presidencia en el proceso electoral yucateco sin el consentimiento de la dirigencia del PAN.

No encontramos en ninguna de las definiciones consultadas acotar el ejercicio del poder público del mismísimo jefe del Ejecutivo, proveniente también del mismísimo partido. En la queja, planteada como queriendo exigir de aquél lo que dice el viejo dicho popular: no me ayudes, compadre en las subsiguientes ocasiones, se observa un principio de quebrantamiento de la unidad en la acción, ésta sí propia de los partidos políticos, tanto en el campo electoral como en la función que corresponde en la teoría y en la práctica al partido político no solamente de conquistar el poder, sino de mantenerlo, conformando una grata sorpresa para los adversarios del blanquiazul -no por sorpresiva menos esperada-, dados los antecedentes y el conocimiento público de la acción política del presidente del PAN.

Bienvenida, pues, dirán los adversarios de Espino desde adentro y afuera del partido, sus novedosas aportaciones a la teoría política y a la nueva praxis que seguramente el mismo Gramsci recogería con interés.

 
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