Usted está aquí: lunes 28 de mayo de 2007 Deportes Sebastián Castella electrizó a Madrid

Sebastián Castella electrizó a Madrid

LUMBRERA CHICO

A tres semanas del regreso de José Tomás a los ruedos, en estos momentos los reflectores iluminan la figura de Sebastián Castella, el diestro francés que el pasado martes, durante la tradicional corrida de la prensa en Las Ventas de Madrid, realizó una de las faenas más electrizantes que se hayan visto en este joven siglo. El coso estaba lleno de bote en bote. En barreras se encontraban el rey Juan Carlos, el ex primer ministro de Francia Lionel Jospin, Michael Douglas con Katherin-Z Jones y la diva franco-argelina, Virginie Ledoyen.

Tanta representación del país galo obedecía a que, además de Castella, en el cartel figuraba Juan Bautista, que en realidad se llama Jean-Baptiste (como Moliere) y también es oriundo de la tierra de la champaña, mientras el tercero en discordia era un torero muy joven y muy fino, de nombre Ambel Posada, que iba a confirmar su alternativa con toros eran de Puerto San Lorenzo, un encaste gaditano que hace años no da una.

Todo comenzó como siempre, con ese alborozo castellano que en México se dice alboroto, bajo un cielo negro con bragas azules, pero no tan negro como el pelaje del primero de la tarde, al que Posada recibió con primorosas verónicas en los medios. Y ése, que parecía el preámbulo de una gran fiesta, se convirtió en el principio del fin: el toro dobló las manos y las palmas del tendido 7, inclementes, obligaron al juez a sacarlo. Tres cornudos más correrían la misma suerte y por la misma causa, pero gracias a su acusada debilidad, el público se admiró de la eficacia de Florito, el corralero de Las Ventas, un hombre vestido de corto al mando de ocho cabrestos blancos y colorados que saltaban a la arena y volvían a los chiqueros en menos de dos minutos con el bicho rechazado trotando entre ellos como si aquello fuera un número de circo mil veces repetido.

Qué diferencia con los corraleros de la Plaza México, que tardan un mínimo de 30 minutos en hacer efectivas las devoluciones. Florito debería dar un curso allá, se decían, me contaron, los mexicanos que había en los tendidos de Las Ventas y que, de repente, guardaron silencio cuando Castella se colocó en el centro del círculo, alzó una mano y sin moverse vio cómo el animal se le arrancaba al galope, se aproximaba a él y sólo en el instante en que iba a despedazarlo le cambió el viaje plantándole la muleta en la cara para pasárselo a mil por hora con los cuernos a milímetros de su espalda.

Luego de tres estatuarios como ése, lo recogió al bote pronto para zumbárselo por la derecha, con un pasmoso apunte con la izquierda, pero entonces todo se vino abajo: el toro, la faena y el chubasco. Sólo después de la lluvia, una hora más tarde, Castella se enfrascaría en una batalla de tú a tú con un mulato cornivuelto de percha impresionante, del que recibió una paliza al ser descubierto por el ventarrón, pero al que logró embarcar en derechazos de alarido, y súplicas de "¡matalóoo!", para ahorrarle la cornada, y pese a que lo despachó mal, de entera y cuatro descabellos, la gente le dio la oreja al grito de "¡torero, torero!" Cómo no: torerazo.

 
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