Derecho a una verdadera burguesía
Viendo el fondo y pensando desde el trabajo, México necesita para su desarrollo una verdadera burguesía. Históricamente tiene derecho, pues la que actualmente se asume como tal no es más que un conjunto de familias que han vivido subsidiadas y protegidas: se les han perdonado corrupciones e ineficiencias y, cubriéndose con el disfraz de un empresariado por el libre comercio, han sido una carga para el Estado y la sociedad. Menos costaría una nobleza decadente que esto que se dice "cúpula empresarial" y que no sobreviviría un minuto en una economía de verdadera competencia. A esta adherencia económica llamamos "nuestra oligarquía nacional", que lucha por estar en los primeros lugares de los más ricos del mundo, pero que reventaría sin empacho la estabilidad económica y política si en su cuna, en este paraíso protegido y fiscal, hubiera un mínimo de libre mercado.
De ellas mismas se deriva una estructura política que las protege y a su vez es protegida por ellas. Son las fuerzas del viejo régimen, que las amamantaron con subsidios, contratos, indulgencia fiscal, rescate financiero y que ganaron con el "milagro mexicano", la "sustitución de importaciones", la "economía mixta", la "crisis", "el neoliberalismo" y "los tratados de libre comercio" que llevaron a la quiebra a millones de pequeños y medianos empresarios, mientras a ellas las lanzó al paraíso de la concentración de riqueza.
En una verdadera transición, éstas, junto con el PRI como cultura autoritaria, debieron haber desaparecido hace algunos sexenios, pero Carlos Salinas, padre del neoliberalismo y la integración económica, privatizó, pero no abrió; construyó su propio brazo oligárquico monopólico y dejó que el libre comercio despedazara a los empresarios ingenuos que los siguieron, pensando que ese ejército era de ellos, cuando en el fondo los ofrecieron en sacrificio para crear una falacia económica protegida para unos cuantos que ahora son los dueños de la banca, las telecomunicaciones, las televisoras, la construcción, los servicios informáticos, el maíz y los cultivos estratégicos. Son los primeros en beneficiarse de la ineficiencia en la producción petrolera y de electricidad, pues para ellos Pemex y la Comisión Federal de Electricidad o la Compañía de Luz y Fuerza no son de la nación, sino de ellos y para ellos.
Dice Fernando Escalante Gonzalbo que la tarea educativa "no es ilustrar a las masas, sino civilizar a las elites", y de esta estructura autoritaria y centralizadora del poder económico se deriva el mismo esquema de control en el ámbito cultural, financiero, político, comercial y de oportunidades, pues han hecho un país a su imagen y semejanza: pequeño y mezquino.
Son los que se reparten premios y condecoraciones, así como contratos y exenciones fiscales a manera de títulos nobiliarios que garantizan la permanencia en esta oligarquía cerrada y aliada de unos cuantos monopolios, de unos cuantos intelectuales, de un férreo control mediático, de una clase política ignorante y decadente. Ellos decidieron que gane todo lo peor, y para eso hay que controlar desde los aparatos electorales, los liderazgos dentro de los partidos, los sindicatos y sus demandas, los flujos migratorios, las rutas de la ilegalidad, la opinión pública, las encuestas y su efecto publicitario. Lo mismo compran que desechan, y su ideología es la del nuevo rico poderoso que se ve clemente porque va dejando migajas y sobras con las cuales construye su filosofía filantrópica.
Hoy, paradójicamente, desde el Banco Mundial se señala airadamente que "los monopolios y sindicatos son el principal problema de México". Ese es el fondo: el cártel de los monopolios locales contra el cártel de los trasnacionales. Desde el exterior y con alianzas internas, los intereses trasnacionales reclaman su derecho a que este mercado sea repartido para ellos también. Entre Salinas y Zedillo, Fox y Calderón parecieran alinearse dos tendencias de este capitalismo rapaz con olor a viejo régimen.
México vive atrapado entre un sector monopólico oligárquico, protegido y "nacionalista", y los intereses trasnacionales de la globalización que desean el reparto de esos mercados. Las armas de unos son las leyes protectoras, y las de los otros bajar tarifas y comisiones para abrir un nuevo ciclo de concentración, ahora trasnacional.
En la última elección, a los primeros los vimos presentarse como empresarios nacionalistas, modernizadores y hasta sacar del baúl de disfraces la levita de Juárez; se llamaron el Pacto de Chapultepec, que en lugar de bandera bate hoy los tambores de guerra y son los que aumentaron el precio del maíz y defienden rabiosamente la ley Televisa... desde Tv Azteca.
Contra ambas opciones, el asunto no es la falta de proletariado, sino la existencia de una burguesía mínima, pero pareciera que esto ya no será posible a menos que se entendiera el fondo de la falsa disyuntiva y una verdadera izquierda democrática construyera otra.