No somos los únicos
Me encuentro en El País, que con La Jornada es mi lectura obligatoria diaria, una nota un tanto inesperada. Fechada en Francfort, dice simplemente que el fundador del Sindicato AUB, Wilhelm Schelsky, ha reconocido, en una entrevista con el diario Stern, que Siemens le pagó para que actuase en interés de la compañía. Su respuesta fue categórica: "Actué como defensor de los intereses de Siemens. Hubo una orden clara; un plan de la presidencia central".
El compañero Schelsky se encuentra privado de la libertad desde febrero por haber cobrado a Siemens unos 45 millones de euros, lo que evidentemente no es una suma despreciable.
Lo que llama la atención son los argumentos de este sindicalista: "Yo era totalmente independiente de Siemens para cumplir mi encargo. No hubo ni instrucciones sobre mi actividad ni petición de presentar informes".
No dejan de ser desconcertantes los argumentos de Schelsky. De ser ciertos, dependía de su "sensibilidad" empresarial manejar a su antojo las reclamaciones de los miembros del sindicato. Toda su obligación era crear una organización central que por lo visto se convertía en una especie de cómplice de la empresa para el cumplimiento de sus fines. Pero -que quede claro- sin necesidad de recibir ni cumplir instrucciones.
Resulta difícil creer que un sindicato alemán de esa importancia haya ejercido de tal manera sus acciones que sus asociados se hayan sentido satisfechos y sin despertar sospecha alguna a propósito de la conducta de su notable dirigente. No me resulta fácil creer que haya podido vivir sin el estallido de una huelga salvo que, como ocurre a veces, la huelga haya sido querida por la propia empresa en situación de excedentes en los almacenes y un mercado contraído que recomienda no incrementar la producción.
La estrategia no es nueva. Durante la crisis de los años 70, si mis recuerdos no me fallan, la Volkswagen de Puebla resistió -es un decir- una huelga prolongada que llevó al sindicato, por cierto que independiente y democrático, a mantener una huelga que empezó contra las plantas, siguió contra las carreteras y acabó en paros y manifestaciones en la ciudad. Entre tanto, los altos funcionarios se quitaban el estrés jugando al golf y negándose a mantener conversaciones con el sindicato.
Un artículo que publiqué entonces aquí mismo en La Jornada advirtió a los trabajadores que le estaban haciendo un flaco favor a la empresa. Pero ya habían transcurrido tres meses de huelga y los almacenes habían disminuido lo suficiente, en México y en otros países, como para que renacieran las ganas de fabricar, lo que dio fin al conflicto. Creo recordar que no se estipuló el pago de salarios caídos o, en todo caso, en una proporción mínima.
Una empresa de la importancia de Siemens no tan fácilmente mantiene una estrategia eficaz que descanse sólo en el rechazo a las peticiones del sindicato. La globalización, que en los tiempos a que me refiero aún no se manifestaba, pone en manos de los empresarios un sinfín de soluciones que les permiten resolver las crisis que periódicamente enfrentan, por uno de los fenómenos más típicos del capitalismo. Y si no, pregúntele a Carlos Marx.
En esos términos, una alianza con un dirigente sindical de ese nivel, manejada con inteligencia, aunque el costo sea notablemente alto, puede resultar más beneficiosa a los fines de las empresas que las estrategias vulgares de nuestros lidercillos, capaces de generar beneficios personales notables, pero escasamente la confianza de sus súbditos.
La noticia no es, precisamente, tranquilizante. Aunque de inmediato surge el viejo dicho de que "mal de muchos, consuelo de tontos". Quizá la noticia rompe un poco con la idea de que en esa materia somos fundadores de las estructuras más verticales y corruptas del sindicalismo, fenómeno en el que el Estado juega un papel importante, por lo que una alianza subterránea de ese nivel no nos angustia demasiado.
Queda el consuelo de que el señor Schelsky disfruta de sus riquezas en la cárcel y que, seguramente por razones procesales, ahora habrá decidido confesar sus culpas. Pero lo que tiene de modelo incómodo no puede ser más evidente.