El homenaje, que estaba programado para 2 horas, duró únicamente 50 minutos
Clímax y catarsis teatral en el adiós a Gurrola en Bellas Artes
México ha tenido poca gente de las artes escénicas con su "consistencia genial": Margo Glantz
Ampliar la imagen ¡Viva Gurrola!, ¡Bravo!, fueron los gritos que acompañaron el homenaje al dramaturgo Foto: Víctor Camacho
Desde el vestíbulo hasta la explanada del Palacio de Bellas Artes: más de un minuto de aplausos y gritos, como el de ¡Viva Gurrola! o el de ¡Bravo!, algunas lágrimas sinceras de algunos de los muchos asistentes, abrazos entre varios de ellos, incluidos los que se dieron Rosa, Gabriela y Edwarda, su esposa e hijas.
Y también: fotógrafos en tropel, la sorpresa de los ciudadanos de a pie que pasaban por enfrente y presenciaban parte de ese cierto caos, de esa cierta atmósfera climática. Y enseguida: un féretro café, en el que desde la mañana del viernes reposa el cuerpo del director escénico, siendo introducido a una carroza fúnebre.
Estacionada frente al palacio blanco, la carroza negra con el cuerpo de Juan José Gurrola partió momentos después, de nuevo a la funeraria de la colonia Juárez.
Eran las 12 del día de ayer sábado, soleado como casi todos estos últimos días de primavera. El féretro había llegado apenas 50 minutos antes para una ceremonia que, al parecer, debía terminar a la una de la tarde. Inclusive, varios amigos y simpatizantes de Gurrola apenas y llegaron al final para el último adiós.
Otros, de plano, arribaron cuando los restos del controvertido actor, dramaturgo, escenógrafo, pintor, cineasta, músico, fotógrafo, y muchas cosas más, debían estar ya dentro de un horno crematorio, a 800 grados centígrados. En descargo, un boletín del INBA distribuido este sábado informaba que la ceremonia sería de 11 a 12 horas.
Todo ello, y según lo previsto por Rosa y Edwarda, debió haber sido presenciado por Juan José Gurrola desde una nube, como el Carmelo de Silverio Pérez, pero además, con una sonrisa sarcástica y ya plenamente instalado en su nueva vida de difunto.
Alegría y sarcasmo
El "niño terrible del teatro mexicano", el "hechicero" y libérrimo renovador de las artes escénicas del país debió haber visto el ritual desde el principio, cuando trasladaron su cuerpo de la funeraria al Palacio de Bellas Artes, a donde arribó a las 11:05 horas.
Con alegría, Gurrola debió haber visto entre los presentes a Raúl Falcó, con quien hizo ópera y trabajó en varias obras, la última, de la que pudieron vislumbrar la dramaturgia: Atrapen al conejo; a Daniel Giménez Cacho, a quien dirigió en obras como Hamlet, un Hamlet tan shakespeareano como gurroleano; a Ofelia Medina, tan insumisa como él ("ya quedamos pocos", dijo la actriz en la explanada) y de quien fue su Diego y ella su Frida en la película de Paul Leduc.
Pudo ver a muchos más: dramaturgos, actores, directores, escenógrafos, músicos, escritores, promotores, críticos. Todos relacionados con él en diversos momentos y proyectos.
Entre ellos, Margo Glantz, Germán Castillo, Luis Mario Moncada, Ignacio Toscano, Farnesio de Bernal, Martha Verduzco, Julieta Egurrola, Lidya Romero, Jorge Reyes, Jaime Chabaud, Olga Harmony y la actriz Tina French, una de los tres oradores formales.
Dentro de "nosotros", le recordó French a Gurrola, hay algo que "ellos" jamás podrán comprender, que es una caída constante hacia el abismo, sin perecer: el estado de creación.
La escritora Margo Glantz dijo a La Jornada que se han tenido pocos directores con la "consistencia genial" de Gurrola, probada, por ejemplo, en las óperas u obras de teatro en las que actuó y dirigió, como las que puso en la Casa del Lago.
Y Glantz mencionó Landrú, La cantante calva, Lástima que sea puta, La maestra de los asesinos, Miscats y muchas más. A dramaturgos como Alfonso Reyes, Hugo Argüelles, Elena Garro, Pierre Klosowski, Eugene Ionesco, Robert Musil, Harold Pinter o Thomas Bernhard.
"A pesar de que a veces era totalmente irresponsable y que presentaba obras que eran una catástrofe, un fracaso absoluto, aunque le pagaran y lo mandaran fuera de México, siempre tenía cosas geniales y siempre hizo del teatro de México algo verdaderamente único."
También para los periodistas, Giménez Cacho recordó a su maestro "muy alejado de toda la hipocresía de las academias y de las burocracias culturales".
Consultado por La Jornada, Raúl Falcó dijo que Atrapen al conejo, que trabajó con Gurrrola en el último año, está en busca de productores particulares y gubernamentales para poderse montar, lo cual sería un verdadero homenaje.
"Es una obra sobre México a varias voces, como música de fuga, con temas aparentemente encontrados pero que se van entretejiendo. Hay algo de la Babel que es el país, es la verdadera historia de México, la profunda. Y tiene mucho de fábula porque se trata de unos animales que se preguntan: qué vamos a decir cuando amanezca."
Catarsis e inmortalidad
La mordacidad, quizá, debió delinearse en la sonrisa de Gurrola a la hora de los discursos oficiales, o tal vez no, pues él, aunque irredento e insumiso, también sabía de la conmiseración y la diplomacia.
Teresa Franco, directora del INBA, reconoció de Gurrola: "Su arte jamás fue complaciente, ¿por qué habría de serlo si, a fin de cuentas, sólo en el intenso careo del hombre con su propia esencia, en la confrontación -a veces desgarradora-, está cifrada la única posibilidad que tenemos de acercarnos a la verdad de las cosas?"
Gerardo Estrada, coordinador de Difusión Cultural UNAM, destacó la importancia de la pérdida de Gurrola "no sólo porque gran parte de su trabajo lo realizó con nosotros, sino porque él, con otros brillantes universitarios y no universitarios, definió lo que es el perfil de la cultura universitaria".
Luego de las palabras vendrían las guardias de honor, y luego de unos minutos, a las 11:55, de manera sorpresiva, los empleados de la funeraria se apoderaron del féretro y, en medio de la exaltación general, lo trasladaron del vestíbulo a la explanada del palacio. Pero después de ese clímax, y después de la partida de la carroza hacia el crematorio, vendría la consecuente catarsis.
Era una catarsis, una purificación, que liberaba a los presentes de la excesiva tristeza y los colocaba en una sana nostalgia porque, como una revelación, a la manera de Rosa y Edwarda, todos se percataron que Gurrola no ha muerto y que bien podría andar chacoteando entre las nubes, o en donde a él le venga en gana.