No hay mal
Aveces pienso en Brigitte Bardot, que de actriz estrella atrevida pasó a activista de los derechos de los animales; o en Pelé, que de futbolista número uno ha pasado a promover por televisión el uso del condón; o en Jimmy Carter, que de ex presidente de Estados Unidos, bueno, y antes de eso agricultor de cacahuates millonario, se ha convertido en observador de los procesos electorales mundiales, atento a cuidar que sean democráticos; o en José Saramago, que de oscuro escritor portugués residente en una isla canaria, una vez con el Premio Nobel bajo el brazo, o ya no tengo muy claro si empezó con algo de anterioridad, se dedica a denunciar irregularidades de los gobiernos internacionales; o en Bill Gates, el hombre más rico del mundo, que ha creado una fundación creo que altruista que da toda clase de ayuda a toda clase de necesitados (aunque no sé si incluye a los desnutridos, que se siguen muriendo de hambre); o en la ex mujer de Mick Jagger, que de figura del jet-set del rock se transformó en luchadora política en El Salvador, país en donde nació; o en Al Gore, que de ex vicepresidente y ex candidato a la presidencia del vecino país se dedica a alertar desde los grandes foros sobre la gravedad del calentamiento de la Tierra.
Lo que tienen en común todas estas personas o personalidades es que apenas se hicieron mundialmente famosas, o desde un poco antes, adoptaron una causa social de la que se volvieron verdaderos apóstoles. Hay una especie de relación que parece decir que, para que una causa social prospere, tiene que ser acogida por alguien con nombre, pero a esto lo contradice, digamos, la madre Teresa que, antes de tener nombre y hasta renombre, ya se había dedicado en cuerpo y alma a una causa social. Como quiera que sea, todas las causas que unos y otros han acogido son admirables y, aparte de cómo se juzguen las motivaciones que llevaron a cada benefactor a escoger la suya, a todos ellos hay que desearles suerte.
Pero a mí el asunto me sugiere otras reflexiones. Me hace preguntarme, si yo fuera famosa, qué causa social adoptaría. De mis muy variadas ocurrencias la más constante es la de los seguros médicos. A pesar de que en México, de donde soy y en donde vivo, existen diferentes seguros sociales, no soy la única que los cuestiona, y en cuanto a los privados, tampoco soy la única que se aterroriza ante sus prevenciones y exclusiones.
Por esto, y porque veo a qué grado se necesitaría una solución de veras acertada, doy vueltas a la idea de que, una vez que me hiciera famosa, podría dedicarme a la causa de la salud.
Es muy amplia, tanto así que me abruma y más cuando veo que se emparenta con la causa de la educación y, estirándola, con la de la civilización. Si sola, sin ser emparentada con otra, la causa de la salud es abrumante, cómo será tratar de estructurar un seguro que la abarque emparentada. Mi mente no da para organizar nada realistamente, de manera que me limitaré a soltar la idea y cruzar los dedos para que otro, con medios y cabeza, le ponga los pies en la tierra para que funcione.
Se me ocurre un seguro médico que prescinda de los desaciertos y combine los aciertos de los seguros que existen bajo los diferentes regímenes políticos, el socialista, el capitalista y el de los países del bienestar. Lo venderían los hospitales, que tendrían tratos con los de otros países; todos ofrecerían la totalidad de los servicios, que incluirían siquiátricos y funerarios, y la única diferencia entre ellos sería la que hay entre los productos con marca y los que no la tienen; unos serían de lujo y otros no tanto. Pero la calidad de todos sería idéntica y estaría supervisada por un consejo internacional científicamente incuestionable y moralmente insobornable.
De manera que comprarías el que pudieras pagar, pero con la certeza de que el que compraras te cubriría tan inmejorablemente como cualquier otro. Lo que también aportaría el nuestro es el sistema de acumulación de puntos. Mientras más te enfermaras y más uso hicieras de los servicios y las instalaciones de tu hospital, más puntos acumularías, de manera que no sólo contarías con poder llegar a viejo y morir tranquilo, sino que mientras vivieras podrías incluso volverte loco o enfermar de lo que fuera y en donde fuera, con muchos puntos acumulados y con toda tranquilidad.