Desde el otro lado
A cada cual su reforma
El proceso de la reforma migratoria se abre paso entre la discrepancia de unos y la confusión de otros. Las versiones son tan diferentes, y en algunos casos tan opuestas, que será difícil tener una que finalmente satisfaga a todos. Esto era algo esperado y no debe sorprender, ya que es un tema muy complicado y lleno de espinas. Lo que no deja de sorprender son algunos de los argumentos que se han vertido en torno al asunto. Quienes los expresan reflejan principalmente los intereses que están en juego, más que una intención por resolver el problema migratorio en forma satisfactoria.
Por ejemplo, el señor Gates, presidente de la poderosa y cuasi monopólica empresa Microsoft, ha declarado ante el Congreso la necesidad imperiosa de que se autoricen más visas para ingenieros y técnicos extranjeros altamente capacitados, ya que el país (léase su empresa, entre otras) los necesita para poder continuar a la vanguardia en los procesos de manejo cuantitativo de información. Contrastando con su punto de vista, en un programa de la cadena pública de televisión, un grupo de técnicos e ingenieros declaran que perdieron su empleo debido a que se contrató personal extranjero por la mitad del salario.
Otro ejemplo lo dan los representantes de las agroindustrias que han insistido en que el sector se colapsará si la reforma incluye restricciones en la entrada de trabajadores con poca calificación, como está previsto. Es necesaria, dicen, la mano de obra migrante para garantizar alimentación suficiente y a bajos precios a los consumidores en Estados Unidos.
Tal vez uno de los más controvertidos ejemplos sea que sólo el jefe de familia tiene el derecho a regularizar su situación migratoria y no sus dependientes; ellos tendrían que salir del país. Es algo que, según han expresado algunos legisladores, atenta contra las mismas bases de la construcción social estadunidense.
Sobran ejemplos respecto de las mil y una enmiendas al proyecto de reforma, pero algo que parece estar claro es que la tradicional división partidista se ha trasladado al ámbito regional. A diferencia de otras discusiones, como la de la guerra en Irak, esta vez legisladores de diferentes partidos, pero de una misma región, coinciden en sus planteamientos sobre la reforma migratoria que debe ser aprobada.
En todo caso, la discusión no ha sido pródiga en propuestas para resolver el problema de fondo: el apoyo y el trato justo a los países expulsores de mano de obra, como medio para lograr el arraigo de sus ciudadanos. Lo otro -permitir la entrada sólo a los mejor capacitados- refleja una concepción elitista de resolver el problema migratorio, y además una nueva forma de expropiación de los recursos de los países pobres. Todos insisten en que la reforma que se puede aprobar es sólo el primer paso. Lo que nadie parece tener claro es hacía dónde.