Usted está aquí: viernes 8 de junio de 2007 Opinión Ricardo Guerra

José Cueli

Ricardo Guerra

Ricardo Guerra, uno de nuestros más notables filósofos, falleció recientemente a la edad de 80 años. Sin embargo, su trayectoria, sus enseñanzas y sus aportaciones a la filosofía mexicana dejarán una estela imperecedera. Guerra fue discípulo de grandes filósofos hispano-mexicanos como Xirau, Gaos y Nicol; formó el grupo Hyperión con Luis Villoro, Leopoldo Zea, Joaquín Sánchez McGregor y Emilio Uranga. Su tesis de maestría, Crítica a las teorías de lo mexicano, fue presentada en 1953.

Posteriormente obtuvo el doctorado en la Universidad de París, y en Friburgo redondeó su formación en los seminarios impartidos por Heidegger. En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México formó el seminario sobre Heidegger junto con Evodio Escalante, Mauricio González y Salvador Rocha. Fue además un gran maestro y murió laborando hasta el último momento, inmerso en el trabajo, la enseñanza y la reflexión.

Evocar su trayectoria me lleva a recordar una conversación que hace 10 años tuve con Salvador Rocha. El siglo XIX de Hegel, de Marx y de Nietzsche es el de la crítica entera de Occidente. El siglo XX se caracterizó por los intentos de revivir un pasado ya negado y por la falta de un sentido histórico profundo. Se olvida a Darwin y a Freud. Predomina una interpretación del hombre como animal racional, como ente privilegiado, como centro del mundo. Se ignora la crítica de Nietzsche, el nihilismo y la crisis del fundamento de los valores. Así iniciaba ese difícil libro de Ricardo Guerra que aquel fin de año comenté con Salvador. Toda investigación a lo largo de la historia de la metafísica de Occidente se ha movido en el plano del ente sin la posibilidad de plantear lo ''no ente", ''lo otro del ente". La nada y el ser mismo. La nada en la angustia esencial remite a la verdad insondable del ser. Sin esta base, el ente permanecería en la carencia de fundamento y de ser. Nunca un ente es sin el ser, pero tampoco el ser es sin el ente.

Rocha: El libro glosa en torno del ''olvido del ser"; continuamente se aparece el fantasma del dominio de la ''técnica planetaria" y el abandono de la afectividad, los grandes temas de la modernidad, el aislamiento, la alineación, el carácter extranjero, el problema existencialista de lo auténtico y lo inauténtico han cedido su lugar al irracionalismo por un lado, con la decadencia de Occidente o el fin de la historia. Y por otro la homogeneización académica con su inevitable superficialidad y banalidad.

Cueli: No queremos un mundo en el cual la técnica se entienda como el dominio y la destrucción. No queremos un presente sin historia, necesitamos recuperar nuestro borrador del tiempo, los hilos del sol. Es necesario abrir nuevas vías en el plano filosófco estricto. Superar la crisis de la racionalidad y el pensamiento. Heidegger parte de la crisis y se afirma en la crítica a la metafísica y las concepciones de la ciencia y la técnica, fundadas en esta metafísica y, sobre todo, en las formas extremas de la negación del espíritu y del pensamiento que aparecen en el positivismo y el marxismo. Los extremos dominados por lo que Heidegger llama el ''pensamiento calculador", amenazan a Europa y al mundo.

Cueli: Es interesante hablar de superar la crisis de la racionalidad, parece que la metafísica al hablar de los entes y de las cosas hubiera fracasado con el ser.

Rocha: Al pretender construir el conocimiento del ser por medio del conocimiento, por la vía de la lógica y sus aplicaciones hacia la sicología, la lingüística y la ciencia, no han logrado mostrar al ser, ni siquiera pensarlo. Guerra dice que la metafísica se ha quedado en el campo del ente, de la totalidad del ente. Desde Anaximandro hasta Nietzsche, la verdad del ser permanece en el olvido. Es una confusión permanente entre el ente y el ser. El texto de Guerra, según García Baca, es una invitación para ''abrir caminos". El texto finaliza con un llamado para plantear, en México, los problemas políticos, filosóficos e históricos en nuevas formas que permitan afirmar y desarrollar nuestra idea de lo mexicano y su historia dentro de una verdadera ontología de lo mexicano.

Convendría retomar estas ideas para reflexionar en tiempos tan aciagos como los que vive el país en estos momentos.

 
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