Maíz y etanol: escenarios problemáticos
La producción de etanol con maíz experimenta un auge en Estados Unidos. El público en ese país está convencido de que así se reducirá la dependencia de las importaciones de petróleo desde Medio Oriente. Aunque la expansión de la producción de etanol tendrá pocas consecuencias para la mezcla de combustibles utilizados en la economía estadounidense, el impacto sobre los precios de maíz acarrea consecuencias importantes para las cadenas de producción que utilizan ese insumo. En el caso de México, el segundo país importador de maíz producido en Estados Unidos, las repercusiones podrían ser muy importantes.
Estados Unidos es el primer productor de maíz en el mundo, con alrededor de 330 millones de toneladas en 2006. De ese monto, unas 50 millones de toneladas se guardaron en las reservas de granos de ese país. El resto fue comercializado de la siguiente manera: 155 millones se destinaron a la engorda de ganado y aves; 55 millones fueron exportadas; 26 millones de toneladas se procesaron para consumo humano directo (la mitad a través de alta fructosa de maíz). Finalmente, se destinaron ese año unas 50 millones de toneladas para la producción de bio-etanol.
Las proyecciones sobre la producción de etanol con maíz en Estados Unidos indican que ésta podría duplicarse en poco tiempo. Como resultado, se estima que el precio de maíz en ese país se incrementará en un 25 por ciento, pasando de 126 a 157 dólares la tonelada hacia mediados del 2008. Para México, hay que añadir los costos de transporte e internación (hasta el punto de consumo) que pueden alcanzar hasta unos 50 dólares adicionales por tonelada.
Para nuestro país, hay que tomar en cuenta dos efectos. El primero es sobre la balanza comercial (y, en especial, sobre la balanza comercial del sector agropecuario). El segundo es sobre los precios domésticos y en especial, sobre las cadenas de producción, tanto de tortilla como de productos pecuarios.
Aunque se calcula que el volumen de las exportaciones estadounidenses de maíz descenderá, el aumento de precios permitirá obtener un incremento en el valor de esas exportaciones. De producirse este efecto, sería un cambio notable pues en los últimos veinte años la estrategia de Washington fue promover precios bajos para los productos agrícolas con el fin de aumentar las exportaciones. Esa maniobra afectó negativamente a los productores estadounidenses, eliminó los programas de manejo de oferta y no tuvo el efecto deseado en el volumen de exportaciones. A su vez, el impacto en muchos países en desarrollo fue funesto, al desquiciarse los sistemas de producción de millones de personas. Ahora tendríamos que enfrentar un escenario distinto con precios internacionales al alza.
La balanza comercial de México muestra un superávit histórico con Estados Unidos por sus exportaciones de mano de obra barata (maquiladoras) y petróleo. Lo más grave es que ese superávit no es suficiente para compensar el déficit con Asia y la Unión Europea. Desde esa perspectiva, lo que suceda con la balanza comercial del sector agropecuario es muy importante.
En los últimos años, el saldo de la balanza comercial agropecuaria con Estados Unidos se ha mantenido en equilibrio precario. Un aumento en el precio internacional de maíz cambiará este estado de cosas. La apuesta en favor de las importaciones de maíz barato que hicieron los negociadores del TLCAN se habrá perdido.
El lobby de productores de maíz en Estados Unidos está interesado en el auge del etanol porque representa mayores ganancias para los grandes consorcios graneleros. Pero el igualmente poderoso lobby de productores pecuarios y cadenas de tiendas de autoservicio mantiene que los precios más altos tendrán repercusiones negativas para los consumidores. Este debate depende de la cantidad de tierra que se destine a la producción de etanol. Actualmente Estados Unidos tiene catorce millones de hectáreas en reserva y lo más probable es que una parte de esa superficie sea reabierta al cultivo para mantener precios estables. De todos modos, la demanda de etanol podría crecer más y presionar al alza el precio de maíz.
En el caso mexicano las cosas son más claras pues no existe una superficie en reserva. La producción de maíz para etanol tendría que realizarse en las tierras con rendimientos altos del ciclo otoño-invierno, en el que predomina Sinaloa con una producción anual superior a las cuatro millones de toneladas. Si se retira una superficie significativa para la producción de etanol, las repercusiones sobre el precio interno de maíz serán considerables.
Recientemente la economía mexicana experimentó fuertes incrementos en el precio del maíz y de la tortilla debido a un mal manejo del inventario del ciclo otoño-invierno. En las condiciones actuales, si se destina 25 por ciento de la cosecha de dicho ciclo para etanol, el mercado interno será fuertemente perturbado de manera duradera. Los efectos negativos harían palidecer los aumentos de precios de principios de año y el impacto macroeconómico será brutal: la inflación será más difícil de controlar y los salarios reales se deprimirán todavía más. No son buenas noticias.