Editorial
Trabajo infantil y neoliberalismo
Ayer, en el contexto del Día Mundial contra el Trabajo Infantil, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) condenó la explotación de la que son víctimas millones de niños en el mundo y, en voz de José María Sumpsi, subdirector general de Agricultura y Protección del Consumidor, aseguró que "la única estrategia válida contra el trabajo infantil es reducir la pobreza en las áreas rurales de los países en desarrollo".
Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la mano de obra infantil ocupa a cerca de 218 millones de niños en el planeta, de los cuales 70 por ciento, alrededor de 152 millones, se dedican a la agricultura, una de las tres actividades más peligrosas, junto con la minería y la construcción. Es de suponer que, si estas cifras son correctas, el 30 por ciento restante, cerca de 65 millones, desempeñan actividades en la industria manufacturera y de servicios de las grandes ciudades, y que un eventual abatimiento de la pobreza en las zonas rurales no bastaría para erradicar la vergüenza mundial de menores que trabajan en condiciones de explotación que ponen en riesgo no sólo su salud y su pleno desarrollo, sino también su vida.
El panorama mexicano, en lo que respecta al trabajo infantil, no es menos desalentador. Según cifras del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, publicadas en 2004, 3.3 millones de niños de entre seis y 14 años -uno de cada seis menores entre esas edades- desempeñan alguna actividad laboral. Ante estas cifras, el director de la OIT para México y Cuba, Miguel del Cid, instó al gobierno mexicano a poner en práctica "políticas integrales de orden económico, social y laboral que fomenten la creación de trabajo de calidad, trabajo decente para los adultos; para que los padres no se vean obligados a empujar a los niños a trabajar".
El trabajo infantil es un fenómeno tan antiguo como la especie, pero se ha fortalecido desde los orígenes de la Revolución Industrial -son tristemente célebres las legiones de niños empleados en las minas inglesas de carbón- y se ha consolidado en la más reciente fase del capitalismo, impulsado por la feroz competencia global y las consignas neoliberales de incrementar rentabilidad, productividad y competitividad a costa de lo que sea. Tales consignas encuentran un terreno especialmente fértil en las deficiencias regulatorias y en la corrupción en los países en desarrollo.
En la actualidad, las condiciones que imperan en las maquilas de las grandes empresas trasnacionales -como la de la marca de ropa deportiva Nike, en Indonesia- no distan mucho de ser las de aquel entonces: jornadas de 12 horas, meses de 30 jornadas, horas extra forzosas y sin paga.
En el caso de nuestro país, no debe pasar inadvertido que el grupo gobernante pretende "flexibilizar" las disposiciones del artículo 123 constitucional y de la Ley Federal del Trabajo a fin de hacer más atractiva para los capitales depredadores -esto es, más barata y explotable- la fuerza de trabajo local, y que este designio entraña riesgos de desprotección adicional y especialmente severa para los menores que trabajan.
Si bien es cierto que el trabajo infantil es un fenómeno de suyo condenable, también lo es el hecho de que la pobreza generada por el actual modelo económico ha orillado a millones de menores en el mundo a incorporarse al campo laboral para ayudar a sus familias. Condenar el trabajo infantil sin denunciar también las causas profundas que lo han generado es un acto de hipocresía. Tales causas se encuentran en el mismo modelo económico inhumano aplicado en México desde hace 25 años y al cual mantiene fidelidad inamovible la actual administración.