La compañía inglesa deslumbró la noche del jueves con el montaje de La bella durmiente
Embeleso del público en el Auditorio Nacional
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Ampliar la imagen Preparativos en los camerinos antes del ensayo de la coreografía original de Marius Petipa, con música de Chaikovski Foto: Yazmín Ortega Cortés
Tres actos, tres horas, el más alto nivel técnico y artístico, una producción generosa y refinada, y los aciertos de la última versión -estrenada hace un año pero retomando la original de Petipa y los aportes sucesivos desde 1946-, fueron la dosis para que este jueves La bella durmiente del Royal Ballet de Covent Garden dejara deslumbrado al público del Auditorio Nacional, luego de 30 años de no presentarse en México.
Pese a que los espectadores no alcanzaron a ocupar el 50 por ciento del aforo; a que en la víspera no se percibía una atmósfera festiva ni la expectativa de algo grande por venir -como en otras ocasiones-; ni a que todavía no se presentaron las estrellas como Tamara Rojo y Federico Bonelli, que lo harán la noche de este sábado; pese a eso, apenas subió el telón un ensueño delicioso comenzó a invadir al público.
Una escenografía y un vestuario espléndidos, pero nunca ostentosos -en el sentido de dispendio-, acompañados de una iluminación y efectos especiales acertados, además de la muy buena interpretación de la música de Chaikovsky por parte de la Orquesta Sinfónica de las Américas, dirigida por Boris Gruzin, y en la que destacaron las cuerdas, fueron la base para el mayor lucimiento del cuerpo de baile, los solistas, los artistas de carácter y la dirección coreográfica y dramática.
Así, la conocida historia, fundamental en el mundo de los relatos fantásticos, los mitos y las leyendas de la Europa profunda, pudo ser contada, recreada, una vez más. Y pudieron, asimismo, presenciarse de nuevo, pero de manera siempre diferente, las peripecias de los príncipes Aurora y Florimundo para realizar sus sueños luego del beso de amor ideal que a ella la sacaba de su sueño eterno.
Mas, antes del beso con la ayuda del hada de las Lilas, los amantes tuvieron que remontar la maldición de la resentida y malvada hada Carabosse (excelente caracterización, vestuario y maquillaje), superar la inevitable y trágica pinchada en el dedo con un huso, y romper el largo sueño de cien años de la princesa, de sus padres, de su corte y el reino entero.
Una de las imágenes más bellas y espectaculares -de algún modo culminación de todos los aciertos técnicos y artísticos mencionados- fue cuando el hada de las Lilas conduce a Florimundo en una barca en busca de Aurora: un sueño en sí mismo, un sueño dentro de otro sueño mayor. Y luego, cuando lo lleva por un bosque que, de tan espeso, parece caer del cielo.
Todos los bailarines del Royal Ballet cumplen con la más rigurosa preparación, pero cabe destacar a los dos protagonistas del jueves: Roberta Márquez y, en especial, Johan Kobborg.
Y sin dejar de lado, entre otros, a los solistas que interpretaron a los ''invitados especiales" de cuentos y fantasías ajenos: Caperucita, El Lobo, El Gato con Botas, Ricitos de Oro, La Bella, La Bestia y, en particular, al bailarín que recreó al Pájaro Azul. Esta parte casi final agrega más fantasía a la fantasía y un colorido desbordante.
Entrar o salir del sueño
De ese modo, nada ajeno a La bella durmiente podía sacar a los presentes de esta paradoja: mientras el público no quería abandonar su propia ensoñación, uno de los aspectos centrales de esta historia de danza, música y dramatismo -aquí muy acertado, pero muchas veces descuidado por otros ballets- consistía en cómo Aurora no debía caer en la maldición del sueño eterno y, llegado el caso, cómo salir de él.
Y no pudieron sacar al público de ese embeleso ni la ya citada y desangelada atmósfera previa, ni la falsa noticia de que en el auditorio se encontraba el presidente Felipe Calderón -aunque sí su esposa Margarita Zavala y sus hijos-, ni la presencia de algunas estrellas de la televisión y sus acompañantes, quienes en los intermedios deambulaban en la orfandad porque no hallaron la pasarela que esperaban encontrar.
En ese desamparo, como fuera de lugar, parecían dos mujeres jóvenes que ya iban de salida, creyendo que la función había concluido con el segundo acto, y preguntando una de ellas a la otra: ''¿No la tenía que rescatar el novio?" Por fortuna, una de las vigilantes les aclaró el asunto. Pero a partir de ese momento, y en medio de la función, varias personas (pocas en términos porcentuales), cansadas o aburridas, comenzaron a salir del auditorio.
Sin embargo, casi todos los espectadores, como el mismo Florimundo, subieron con facilidad a la barca del ensueño del ballet real inglés. Uno de ellos fue el bailarín, espectador y director de la revista DCO (Danza, Cuerpo, Obsesión), Gustavo Emilio Rosales, quien resumió así el espectáculo:
''Espléndido, de gran musicalidad y una elegancia muy particular. El montaje mostró una enorme generosidad a nivel expresivo. Aun con las limitaciones que todos sabemos tiene el Auditorio Nacional para espectáculos de ballet, esta compañía se adaptó extraordinariamente bien.
''En lo técnico los bailarines estuvieron soberbios, sobre todo en la sincronicidad. El trabajo de detalle fue muy fino y destacó el tempo que poseen. En esta compañía los bailarines que van emergiendo ya muestran un potencial enorme. Y el sábado será la función de las grandes estrellas."