Danilo de Marco en México
Ampliar la imagen Fotografía de Danilo de Marco, incluida en su exposición Resistencias que ayer se inauguró en el Museo Regional de Guadalajara
Este viernes se inauguró en el Museo Regional de Guadalajara una magna exposición fotográfica titulada Resistencias, del fotógrafo italiano Danilo de Marco. La muestra se ha presentado previamente en Chihuahua, en el Distrito Federal y en San Miguel de Allende. En esta itinerancia han participado varias instituciones: las autoridades culturales de la Regione Autonoma Friuli Venezia Giulia, de Italia; el Festival Internacional de Chihuahua; la Coordinación de Museología del Instituto Nacional de Antropología e Historia; el Museo Regional de Guadalajara; la Biblioteca México del Distrito Federal, y la Coordinación Nacional de Artes Plásticas del Instituto Nacional de Bellas Artes. El periplo de esta exposición concluye, pues, en Guadalajara, en la espléndida sede del Museo Regional. De manera increíble, Resistencias no ha recibido la atención mínima de los medios y de los especialistas; estas lí-neas intentan superar el silencio que se ha tendido a una de las exposiciones fotográficas europeas más importantes de las décadas recientes.
Conocí a Danilo de Marco en la ciudad de México hacia el año de 1997. Llegó a mi casa para entrevistarme sobre varios aspectos políticos de México y de América Latina. Había leído ya dos libros míos: Guerra en el Paraíso y Chiapas, la rebelión indígena de México. También me di cuenta que conocía varias regiones cruciales de México, particularmente Guerrero y Chiapas, porque entendía a fondo los temas mexicanos que me planteaba durante la entrevista. Danilo de Marco había trabajado durante muchos años para diarios y revistas italianas como Corriere della Sera, La Repubblica, L'Unitá, Il Manifesto y otros medios gráficos. También colaboraba en publicaciones francesas como Le Monde Diplomatique y Le Nouvelle Observateur. Aunque mantenía una estrecha relación con Italia, particularmente con el Friuli, en la región norte del Veneto y la Giulia, vivía en París.
Al cabo de nuestra conversación, comprendí la otra naturaleza de Danilo de Marco: la del artista. Su trabajo periodístico era una faceta adicional, quizás vinculado con su gran dominio del lenguaje y de la escritura. Muy buen lector de ensayo y de poesía, su círculo de amistades abarca poetas, artistas plásticos, periodistas y luchadores sociales de gran parte del mundo. Pero el arte fotográfico es su trabajo esencial. Danilo de Marco no sólo mira el mundo y los pueblos que lo habitan, sino que logra una peculiar relación, un profundo encuentro, sorprendente y directo, con todos los seres humanos y regiones a los que se ha acercado su fotografía. Así como desde el fondo de un pozo se extrae en un cubo el agua trémula y limpia, Danilo recobra la mirada de un niño, de una mujer, de un anciano, de un hombre, de un luchador social, de una campesina; desde el interior de la vida humana trae en sus fotografías el agua limpia y viva de los ojos que lo miran.
En nuestro primer encuentro en México (siguieron muchos más en París, Udine, los prealpes, Spilimbergo, Roma, Oaxaca) me conmovió su pasión por la vida de mi país, por los pueblos indígenas que yo conocía. Acepté participar con él en un primer libro conjunto: sus rutas numerosas por las tierras de México. Preparé para sus fotografías las Notas de viaje por algunos pueblos indígenas de México a partir del sustrato religioso que el hombre occidental no entiende ya y que aún comprendían los griegos y romanos de la antigüedad: que el planeta no es algo inerte, inanimado, sino un ser viviente.
En 1999, presentó en la capital de Friuli, en Udine, en el norte de Italia, en la tierra de Tina Modotti y de Pier Paolo Pasolini, una formidable exposición fotográfica titulada Il sale de la terra (La sal de la tierra). Durante las últimas semanas de octubre de ese año acudimos escritores y dirigentes sociales de seis regiones del mundo: Italia, Francia, Kurdistán, China, Brasil y México. El 17 de octubre de 1999 estuve en la inauguración con el escritor italiano Erri de Luca; días más tarde, estuve con Joao Pedro Stedile, dirigente del movimiento brasileño de los sem terra. Después, llegaron Pedrag Matvejevic, Arturo Carlo Quintavalle, Claudio Magris, Gianni Sofri, Mauricio Chierici, Jacques Derrida y Nezan Kendal. Cada uno de nosotros había escrito un texto para la magnífica edición que el CEVI (Centro del Voluntariado Internacional de Udine) presentó el mismo día de la inauguración con el material de la exposición. El libro también se llamó Il sale de la terra.
Pues bien, un año antes de esa exposición, Danilo de Marco nos había convocado por el poder profundo de su trabajo, por la pasión con que había situado su arte en el centro del mundo: todos los pueblos que luchan por su dignidad eran el centro del mundo. Cada uno de nosotros lo conocíamos por distintos caminos. O mejor, nos habíamos encontrado con él en cierto momento de su largo camino por nuestros países. Antes de esta exposición, como lo he apuntado líneas arriba, Danilo y yo habíamos publicado ya dos libros en Italia. Uno sobre los pueblos indígenas de México y otro sobre los pueblos guerrilleros de Guerrero y Chiapas. Conservo de su recorrido por México una foto admirable de la madre de Lucio Cabañas, la única foto quizás que un artista de la dimensión de Danilo de Marco le haya tomado alguna vez. La mirada serena y sonriente de la anciana está expresando la confianza ante ese amigo que trata de encontrarse con ella a través de la cámara fotográfica. Gracias a Danilo, la madre de Lucio nos mira desde esa foto también como a un amigo.
En La sal de la tierra Danilo recorrió cinco regiones del mundo para entender la lucha de los pueblos como la lucha de todos los hombres. En Francia se ocupó de las familias de los trabajadores ilegales, de los sans papiers. En México, de los pueblos indígenas. En China registró la resistencia tibetana. En el Kurdistán la lucha de los kurdos. En Brasil el movimiento de los sem terra. En el año 2001, La Jornada publicó un suplemento fotográfico con una muestra selecta de tres de esas regiones.
En esa ocasión comenté que el arte de Danilo de Marco era político en el más limpio y antiguo sentido de la palabra y un arte de la fraternidad donde se escuchan las voces lejanas o cercanas de todos los hombres. La fuerza inmensa de la que nace su arte nos deja ver, comprender, que la lucha de un pueblo en cualquier parte del mundo por la dignidad, por la libertad, engrandece en realidad la vida de todos los hombres, como el movimiento de un pequeño astro colabora en el universo con el movimiento de todas las estrellas. Porque la dignidad del pasado, comentaba entonces, la dignidad humana y la libertad que ganaron nuestros abuelos o los padres de nuestros abuelos no aseguran nuestra propia libertad y nuestra propia dignidad. Cada generación debe luchar por su propia dignidad.
A esas luchas, a esa fuerza de cada generación, de cada pueblo del mundo, Danilo de Marco las llamó en 1999, pues, La sal de la tierra. En torno a ese trabajo de 1999, Claudio Magris apuntó: ''...nos recuerda que el rostro del hombre se parece a la tierra. En sus fotografías los rostros andan marcados de pliegues como los campos por surcos húmedos de sudor, excavados por intemperies naturales y sociales, como los palos carcomidos por las lluvias, iluminados por sonrisas claras y luminosas como un manantial de agua o un cielo limpio y con viento".