Fuenteovejuna
No siempre los dramas reflejan de manera mecánica la sociedad en que se producen, pero en los clásicos de los Siglos de Oro es fácil ras-trear en retrospectiva las condiciones sociopolíticas de la España de entonces. Para muchos Fuenteovejuna de Lope de Vega es un grito libertario pero en realidad y como otras obras de la época, pero de manera muy señalada en ésta, marca el final del feudalismo con esa alianza de los reyes que resuelven y hacen justicia, con el pueblo y en contra de los señores de horca y cuchillo que sometían a las poblaciones, para consolidar la monarquía. Luis de Tavira encuentra, con toda razón, que en la actualidad la obra de Lope ya no está reflejando nuestra circunstancia, sobre todo por su exaltación de los monarcas, y hace una adaptación libérrima más acorde con lo que ocurre, máxime que el espectáculo será llevado a diferentes pueblos michoacanos en su carromato de comedias Rocinante. Lo que propone el autor es de enorme audacia pero al mismo tiempo algo muy necesario y consiste en devolver la dignidad a los campesinos mexicanos dándoles la razón de su permanencia en el terruño natal con alguna esperanza de que, por fin, las cosas cambien para ellos.
Tavira toma lo esencial del drama, añade algún personaje y quita otros, utiliza algunas poesías de otros textos y otros autores y escenas en prosa de su cosecha, pero lo trastoca de manera definitiva al mostrar a los Reyes Católicos como indiferentes paseantes entre los campesinos torturados, al tiempo que los que escapan desean tomar acuerdos -el fraile bueno propone que, como es el día de San Andrés los acuerdos tomen ese nombre-, que finalmente son traicionados. No es sólo el zapatismo, sino la violenta represión que se sufre en varias partes del país lo que nos llega a la mente y, en contraste, humaniza al Comendador de Calatrava al hacerlo víctima de una pasión amorosa, no meramente lujuria, por Laurencia. Con ello, a mi parecer, nos está indicando que estos seres brutales e injustos no son bestias arquetípicas sino personas reales, lo que da la justa dimensión de las aberraciones que acometen con total impunidad. No serán las máximas autoridades las que hagan la justicia que esperan esas mujeres del final, tan arraigadas a la tierra, sino las personas humildes que ya están reconociendo la valía de su ser y su propia dignidad y que podrán a la larga o a la corta, revertir el orden de las cosas.
Esta vez la escenografía de Philippe Amand para la carpa del Rocinante consiste en una amplísima escalinata, con dos salientes, que simula mármol y con un enrejado en la parte alta posterior. En ella el director Mauricio Pimentel logra ubicar todos los espacios que el texto pide con un trazo escénico de primer orden y con algunos momentos de gran plasticidad apoyados, algunos de ellos, por la iluminación de Amand. Conserva la idea implícita en la versión de Tavira de jugar con elementos del vestuario -de Gabriel Ancira- de época mezclados con otros actuales, el armamento igual espadas y lanzas que modernas armas de fuego, canciones -originales de Alberto Rosas Argaez- entonadas con ritmo indígena y el baile -la co-reografía general es de Marco Antonio Silva con la asesoría en baile de Tierra Caliente de Martín Pérez- es un zapateado autóctono. Las escenas de tortura, que en el original no se ven, aquí se dan muy arriba y muy atrás, pero de todas maneras impactantes, como lo son las escenas de violencia que contrastan con la alegría ingenua de los campesinos en el campo o de las mujeres al lavar la ropa.
El reparto resulta muy homogéneo, con Enrique Arreola como Fernán Gómez y Teresa Rábago que encarna a Matilde y a la vieja como actores invitados y en el que destacan también Mónica Gutiérrez como una excelente y matizada Laurencia, Fernando Rubio como Esteban, Gerardo Zarzueta encarnando a Frondoso -y dobleteando otros papeles-, Olga González como Jacinta, Gisela García como Pascuala y el gracioso Mengo de Rafael Covarrubias. El elenco se completa de muy buena manera con Emmanuel Varela como Flores y el Juez; Marco Norzagaray como Ortuño, el Obispo y el Verdugo; Gabriel Soberón como Cimbranos, Leonelo, Centinela e Inquisidor; Julio Infante como Juan el rojo y un soldado; César Ríos Legaspi como Barrildo, un niño y el Maestre de Calatrava; Rocío Ramón como Inés; Quy Lan Lachino como María; el propio Mauricio Pimentel como el fraile y Bernardo Benítez como un soldado, un centinela y don Manrique.