Antróbiotica
Tabaco: etimología y vindicación
Ampliar la imagen Huichol fumando Foto: Fabrizio León Diez
UNO. COMO VAN las cosas, cualquier día d'estos nos van a prohibir fumar en todos lados. En España ya es así; en Inglaterra, creo, también. Se trata de vivir más, de sobrevivir a toda costa, de aplazar la llegada de lo único real y deseable que tenemos, lo único que de veras sí sucede, como si cien años de vida humana (individual o colectiva) valieran más que un segundo en la vida de un perro o cualquier bestia. (Al beasts are happie, gritaba Faustus en los últimos momentos, For when they die,/ Their soules are soone dissolud in elements.) De güeva, pues.
DOS. SI ALGUIEN se detuviera a escucharla, el tabaco sí merecería una vindicación. Qué buen pedo: la palabra se extendió gracias al español. Su primera aparición escrita está en el capítulo I de la Hystoria de las Indias, de Oviedo, de 1535: "Aquel tal instrumento con que toman el humo, o a las cañuelas que es dicho, llaman los Indios Tabaco: e no a la yerva o sueño que les toma (como pensavan algunos)"; la segunda, en el capítulo IV: "En lengua desta isla de Haiti o Española se dice tabaco." Según él, tobago llamaban en Haití a la pipa con forma de Y en que se fumaba; según el bueno de Bartolomé de las Casas, el tabaco era el churro en sí. El diccionario de Autoridades cita este encantador pasaje de la Historia natural y moral de Indias, del padre Joseph de Acosta: "Es el tabaco un arbolillo, ù planta assaz común; pero de raras virtudes." Acosta publicó su historia en 1590; para entonces la palabra ya tenía al menos 13 años en el inglés: en 1577 había aparecido en una traducción del español; en 1588 en un recuento de viajes: "There is an herbe [in Virginia] which is called by the inhabitants Vppowoc: in the West Indies it hath diuers names... The Spanyards call it Tabacco"; en el propio 1590 el gran jefe Spenser la coló en unos versos de su Faerie Queene: "There, whether yt divine Tobacco were, Or Panachæa, or Polygony, She fownd". (Ya se sabe: el Queene puede ser entretenidísimo o aburridísimo; el libro III, donde están esos versos, es el de la castidad. Tú dirás.) También del español brincó al francés: primero como tabacco (1555, según esto), después como tabac (1599). La verdad, aunque en inglés existe un muy gustable Farewell to tobacco (es de Charles Lamb; comienza: "May the Babylonish curse,/ Strait confound my stammering verse,/ If I can a passage see/ In this word-perplexity,/ Or a fit expression find,/ Or a language to my mind,/ (Still the phrase is wide or scant)/ To take leave of thee, great plant!"), las más sabrosas explosiones tabaqueras deben ser de los libertinos franceses del siglo XVIII.
TRES. ANTES QUE en esos babeantes, eréctiles, sudorosos, cochinos, queridos autores, en el acto I, escena 1, de Dom Juan de Molière, hay una vindicación del tabaco. Con corte y confección va así: No importa qué digan Aristóteles o la Filosofía toda, nada hay igual al tabaco: "es la pasión de la gente honesta, y quien vive sin tabaco no es digno de vivir. No sólo solaza y purga el cerebro humano; también instruye en el alma virtud y uno, con él, aprende a ser un hombre honesto. ¿No ves la manera en que, desde que lo toma, uno lo comparte, y de qué manera goza de darlo a diestra y siniestra, por todos lados? Ni siquiera espera el fumador a que le pidan: se adelanta al deseo de la gente: así de cierto es que el tabaco nos inspira sentimientos de honor y de virtud". Exagera, obviamente, pero no tanto. En el mejor de los casos, quien extrae un cigarro busca también su compartición; en el mejor de los casos, no participa de la avaricia del comesolo ni de la codicia del que lo ve comer. El que pide un cigarro o el que lo ofrece al sexo de su preferencia está dando un primer y encantador (al menos en teoría) paso hacia el encontrón de los dedos, las bocas abiertas y los otros orificios a la espera. Ojalá que siempre se lograran. Ya ha aparecido aquí la historia de Margot la Ravaudeuse, en el libro de Fougeret de Monbron (1750), que ejecuta "cien impertinencias" para seducir a un barón alemán en la ópera, entre ellas, cachondísimamente, abrir y cerrar su tabaquera "de oro". Casanova, a eso de los 18 años, puso a circular su tabaquera -"de excelente tabaco español"- por una mesa para tratar de cogerse a una tal Donna Cecilia. Seguramente lo logró. (Quien quiera repasar lo que escribieron los otros libertinos franceses sobre el tabaco puede revisar el capítulo en el ponedor L'amour gourmand, de Serge Safran.)
CUATRO. SOBRE LA casa, al día siguiente, pesa una nube como humedecida de humo rancio; las amigas (algunas de ellas, al menos; las que no fuman) te ven con un poco de asco; la boca sabe a polvo, la garganta sabe a pozo sin salida; los restos de nicotina te destruyen los dientes lenta e irrefutablemente; el color gris avanza hacia los bronquios, los bronquiolos, los pulmones. Es obvio que cualquier día d'estos nos van a prohibir fumar en cualquier lado. Mejor así, al fin que ya nos prohibieron todo lo demás. Mejor el pequeño crimen (y de vuelta a Paz), mejor el gargajo metafórico y el cigarro, mejor su yedra ponzoñosa que dar vuelta a la noria que cambia la eternidad en horas huecas y exprime la sustancia y la delicia de la muerte.