La síntesis de mis formas está influida por la filosofía zen, expresa Hugo Velásquez
''Si un día, al abrir el horno, dejo de sentir mariposas en el estómago, me retiro''
Los artistas traen sus ideas y nosotros, en el taller, ayudamos a realizarlas, dice el ceramista
Ahora ve reflejado en su obra que ''todo trabajo tiene una cadencia y un ritmo''
Ampliar la imagen Hugo Velásquez muestra una de sus creaciones en cerámica, incluida en la exposición que presenta en la Casa Lamm Foto: Germaine Gómez Haro
El ceramista Hugo X. Velásquez expone obra en la Casa Lamm. En esta parte de la entrevista recuerda sus vivencias al lado de artistas como Francisco Toledo y otros con quienes ha tenido contacto en su taller de Cuernavaca.
-Paralelo a su creación, se ha desempeñado como maestro y asesor de muchos artistas que han buscado incursionar en la cerámica, como Francisco Toledo, quien realizó algunas de sus mejores obras murales en su taller. ¿Cómo fue la relación con Toledo?
-Más que dar clases, me he limitado a asesorar en la técnica. Los artistas traen sus ideas y nosotros los ayudamos a realizarlas. A Francisco lo conocimos porque nuestras hijas, Laureana y Sol, eran compañeras en la escuela. Francisco fue al taller de Tacubaya hace como 30 años.
''Ya en Cuernavaca, regresó y estuvo trabajando con nosotros como dos años. Hizo unas piezas padrísimas. Recuerdo que no se podía estar quieto, andaba de allá para acá, garabateando por todos lados. Desarrolló la técnica tan bien, que realmente ya no preguntaba nada, era totalmente autónomo.
''Me acuerdo de una anécdota muy chistosa: estábamos trabajando en el taller unas bases para lámparas que eran un encargo. El dueño, un arquitecto de esos muy elegantes, se empeñó en venir a recogerlas un domingo. Yo le advertí que no tenía a mis ayudantes y que íbamos a tener que cargarlas nosotros. No le importó e insistió en recogerlas ese día.
''Toledo estaba trabajando por ahí solito y de pronto se echó en el suelo bajo una sombra a descansar. El arquitecto y yo cargue y cargue las piezas y de pronto me dice: '¿Qué, ése que está echado ahí no nos puede ayudar?', y yo le contesté: 'Pues sí, si le puede pagar su tiempo, porque ése que está ahí se llama Francisco Toledo'. Imagínate, Francisco siempre tan sencillo que pasaba desapercibido.''
Lo importante no es la forma sino el vacío
-Además de sus hermosas vasijas, ollas, jarrones, hace ya varios años que realiza la serie de las piedras, ''esculturas de piedras encimadas y ensimismadas", como las llama Carlos Payán. ¿Cómo surge este tema?
-Hace años Toledo me prestó su casa en Oaxaca -donde ahora está el Instituto de Artes Gráficas- para pasar las vacaciones de Año Nuevo con Aurora y mis hijas. También nos presentó a un compadre muy simpático que nos invitó al festejo en su casa de Teotitlán del Valle. Después de la cena comenzamos a ver que muchísimas personas -niños, ancianos, hombres y mujeres- iban caminando hacia una especie de llano. Salimos detrás de ellos y vimos que, alumbrados con velas y lámparas, se agrupaban y hacían unos pequeños montículos de piedras.
''El compadre nos explicó que se trataba de la tradición para formular sus deseos para el año entrante. Nosotros nos hicimos a un lado, recogimos unas piedritas y las apilamos en forma de una casa, que era en ese momento nuestra máxima ilusión: hacer nuestra casa en Cuernavaca. Un tiempo después lo conseguimos y esa fue la mejor decisión que hemos tomado en nuestra vida.
''Siempre relaciono esa historia con mi gusto por recolectar piedras en el campo. No las colecciono, simplemente las guardo. Y no porque sean bonitas, interesantes o raras, solamente me cierran el ojo y me las traigo. Alguien me dijo que también (José) Saramago tiene esa costumbre. Un día se me ocurrió traducirlas a la cerámica y comencé a hacer los montículos de piedras grandes. En la exposición hay dos que, por cierto, están dedicadas a Oaxaca, como un símbolo de mi solidaridad con el movimiento social. Una de ellas lleva impresas en la superficie de las piedras las huellas de las alambradas.
''Después me invitaron a participar en una exposición en Bosnia, con una pieza que debía medir 15x15x10 centímetros. Era una venta para contribuir a la limpieza de minas personales de los campos. Se me ocurrió reducir la escala de los montículos de piedras y como me costó tanto trabajo, hice muchas, me piqué y las he seguido haciendo con sus variaciones.
''Volviendo al tema de las piezas dedicadas a Oaxaca, una de ellas tendría que estar ahora en una exposición allá. Resulta que fui jurado en la Bienal de Cerámica Utilitaria en el Franz Mayer y esa pieza -Oaxaca I- formaba parte de una exposición que habría de itinerar a Oaxaca. Las autoridades del museo decidieron que, por 'razones de seguridad', mi pieza no viajaría porque presentaba una fisura en la base. La gente de conservación dijo que no debía moverse, pero tampoco me lo consultaron, pese al interés especial que yo tenía por mostrar esa pieza en Oaxaca. Dijeron que no podían hacerse responsables, a pesar de que al recoger la obra en mi casa, me entregaron un recibo que decía que las obras estaban en buen estado de conservación. Oaxaca I tiene una fisura con la que puede vivir indefinidamente, y lo digo como experto en cerámica. Además, yo me hubiera hecho responsable de su estado, si me lo hubiesen consultado. Lamentablemente no lo hicieron y la obra no se verá allá, pero la tenemos en la Casa Lamm.''
-¿De qué manera se enlazan estas obras que ha llamado Piedras de sombra con la serie de Cerámicas zen?
-Un día leí una nota que decía que al hacer un cuenco o una olla, lo importante no es la forma sino el vacío. O sea que la forma sirve en función del vacío. Eso me gustó mucho y tiene que ver con la filosofía zen. Entonces empecé a pensar en la síntesis de mis formas. Paralelamente estaba trabajando en encontrar la fórmula correcta para hacer un cuerpo cerámico que aguantara el impacto al soltarlo al azar. Pensaba en las servilletas que uno deja sobre la mesa todas arrugadas. Quería lograr en cerámica ese efecto de paño arrugado y con dobleces.
''Después de muchas pruebas, conseguí esa plasticidad que me permite aventar una tortilla de barro muy delgado sobre la mesa y pasarlo al horno sin que se rompa ni pierda su movimiento y elasticidad. Es emocionante y muy divertido ver las formas que surgen de manera natural y espontánea. Es una acción muy libre, no interviene la razón. Es como el jazz, no se puede hacer 'por nota', hay que improvisar. Uno de los grandes aprendizajes en el taller de Karen y M.C. fue que todo el trabajo tiene una cadencia y un ritmo. Ahora, después de todos estos años, lo veo reflejado en este trabajo.''
El horno es inflexible
-En diversas ocasiones ha hablado de la angustia que le provoca ''el tiempo del fuego". Con todos estos años de experiencia y más me mil hornos quemados, ¿sigue sintiendo esa angustia?
-¡Ay, Germaine! ¡Qué te puedo decir! Uno tiene la pieza en sus manos durante todo el proceso y es el único responsable de su forma. Cuando la pieza abandona las manos y es depositada en el horno, se cierra la puerta, y de ahí en adelante uno pierde el contacto íntimo que durante tantos días se ha tenido con ella físicamente. Normalmente encendemos el horno muy temprano, antes de que salga la luz, y permanece vivo hasta el atardecer, o sea, alrededor de unas 13 horas. Durante todo ese tiempo me siento inevitablemente preocupado y con muchas ganas de ver qué está pasando. Por eso te decía que el horno es el factor que me sitúa dentro de la realidad. Ahí no hay historias: o te equivocas o le atinas, no hay término medio. El horno es inflexible, determinante. Nunca puedo estar seguro de qué voy a encontrar al abrirlo... ¿Cómo no me voy a angustiar? Ahora bien, si empezara a sentir que las cosas van a salir así nomás, en ese momento dejo de hacer cerámica. Me retiro.
-¿Y qué papel juega el azar?
-Mmmmmmm, no sé bien. No tengo certezas. La preparación del cuerpo cerámico se hace mediante una fórmula precisa, digamos que casi matemática. Quemamos a mil 280ºC, ni un grado más ni uno menos. Cuidamos el tiempo y todos los detalles, y, sin embargo, no existe la certeza. Además, yo quemo con humo dentro del horno para conseguir efectos más dramáticos, y eso nunca se sabe cómo va a resultar. Tal vez sí actúe el azar en algunos casos, como en las piezas de Porcelana zen. Ahí sí las formas son obra del azar.
-Y la emoción, ¿es siempre la misma?
-¡Eso sí! Si un día dejo de sentir mariposas en el estómago al abrir las puertas del horno, se acabó: me retiro de la cerámica para siempre. Pero creo que eso difícilmente sucederá.
Con seguridad, mariposas de todos tamaños y colores seguirán revoloteando en el interior de Hugo Velásquez, por que su energía de niño travieso, su curiosidad y capacidad de sorpresa, su admirable sentido del humor y espíritu lúdico lo van a acompañar siempre en su incesante búsqueda de nuevas formas, texturas y volúmenes que seguirán despertando su asombro y el de todos sus espectadores. Su arte, delicado, fino, elegante, posee la belleza de un haikú: la máxima intensidad con el mínimo de recursos. Su cerámica es un poema en tercera dimensión, para el goce de la mirada y del alma.