Usted está aquí: domingo 1 de julio de 2007 Opinión Curioso juego el trabajo

Angel Luis Lara *

Curioso juego el trabajo

Paul Johnston, presidente de la corporación Entellium, está convencido de que los programas informáticos de empresa funcionarían mejor si tuvieran carácter lúdico. Por eso ha promovido el desarrollo de un software, para la gestión de la relación con sus clientes, que emula un videojuego. La dirección de la corporación, con sede en Seattle, observó que el software aplicado para el control de sus trabajadores generaba desconfianza entre ellos, así que decidió cambiar y estirar la sutileza: en abril introdujo un programa que adapta una serie de técnicas de juego al desempeño del trabajo diario de sus empleados. El programa se llama Rave, la misma palabra que puso nombre a las grandes fiestas de música tecno, que se extendieron por Occidente a partir de los años 90. Hace unas semanas el New York Times se hacía eco de la noticia y titulaba a varias columnas: "Por qué el trabajo se parece cada vez más a un videojuego".

Definitivamente, la infoesfera se ha convertido en el espacio más potente de fabricación de imaginarios. Las informaciones producen imágenes y las imágenes generan narraciones. Lo verdaderamente interesante de la imagen no es tanto su capacidad para representar la realidad, como su potencia a la hora de imponer marcos narrativos que estructuran la realidad, modificando el significado que atribuimos a las experiencias que vivimos. Las relaciones de poder se modulan cada vez más en la infoesfera a través de ejercicios narrativos calculados. Cuentas y cuentos se entretejen en la dominación de nuestros días. Quien anuncia con bombo y platillo la equiparación del trabajo con el juego sabe muy bien el efecto de realidad que quiere producir. Pero, ¿es realmente el trabajo un juego?

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), cada 15 segundos fallece una persona en el mundo a causa del trabajo, lo que equivale a 6 mil muertes diarias. Según la misma fuente, 2 millones 200 mil empleados pierden la vida anualmente por razones derivadas de la actividad laboral que desempeñan. De éstos, 22 mil son niños. Todo estudio que cruza las variables de las políticas neoliberales de restructuración del trabajo con la evolución de la siniestralidad laboral en años recientes concluye que existe una relación directa entre ambos fenómenos.

La caída del Muro de Berlín, en 1989, desató el delirio generalizado en los centros de producción de imaginarios para la dominación. A la declaración solemne del final de la historia, por Fukuyama, le siguió la enunciación del fin del trabajo por Jeremy Rifkin. La realidad se ha encargado de desmentir ambos disparates. Por ejemplo, cada vez se trabaja más. En un reciente estudio sobre tiempo de trabajo, la OIT estimaba que más de 600 millones de personas laboran más de 48 horas semanales y que 22 por ciento de la fuerza de trabajo mundial está sometida a jornadas excesivas. No obstante, se trabaja mucho más de lo que la OIT calcula. La luz de sus estadísticas es capaz de alumbrar las realidades formales del empleo, pero deja en sombra las realidades informales del trabajo. Su mirada no alcanza. El trabajo se hace cada vez más invisible. Veamos por qué.

Con el fin de la hegemonía de la gran fábrica, a partir de los años 70, se desarrolló una paulatina socialización de los procesos productivos: la fábrica se hizo social y se disolvió, fundamentalmente, en las grandes concentraciones urbanas. La generalización de la externalización y de la subcontratación provocó el ocultamiento formal de segmentos enteros productivos, al tiempo que operó como estrategia de precarización del empleo y de reducción de los costos laborales, también de volatilización de los derechos de los trabajadores. Con el desarrollo de la informatización y del teletrabajo, así como con la centralidad de los procesos de producción inmaterial, el trabajo no sólo se ha invisibilizado, extendiéndose al conjunto de los espacios, sino a la totalidad de los tiempos de la vida social.

En este contexto, emerge el carácter servil del trabajo en los circuitos de la precariedad laboral de nuestros días. Nadie puede ya disponer libremente del propio tiempo. El tiempo no pertenece a los seres humanos concretos y formalmente libres, sino al proceso integrado de trabajo, al que estamos permanentemente conectados con terminales como el teléfono celular, por ejemplo. Como señala Franco Berardi, el esclavismo contemporáneo no está establecido formalmente por la ley, sino rigurosamente incorporado a los automatismos tecnológicos, síquicos y comunicativos. El precio de los estragos que genera en las personas puede calcularse con base en el aumento del consumo de sicofármacos en años recientes. Va un ejemplo: Reino Unido registra un abuso tan elevado de Prozac, que el medicamento está presente incluso en el agua de consumo doméstico, según ha revelado la Agencia Británica del Medio Ambiente. El antidepresivo acaba en los ríos y en el sistema de alcantarillado en tal cantidad, que pese al efecto de las depuradoras retorna de nuevo a los grifos de las casas. Va otro dato: según las autoridades de la Unión Europea, el estrés laboral es el segundo problema de salud más frecuente en su territorio. La patología se traduce en hiperactividad emocional con predominio de daño fisiológico, trastornos metabólicos y cardiovasculares o conductas autolesivas, que llegan hasta el suicidio. En fin, curioso juego el trabajo.

* Miembro del Grupo de Investigación en Ciencias Sociales del Trabajo Charles Babbage de la Universidad Complutense de Madrid

 
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