En un jarrito
Tienes una buena biblioteca, ordenada. Sabes que no has leído ni la mitad de los libros que posees. Pero compulsivamente visitas librerías y compras libros que quieres leer. ¿Cuándo? Eres escritor; dedicas diariamente a la lectura cuatro o cinco horas de tu tiempo de trabajo, pero llega el momento en que ni añadiendo a éste las horas del insomnio te alcanzan para leer todo lo que quieres y necesitas y añoras y debes leer. La observación de que hay más tiempo que vida te asfixia. Con un rasgo de optimismo decides que te quedará lucidez como para querer y poder leer cuando mucho una década o apenas un poco más, pero ni exagerando el buen ánimo te atreverías a afirmar que es suficiente para lo que hasta ahora sabes que quieres leer, y mucho menos si tomas en cuenta lo que además supones que querrás leer mañana.
Me sucede lo mismo que a ti. Por eso celebro que se publiquen obras breves y representativas de autores grandes en ediciones pequeñas, ligeras, en papel duradero y con tipo legible. En pocos días, en ratos perdidos, últimamente he leído un puñado de este tipo de textos de autores sin excepción imprescindibles. Un sueño y otros aforismos, de Georg Christoph Lichtenberg, seleccionado, traducido y prologado por Juan Villoro, y aperitivo o postre del volumen similar, pero más extenso que hace unos años él mismo preparó de este físico alemán del siglo XVIII para el Fondo de Cultura Económica, el anterior, para la Universidad Nacional, ambos para México. Y también en traducción de Villoro, para las ediciones del Acantilado, de Barcelona, El teniente Gustl, de Arthur Schnitzler, que igualmente leí de una sentada y con gran placer. Antes o después, me entretuve con Editar "Guerra y paz", de Mario Muchnik, de su propia editorial en Madrid, que me sugirió estimulantes cuestionamientos y comentarios de los que rescato uno, la gran idea que es llevar un diario del libro que un autor escribe o edita o traduce, registrar la historia tras bambalinas de una obra, escrito que en buenas manos se desdobla en crónica, en denuncia, en autobiografía, que empieza por interesar y termina por conmover.
Por cierto, además encontré apilados entre novedades la Autobiografía de San Ignacio de Loyola, escrita en 1554 en realidad por el padre Luis González a quien San Ignacio, tras años de que diferentes personas a su alrededor se lo insistieran, se la narró. El padre González escribió una parte de esta biografía en español y otra en italiano, según los amanuenses de los que pudo disponer. Cómo me entretuve con esta lectura, sobre todo porque no conocía otra cosa de San Ignacio aparte de que a él se debiera la fundación de la Orden de los Jesuitas, y no imaginaba lo interesante que había sido su vida, la de un verdadero creador, alguien que del abismo o la oscuridad o la duda más profunda surge con una idea iluminadora, con un principio y una estructura de vida, para ser seguida por él mismo, pero de igual forma por otros. El prólogo de Ignacio Solares abre conocedoramente el camino. También leí El secreto de Augusta, de Joaquín María Machado de Assís, que me situó vívidamente en un melodrama costumbrista del Brasil del siglo XIX. Los dos últimos títulos, en una colección de la Universidad Nacional Autónoma de México llamada, en debido homenaje a Cervantes, Relato Licenciado Vidriera, fundada, igual que la de Pequeños Grandes Ensayos, y hoy dirigida por Alvaro Uribe, por Hernán Lara Zavala.
Más extenso que los demás libros que recojo en estas precipitadas líneas, y de un formato menos manejable, de la editorial El Naranjo y con prólogo de Francisco Cervantes, leí asimismo Infancia sin fin, de Fernando Pessoa. Son fragmentos sobre su infancia tomados o seleccionados de aquí y allá por Rodolfo Fonseca, y con minuciosas y evocadoras ilustraciones de Alvaro Santiago.
En un puñado de libros mínimos, decía, siglos de cultura y diferentes idiomas, español de hoy y de ayer, alemán, portugués, más un conjunto de autores, traductores, editores, prologuistas, ilustradores, fundadores y directores de colección de veras dinámico. Quería destacarlos a todos porque en estos días de lectura me dieron una idea de lo que son los hombres de letras y los admiré.