Usted está aquí: martes 3 de julio de 2007 Opinión Debate acallado

José Blanco

Debate acallado

El debate sobre el liberalismo, hoy acallado porque "¿qué se debate si no hay más?", está ahí tan inacabado como el primer día, y así permanecerá debido a una ecuación simple en sus fundamentos, pero irresuelta: libertad y justicia social como dimensiones de la vida humana que no han podido convivir.

Acomodados, pudientes y ricos no tienen dudas: el más alto valor humano es la libertad (de seguir haciendo lo que los ha vuelto acomodados, pudientes y ricos). Son una pequeña franja de la población del mundo. Los jodidos, los parias, los pobres, los pobres de los pobres quieren libertad no a costa de la injusticia social. Son con mucho los más de este planeta y, no pocas veces, han expresado abiertamente valorar más alto la justicia social que la libertad (o que la democracia). Pero el poder está concentrado, fundido con la riqueza.

El debate planetario ha estado cruzado por demagogia, subterfugios argumentativos y razones, de veras razones. La democracia sin adjetivos es hermana gemela de la libertad irrestricta.

En México el debate comenzó en la primera parte del siglo XIX. Se han discutido sus raíces doctrinarias, la forma de adopción del ideario liberal en los albores de ese siglo, los proyectos políticos en que derivó la idea del Estado nación.

Es evidente el fracaso de la experiencia liberal en el poder como resultado de la drástica separación entre las instituciones liberales y los pactos constitucionales que las originaban, en el marco de una cultura política ciudadana imposibilitada para dar vida a instituciones efectivamente liberales.

Han sido significativas las reconstrucciones históricas de la experiencia liberal, ya como continuidad con particularidades específicamente mexicanas (Reyes Heroles), ya como rupturas, entre la república restaurada, el porfirismo y los regímenes "emanados" de la Revolución Mexicana (Daniel Cosío Villegas, por ejemplo).

Para algunos estudiosos, el régimen democrático que intentaba establecerse en México desde la República Restaurada abandonó el principio de la libertad moral de las personas, que se traducía en libertad de opinión, expresión, asociación, en aras de concepciones deterministas y cientificistas: el positivismo comtiano que trajo Barreda y que se vuelve más tarde la orientación de fundamento del régimen oligárquico de Díaz. Los grupos dominantes buscaron que la sociedad asumiera una posible unidad u homogeneidad total de las cosmovisiones de los mexicanos.

José María Vigil en la primera parte del siglo XIX y Antonio Caso en años tempranos del XX fueron defensores permanentes de la libertad individual y de la pluralidad que ello entrañaba, y desde sus propias posiciones se sumaron a Mariano Otero respecto de su idea de "un acuerdo en lo fundamental" para la diversidad social mexicana. ¿Puede haber un aprendizaje social en México capaz de hacer que la sociedad asuma ideas como éstas sobre la libertad y la posibilidad de un acuerdo en lo fundamental?

Al festejarse el centenario de la Constitución de 1857 Reyes Heroles nos comunicó que en México había surgido una institucionalidad moderna que compartía con Occidente, que implicaba la crisis de los estados liberales y la paulatina emergencia de valores donde convivían las libertades sociales y políticas y la justicia social (el contexto internacional: el Estado de bienestar). En el medio de esta tensión entrambos valores podía hallarse el origen del Estado revolucionario, referente de la identidad mexicana por varias décadas, cuyos afanes también fueron ser pensamiento único.

De estas coordenadas políticas y culturales Reyes Heroles ligó la herencia liberal con el ideario de la Revolución Mexicana. Contemporáneamente, Cosío Villegas y Jesús Silva Herzog criticaron el carácter autoritario de los gobiernos de la Revolución.

Daniel Cosío Villegas habló del resurgimiento de un neoporfiriato durante el alemanismo, fruto del abandono de los ideales de justicia social y la inexistencia de instituciones de veras liberales. En su mirada aparecía una elite gobernante que vivía una profunda crisis moral que la ubicaba muy por debajo de los objetivos de la revolución, de democracia, crecimiento económico y justicia social.

Cosío y Reyes Heroles buscaban nuevos significados al pasado. Buscaron en éste orientaciones éticas y políticas para el futuro de un país que dedicó buena parte del siglo XX a desentrañar su propia identidad. Reyes Heroles buscó la razón de ser del Estado social de derecho en el México posrevolucionario y el perfil ético del intelectual político que él mismo encarnó de manera notable.

Cosío Villegas, se diría, no buscó comprender la naturaleza del Estado mexicano y sus transformaciones, sino los vicios a la vista de la forma de gobierno y de los mecanismos de legitimación con los que operó. A él le interesaba revitalizar el ideario liberal de los gobiernos que se sucedieron entre 1867 y 1876 y durante la fugaz etapa maderista, como armas para hacer la crítica y buscar la rectificación de los gobiernos de la Revolución. Mientras Reyes Heroles hurgaba en las entrañas del poder y de la razón de Estado, Cosío Villegas analizaba con detalle los contrapesos del mismo.

En tanto, socialistas y comunistas se sintieron ajenos a ese debate: son lo mismo, se dijeron, sin percatarse de que lo que buscaban era precisamente la justicia social, por encima de las libertades.

En los hechos, el nacionalismo revolucionario, un vestido del liberalismo social, se pudrió junto con el totalitarismo "socialista", y el discurso de los nuevos liberales empieza a oler a putrefacción. ¿Podremos empezar a discutir todo desde el principio?

 
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