Usted está aquí: miércoles 4 de julio de 2007 Opinión Lectura y transgresión de fronteras

Carlos Martínez García

Lectura y transgresión de fronteras

La lectura como ejercicio consuetudinario nos posibilita ir más allá de los límites que nos imponen el tiempo y la geografía. Nos muestra otros mundos: iguales, complementarios o distintos al nuestro, y así contribuye a valorarnos de forma más enriquecida. Como nunca antes, hoy los libros en su formato tradicional y nuevo (los disponibles en la red informática) son vehículos que nos transportan sin movernos físicamente del lugar desde el que realizamos su lectura.

Este artículo surge del estímulo de haber leído el libro más reciente de Carlos Monsiváis. Me refiero al pequeño volumen Las alusiones perdidas (Editorial Anagrama). La obra es el discurso, revisado y rescrito por el autor, que dio Monsiváis el 25 de noviembre de 2006, cuando recibió el Premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). Entonces hizo un breve recorrido de su periplo como lector de libros y películas. Además, con agudeza, se refirió a las transformaciones culturales experimentadas en México y sus repercusiones generacionales.

Carlos Monsiváis es, entre muchas otras posibles explicaciones de su persona y obra, un crisol en el que se funden elementos muy distintos y en apariencia contradictorios. De ahí su perfil tan singular como observador, y en mucho participante excepcional, de la abigarrada cultura mexicana. Algo de esto mencionó en la presentación del galardonado por la FIL el enorme escritor que es José Emilio Pacheco, al retomar lo dicho por Octavio Paz en 1972 ("Monsiváis: un nuevo género literario"), al describir lo que llamó "el ensayo-relato-crónica" que practica Carlos con maestría deslumbrante.

El analfabetismo funcional, cuyos magníficos representantes son de manera destacada los altos funcionarios del Partido Acción Nacional que llegaron al poder con Vicente Fox, y los nuevos en la administración de Felipe Calderón, evidencia la estrechez mental de esa clase gobernante y su incapacidad para vislumbrar otros horizontes distintos a los muy cortos que su miopía les permite atisbar. El aldeanismo, su parroquialismo, que aspira a revertir los logros de la libertad de conciencia, se muestra tanto en sus objetivos como en su forma de expresarlos. Por esto son frecuente referencia en los mordaces comentarios de Monsiváis, sobre todo en la sección semanal Por mi madre, bohemios.

En su Las alusiones perdidas recupera una cita de Wittgenstein: "Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo", y comenta que "Las personas y colectividades recurren cada vez más a menos palabras, y a éstas bajo presión, se las obliga a decir más cosas, lo que repercute en el periodismo, cuya autocensura más aguda, luego de la política, tiene que ver con el nivel de comprensión de sus lectores". Por contraste aquí está uno de los mayores aportes de la lectura, su innegable capacidad de subversión de los conservadurismos, de izquierda y derecha, que buscan reducir construcciones mentales de otros mundos posibles. Ya se sabe que a la libertad de imaginar, y leer es una forma de alimentar la imaginación transgresora, con frecuencia le siguen pasos prácticos que cuestionan los intentos dominadores de mentes y conductas.

Al ensanchar el lenguaje, al enriquecerlo con los libros y la vida, permitimos que otras perspectivas solidifiquen o cuestionen la nuestra. Al monólogo del analfabetismo funcional mencionado, lo subvierte el diálogo que escucha, mediante la lectura, otras voces, otros tonos y otras sensibilidades. Para entender las nuevas realidades, para nombrarlas y así aprehenderlas, hace falta acuñar palabras, conceptos, que nos permitan su descripción y transmisión en la colectividad de la que formamos parte. La lectura es un ejercicio que tiene una doble vertiente, al tiempo que nos desestructura también nos estructura, nos va construyendo, al exponernos a distintas formas de experimentar la vida.

En su análisis del estado de la capacidad de leer, y de entender lo leído, Carlos Monsiváis observa que "El mayor enemigo de la lectura no es el culto de las imágenes, ni el desdén por todo lo que envía a desenterrar un diccionario... sino la catástrofe en la educación pública y, quién lo dijera, privada, una demolición que vigorizan el desplome de las economías y el sopor ante la idea de las humanidades (si es que todavía se recuerdan)". Los datos de esa catástrofe son aterradores y los estragos provocados tienen costos socioculturales que en lugar de potencializar a los ciudadanos los dejan casi inermes ante las transformaciones científicas y tecnológicas, así como retardan el avance de una personalidad democrática cotidiana en el conjunto de la ciudadanía.

Concluyo, como lo hizo José Emilio Pacheco en su presentación del discurso que unos pocos escucharon en Guadalajara, y ahora muchos más podrán leer: "Gracias, Carlos Monsiváis, por habernos dado en tantas páginas que no olvidaremos el testimonio, la constancia, la experiencia, la perduración crítica, irónica, dolida, inclemente, y también compasiva de todos nuestros ayeres". Sólo agrego que su pasión para documentar e interpretar esos ayeres no la provoca la nostalgia, sino la memoria que es inmensamente más poderosa que la mera evocación.

 
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