Editorial
Bush: mentiras, paciencia y carnicería
Con el cotidiano telón de fondo de las decenas de muertos en el Irak ocupado, el presidente George W. Bush invocó ayer la "paciencia" de sus gobernados ante la prolongación de la guerra contra el infortunado país árabe y aseguró que "la victoria" de Estados Unidos requiere, además, de "más coraje y más sacrificio". En la base aérea de la Guardia Nacional, en Virginia Occidental, y flanqueado por una enorme bandera, Bush pronunció un discurso patriotero, ciertamente a tono con la celebración de la independencia de la nación vecina -4 de julio-, pero sumamente alejado de la realidad.
"Llegará un momento en el que el pueblo iraquí no necesitará la ayuda de 159 mil soldados estadunidenses en su país", abundó el gobernante, como si algún pueblo necesitara por un solo día en su territorio a un ejército invasor y como si la nación agresora requiriera invertir 3 o 4 mil vidas en la destrucción de un país que nunca le ha significado una amenaza.
Las exhortaciones chovinistas de Bush tuvieron su efecto hace cuatro años y fueron, a pesar de las mentiras contenidas en ellas, un aliciente para exacerbar los ánimos de la opinión pública estadunidense en respaldo a la invasión, el arrasamiento y la ocupación de un país petrolero situado a miles de kilómetros de distancia. Pero desde abril de 2004, cuando se dieron a conocer las atrocidades cometidas por las tropas ocupantes en la prisión de Abu Ghraib, el apoyo popular a la empresa bélica ha ido disminuyendo de manera sostenida. Hoy es ampliamente mayoritario el rechazo social a la permanencia de las tropas en Irak y los márgenes de acción de la Casa Blanca se han estrechado de manera perceptible, especialmente después del triunfo demócrata en las elecciones legislativas del año pasado.
Más allá de las realidades políticas y mediáticas de Estados Unidos, hay numerosos datos que indican la imposibilidad de que las fuerzas de ese país y sus tropas aliadas derroten a las organizaciones de la resistencia en Irak, o de que desempeñen un papel positivo para devolver la paz a esa martirizada nación. De acuerdo con la información procedente del teatro de operaciones, a cuatro años de la invasión los agresores no han conseguido ni siquiera ejercer un control efectivo en Bagdad, y mucho menos en el resto del territorio de Irak. En este contexto, las operaciones contra bastiones insurgentes como la que se lleva a cabo en estos días en la provincia de Diyala y su capital, Baquba, parecen ser simples incursiones punitivas, ciertamente mortíferas, pero efímeras, y una vez concluidas la insurgencia vuelve a tomar el control de las regiones atacadas.
La idea del Pentágono de sustituir de manera paulatina a las fuerzas ocupantes con cuerpos policiales y militares locales, entrenados y armados por Washington, tampoco ha dado resultados apreciables. En un contexto social de descomposición tan extrema como el que caracteriza al Irak ocupado, los intentos por conformar una milicia mínimamente confiable y disciplinada son como hacer estatuas con arena suelta. Los reclutas son asesinados en cuestión de días, desertan, se corrompen o se dedican a extorsionar a la población, y se ha sabido que no son pocos los casos de efectivos regulares que se pasan con todo y sus armas a las filas de la resistencia.
La única razón real para mantener a las tropas ocupantes en Irak por tiempo indefinido es la perspectiva de seguir brindando contratos a corporaciones del círculo presidencial estadunidense, como Halliburton, y seguir enriqueciendo, a costa de las vidas de iraquíes y de invasores, y con dinero de los contribuyentes, al puñado de empresarios vinculados a la mafia que controla la Casa Blanca.
Esta realidad es cada vez más clara para los segmentos mayoritarios de la sociedad estadunidense, y las proclamas patrioteras de Bush ya no dan el mismo resultado que hace cinco o seis años. Si en el momento actual la creciente presión interna -civil y legislativa- por un retiro rápido de las tropas fuera acompañada de un deslinde inequívoco y severo por parte de los gobiernos europeos, los cuales tienen todos los elementos de juicio para tomar distancia de la persistente y absurda carnicería que tiene lugar en Irak, es probable que el gobernante de Washington no tuviera más remedio que aceptar, de una vez por todas, la derrota a la que ha conducido a las fuerzas armadas de su país, las más poderosas del mundo.