Número
132 | Jueves 5 de julio de
2007 |
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Jóvenes Bien pelada, por favor Alrededor de 40 por ciento de los varones del mundo carecen de prepucio, unos por decisión, la mayoría por imposición durante la infancia. La circuncisión es motivo de orgullo para algunos y denunciada como mutilación por otros. En la discusión se entrelazan la profilaxis, la cultura, la masculinidad y las formas diversas de entender el placer sexual. |
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Por Fernando Mino Una foto en un sitio de Internet —dedicado a describir amplia y gráficamente las bondades de la circuncisión, www.circlist.com— acompaña la descripción de los resultados de la cirugía. En ella aparece un torso masculino, atlético y bronceado, de lavadero bien delineado. Más abajo, el pene luce el glande desnudo y prominente. Al fondo se distingue el mar. El paraíso. A la imaginación la apoya un texto: “El glande completamente desnudo te garantiza en un cien por ciento que será imposible que se acumule el esmegma y así será más fácil el disfrute para todos aquellos para quienes el sexo oral es particularmente importante. Las consideraciones estéticas también son importantes, muchas personas se excitan al mirar un pene notoriamente cortado”. Se trata de la circuncisión —la remoción quirúrgica del prepucio, el capuchón de piel que cubre el glande. Una práctica con fuertes cargas culturales y religiosas, que varía de sociedad en sociedad y que, como todo lo que tiene que ver con el pene, implica a la construcción cultural de la masculinidad misma. Según algunas estimaciones, entre 30 y 40 por ciento de los varones del mundo están circuncidados. Pero, ¿cuáles son las razones para cortar un pedazo de piel?, ¿es recomendable?, ¿afecta o beneficia la salud y la vida sexual? Motivos médicos y “de higiene” Asimismo, los que recomiendan la circuncisión hablan de “razones higiénicas”, pues un pene no circuncidado produce mayor esmegma, una secreción que lubrica el prepucio que en al acumularse produce irritación, ardor y es maloliente. En esta misma sintonía, algunas investigaciones relacionan la presencia de prepucio con un mayor índice de infecciones vaginales en sus parejas sexuales femeninas, de nuevo, por la transmisión de bacterias de un pene poco limpio. Por otra parte, investigaciones han arrojado alguna evidencia de que la circuncisión reduce el riesgo de infección por VIH (ver recuadro de abajo). Lo que no parece tener bases científicas es la relación automática que se hace entre suciedad y genitales, como establece el investigador Sergio Ceballos González, de la Universidad de Colima, en una investigación que plantea opciones no quirúrgicas para tratar la fimosis —con esteroides tópicos: “Una adecuada higiene peniana ofrece todas las ventajas de una circuncisión de rutina sin los riesgos asociados de los procedimientos quirúrgicos”. El pene y la vagina no son “sucios” per se y, como cualquier otra parte del cuerpo, requieren de cuidados y limpieza basados en el autoconocimiento sin falsos pudores —la idea de limpieza asociada a la circuncisión remite a su indicación terapéutica decimonónica: prevenir la masturbación. La Asociación Americana de Pediatría, en Estados Unidos, por otro lado, se ha pronunciado desde los años setenta contra la circuncisión neonatal: “No hay absolutamente ninguna indicación médica para recomendar la circuncisión de rutina a los recién nacidos”, señala en sus Lineamientos y recomendaciones para el cuidado hospitalario de recién nacidos. Es cuestión de estatus En México, como en el resto de Latinoamérica, la intervención quirúrgica comenzó a practicarse en los años cincuenta como recomendación médica en torno a la higiene, en particular en clínicas privadas de las grandes ciudades (raramente se practica en zonas rurales). En Estados Unidos el simbolismo de la circuncisión opera de manera más abierta y se traduce en presión social para los que no se ajustan a la norma. Una marca quirúrgica —la ausencia de prepucio— se vuelve motivo de orgullo y la diferencia puede causar frustración o menoscabo en la masculinidad. Una encuesta de la Universidad de Iowa realizada con un muestra de mujeres estadounidenses revela que en esa sociedad a la mayoría femenina le gustan más los hombres con el pene sin prepucio. 71 por ciento prefiere a un hombre circuncidado para tener relaciones sexuales y 83 por ciento para practicar sexo oral. La encuesta señala que hay una gran relación entre esas preferencias y la decisión materna de circuncidar a sus hijos, lo que refuerza el patrón cultural de ver a la circuncisión como la opción “natural”. En el otro lado del espectro, organizaciones civiles presionan para que se prohíba la circuncisión neonatal, que consideran una mutilación que resulta traumática para los bebés y que equiparan con la ablación de los genitales femeninos (practicada en algunos países musulmanes) que consiste en la amputación del clítoris y los labios mayores; el prepucio es “embriológicamente tejido idéntico” al del clítoris, señala el activista y médico patólogo estadounidense John R. Taylor. La circuncisión —dice Taylor— “es una cirugía del siglo XVIII. Se hace sin consentimiento informado, ni siquiera de los padres o familiares de los niños, y es médicamente inútil”. Sensibilidad y placeres Las terminales nerviosas contenidas en la fina piel del glande —naturalmente protegidas por el prepucio, que evita roces con la ropa, por ejemplo— hacen de la zona un lugar muy sensible al tacto y a la estimulación, en particular en la corona y en el frenillo (el lugar donde se forma el pliegue del prepucio en la cara posterior del pene). Al circuncidar, la piel del glande se engrosa para proteger el pene del roce cotidiano, lo que reduce las sensaciones. Testimonios de hombres circuncidados —también en circlist.com— recalcan que sus parejas sexuales “sienten mejor allá adentro” y que la visión de un pene sin prepucio hace más erótico el preámbulo sexual. No hay sustento real para decir que un pene circuncidado “se siente más” que uno intacto, pero lo cierto es que la falta de sensibilidad puede ser un apoyo para prolongar los encuentros sexuales, en la medida en que es necesario estimular durante más tiempo el pene para provocar una eyaculación. |
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