Nostalgia por el derrumbadero
Por Joaquín Hurtado
Resulta que algo sucede con mis niveles de optimismo. El entusiasmo se me ha podrido inexorablemente en alguna esquina de mi vida. Mejor dicho, lo he dilapidado. ¿En qué? Quién sabe. Resulta que no me calienta la idea de la Conferencia Internacional del Sida del próximo año en el DF. No me hace cosquillas.
Asistí a las de Amsterdam, Berlín, Vancouver. En ellas andaba como cerillo, soñaba con los ojos abiertos. Era joven; aquel era otro mundo; nos estábamos muriendo sin más remedio. La Huesuda picaba mis costillas y lamía mis orejas con su vaho perentorio.
Tenía prisa. Luchaba hasta el desfallecimiento por remotos ideales. Pero ideales al fin. ¿Cuándo veré esto en mi país?, me preguntaba mientras recorría los pabellones donde investigadores, farmacéuticas y fundaciones del primer mundo marcaban la pauta en tratamientos, atención, prevención. Regresé a mi terruño y junto a otros desquiciados armé la pelotera. El paisaje es un poco distinto después de aquellas navegaciones. El páramo que era Monterrey dio la vida a más de una docena de organizaciones y nueva sangre para la brega.
Pero ahora que la tengo aquí a la vuelta de la esquina, a la vuelta de unos días…¡nada! Padezco frigidez política. ¿Habrá algún viagra para mi activismo alicaído? Así de lejos me siento de mi propia Conferencia. ¿Qué me pasa? ¿Será el espíritu de una época marcada por el fin de los heroísmos? ¡Qué nostalgia por el derrumbadero!
Lo mismo da si el magno coloquio ocurriera en Alaska o Mongolia. Por mí que los veintemil invitados lleguen como puedan y si sobreviven al esmog y a la narcoviolencia se regresen prontito a sus lugares de origen. Que todo acabe rápido. Y luego los mexicas retornemos a la trémula paz que nos caracteriza, a seguir lidiando con los Pinos, los Yunques, los CNDH, los perros de Ratzinger.
Por eso, porque todo acabará en sólo una semana y porque seguramente después de la fiesta todo irá para peor, úrgeme recobrar la energía esfumada, la inocencia pendenciera de antaño, ese exaltado ánimo de la indiada remisa.
¿Quién me robó la dulce locura del emputamiento insobornable. Qué extraño coctel retroviral me domesticó hasta la ignominia? ¿Qué beca, qué intereses, qué huesos, qué miedo a lo oscurito le desfondó el parque al francotirador? Mis campanas ya no doblan por nada ni por nadie.
Hace días estuve en las instalaciones del Censida en la calle Herschel. En uno de sus muros me salió al paso la imagen del poco recordado Francisco Galván Díaz. Me asaltó el vértigo. Me mordió la melancolía de aquellos días de riesgo y pavor absolutos. Y desde el más huraño rincón de mi ser deseé que esos años de rabia y desesperanza regresaran. ¿Dónde estás indomable Paco?, ¿qué desmadre estarías haciendo a las puertas de la Conferencia del sida en México?
Estoy seguro que a mí y a muchos ya nos estuvieras partiendo la jeta a chingadazos hasta hacernos reaccionar.
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