Número
131 | Jueves 7 de junio de 2007 Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER Directora general: CARMEN LIRA SAADE Director: Alejandro Brito Lemus |
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Por Antonio Contreras El odio, entendido como un sentimiento de enemistad o repulsión hacia algo específico, es la antesala de la violencia. Se odia lo que nos molesta. Y lo que molesta debe ser destruido. En México, miles de homosexuales han sido asesinados por odio. La cifra precisa se ignora porque hasta hace pocos años ni siquiera se concebía que pudiera haber crímenes por odio homofóbico. Los homicidios de gays y lesbianas que la prensa registraba siempre eran por motivos pasionales o por robo. En un decenio, Letra S ha documentado 337 ejecuciones, cifra que se eleva a más de 1,000 por la estimación de que por cada caso documentado hay dos más. Los asesinatos por homofobia se diferencian de los crímenes “comunes” por la saña con que son cometidos. Primero se tortura a las víctimas y después se les mata. A este hecho sigue el via crucis de las familias o parejas de los asesinados, pues al crimen se suma la homofobia de las instituciones encargadas de impartir justicia. La mayoría de las investigaciones policiacas, luego de burlas y desprecio tanto a las víctimas como a quienes reclaman justicia, se cierran con la conclusión “crimen pasional”. El periodista Fernando del Collado, en su libro Homofobia. Odio, crimen y justicia, 1995-2005, ilustra de manera contundente las anteriores aseveraciones, a través del seguimiento minucioso de los asesinatos del adolescente (18 años) Luis Fabián Espinoza y del activista Octavio Acuña, así como del proceso judicial del asesino confeso de homosexuales Raúl Osiel Marroquín. A Fabián lo golpearon, lo quemaron, lo mordieron, le introdujeron una botella y finalmente lo estrangularon. La aprehensión del homicida se debe a los amigos de Fabián, más que a la pericia policial. En el interior de su condonería, en la ciudad de Querétaro, a Octavio le quitaron la vida con siete puñaladas. La investigación ministerial estuvo enfocada más a su actividad como promotor de la salud y a sus costumbres sexuales, que al crimen mismo. Purga condena por este hecho Miguel Ángel Palacios, quien al parecer es un chivo expiatorio. Raúl Osiel fue sentenciado a 60 años de prisión por los delitos de secuestro y homicidio de cuatro personas. A sus víctimas las mantenía atadas mientras chantajeaba a las familias, y al final les vendaba los ojos, les pasaba una soga por el cuello y las colgaba de un gancho hasta asfixiarlos. Su captura, si bien es un mérito policiaco, con ayuda de algunos de los familiares de las víctimas, pudo lograrse antes y con él la de su cómplice, Juan Enrique Madrid, quien continúa prófugo. El libro contiene otros capítulos que ponen en perspectiva la cuestión homosexual. |
Homofobia. Odio, crimen y justicia, 1995-2005 |