Usted está aquí: miércoles 11 de julio de 2007 Política Bajo la lupa

Bajo la lupa

Alfredo Jalife-Rahme

¿Puede ser rescatada la globalización?

Ampliar la imagen Matthew J. Slaughter, consejero económico de George Bush desde hace dos años, propone "redistribuir los ingresos", adoptando un "sistema impositivo federal más progresivo", en referencia clasista a los impuestos laborales, y sin tocar las excesivas ganancias de los ejecutivos Matthew J. Slaughter, consejero económico de George Bush desde hace dos años, propone "redistribuir los ingresos", adoptando un "sistema impositivo federal más progresivo", en referencia clasista a los impuestos laborales, y sin tocar las excesivas ganancias de los ejecutivos

Las elites intelectuales de EU se encuentran sumamente preocupadas por el devenir del monstruo que engendraron: la globalización. En lo que va del año, el muy influyente Centro de Relaciones Exteriores (CFR, por sus siglas en inglés), con sede en Nueva York, ha consagrado dos artículos relevantes a la agónica globalización en su revista-portavoz Foreign Affairs, lo cual delata la angustia metafísica de la plutocracia reinante.

En el número de enero-febrero, Rawi Abdelal y Adam Segal preguntan si ya pasó el pico de la globalización frente al retorno irresistible del "nacionalismo económico" (ver Bajo la Lupa, 31/1/07), y ahora, en el más reciente de de julio-agosto, Kenneth F. Scheve y Matthew J. Slaughter abogan en forma asombrosa por "un nuevo pacto social para la globalización", que suena semántica y filosóficamente, ya no se diga económica y financieramente, contradictorio cuando en su quintaesencia su desregulada aplicación es misantrópica por antonomasia al colocar la supremacía de la entelequia barbárica del "mercado" por encima del "ser humano", con tal de beneficiar exclusivamente a una plutocracia insolvente e insolente, en triple detrimento del bien común, la armonía social y el medio ambiente.

Scheve y Slaughter son profesores de altos vuelos: el primero, en ciencias políticas de la Universidad de Yale, y el segundo en economía de la Escuela Tuck de Negocios de Darmouth y becario de "Negocios y globalización" en el CFR, además de haber sido consejero económico de Baby Bush en los dos recientes años.

En la egregia Universidad de Yale opera supuestamente el cordobista Zedillo con un "centro de la globalización" de características clandestinas y que, hasta donde sabemos, no ha producido nada en siete años desde el punto de vista intelectual, y que pareciera simbolizar un premio de los neoliberales monetaristas de EU en gratificación por los colosales capitales que les hizo ganar contra los intereses nacionales de México (v.g. el efecto tequila y la entrega de la banca nacional a las trasnacionales anglosajonas y españolas).

Ambos autores son respetables pesos pesados en sus respectivas cátedras, pero a Slaughter, dicho sea respetuosamente, no le ayuda en absoluto la traducción de su apellido que significa "carnicería" en inglés, que es justamente lo que ha constituido para el género humano el modelo pernicioso de la globalización que EU empujó hasta sus últimas consecuencias con su paraguas nuclear y que ahora naufraga en el planeta, lo que hemos aducido en nuestro reciente libro Hacia la desglobalización (Ed. Jorale, 2007).

Su tesis sintetizada: "La globalización ha aportado beneficios inmensos en general (¡súper sic!), pero las ganancias para la mayoría de los trabajadores -aun aquellos con estudios universitarios- han caído en fechas recientes (sic); la desigualdad es mayor ahora que en cualquier otro momento en los últimos 70 años (¡súper sic!). Cualquiera sea la causa, el resultado ha sido un brote del proteccionismo. Para salvar (¡súper sic!) a la globalización los hacedores de la política deben difundir sus logros (sic) más ampliamente. La mejor (sic) manera de hacerlo es redistribuir los ingresos".

El pánico de la plutocracia anglosajona por el brote neoproteccionista es notorio, ya que mermaría solamente a EU entre 500 mil millones a un millón de millones de dólares al año (nótese el excesivo diferencial) de ganancias, gracias a la globalización, que desde su génesis -sin contar la automatización y la robotización que hacen redundante parte de la mano de obra- estaba encaminada a despedazar a obreros y empleados de cuello azul y blanco por igual, debido a su objetivo primario, que consiste en la disminución máxima de los "costos contables" mediante sus dos anclas demoledoras: la deslocalización (outsourcing) y la poda laboral (downsizing), que en ningún momento aluden los insignes profesores.

No tocan la etiología de la patología consustancial a la globalización plutocrática neofeudal y proponen una solución meramente fiscalista mediante la adopción de un "sistema impositivo federal más progresivo", en referencia clasista a los impuestos laborales, sin tocar las excesivas ganancias de los ejecutivos.

Aceptan que el "giro proteccionista se extiende a la mayor parte del mundo" y consideran que en buena medida se debe a un problema de falla publicitaria, pero insisten en forma obsesiva que la globalización "es buena para la economía de EU y sus intereses de seguridad nacional". Caen en constantes contradicciones cuando señalan con mentalidad hollywoodense que el "público (¡súper sic!) se ha vuelto más proteccionista porque los ingresos se han estancado o han declinado".¿Por Fin?¿No fue entonces una falla publicitaria?

En su enfoque anglosajón-centrista, la dupla Scheve-Slaughter se pronuncia por el libre paso selectivo de bienes y servicios, mientras calla la erección de su muralla ignominiosamente huntingtoniana (¿puede existir acaso una mayor barrera proteccionista?) para el libre tránsito de las personas en su frontera sur: el pecado capital de Salinas y sus sucesores neoliberales tropicales, quienes no incluyeron este rubro humano consustancial a los tratados de libre comercio en la filosofía utilitarista británica del siglo XIX y que abogaba "el mayor beneficio para el mayor número posible de personas", con lo que colisiona la desregulada globalización neofeudal plutocrática anglosajona que implantó "el mayor beneficio posible pare el menor número posible de personas" y que a destiempo pretende salvar de la hoguera "pública" el dúo Scheve-Slaughter.

En nombre del Pacto Social de Franklin D. Roosevelt, quien "enfrentó similares desafíos proteccionistas en agosto de 1934", la dupla Scheve-Slaughter desfigura los alcances humanistas del gran presidente estadunidense y pretende salvar a la agónica globalización mediante una propuesta eminentemente fiscalista, como si fuera algo tan simplista como sumar, restar, quitar y reasignar los impuestos selectivos de los obreros y empleados.

En imitación grotesca de los fracasados neoliberales mexicanos de fijaciones fiscalistas, quienes llevan realizando malabarismos desde hace un cuarto de siglo con resultados cataclísmicos, Scheve y Slaughter reducen absurdamente en términos contables vulgares un asunto de vida y muerte, tanto para el ciudadano promedio estadunidense, excluido por la parasitaria plutocracia especulativa, como para el planeta entero, que ha padecido las decisiones unilaterales de EU, quien, gracias a su poderío militar preponderantemente nuclear, impuso la globalización: el óptimo modelo para sus intereses de seguridad nacional.

Pero todo esto es historia y ha quedado sepultado en Irak con la derrota militar de EU de alcances geoestratégicos y filosóficos, lo cual ha hecho posible el retorno del "ser humano" a la nueva ecuación planetaria humanista del siglo XXI para asentar su realeza por encima de la entelequia barbárica del "mercado".

Hoy el planeta ha entrado a la fase de desglobalización y no existe medida fiscalista alguna que lo pueda detener.

 
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