La izquierda del Sargento Pimienta
La fotografía de grupo de la izquierda italiana que Luis Hernández Navarro hace en su pasado artículo es fiel a la realidad: tal como en la famosa portada del álbum Sergeant Pepper's Lonely Hearts Club Band, del grupo The Beatles, se pueden distinguir fisonomías muy diversas, lejanas entre sí en tiempo y espacio, retratadas para la ocasión como las de una comitiva durante una excursión.
La impresión que surge es optimista: en efecto, en nuestro país existen tres diarios de izquierda y otras publicaciones nacionales (como mi semanario), radio y otros medios independientes, diversos partidos, grandes asociaciones, una multitud de redes, centros sociales, campañas. En suma, en Italia pululan personas y actividades no condescendientes con el pensamiento único. En cierto sentido, somos un caso de estudio, por lo menos en Europa: no fue un azar que en 2001 la manifestación contra el G8 haya tenido lugar en Génova y de esa forma; que el primer foro social europeo en 2002 se haya realizado en Florencia; que el año siguiente 3 millones de personas hayan salido a la calle a manifestarse contra la guerra en Irak; que tengamos los movimientos más vastos en favor de los bienes comunes, como el agua, y los movimientos ciudadanos más tenaces contra las "grandes obras" liberales y contra las bases militares; que hayamos inventado al santo Precario, protector de los prófugos del trabajo incierto, etcétera. Y que el debate sobre el zapatismo -para dar otro ejemplo- no tenga comparación en ningún otro país del mundo en términos de difusión y persistencia, salvo, obviamente, en México.
Diversos ingredientes dan a la sopa italiana un sabor vivaz: el retraso y la fragilidad con la que se formó el Estado nacional, la fractura entre el norte y el sur del país, y la obstinación con la que se conservan y defienden las autonomías locales y municipales; el peso del catolicismo como moneda de dos caras, la actitud reaccionaria y entrometida del Vaticano, y la multiplicación del cristianismo de base, pacifista y social; la larga tradición de la izquierda comunista y la fuerza que hasta la fecha poseen los grandes sindicatos. Esto y más ha hecho de Italia un país siempre al borde de una crisis de nervios o de una explosión de entusiasmo. Somos gente extravagante. Vencemos en los mundiales de futbol en el momento en que nuestro futbol está sumergido en el escándalo.
Pero si observamos cada uno de los rostros de los corazones solitarios del Sargento Pimienta, y nos preguntamos qué lazo hay entre uno y otro, es cuando la fotografía se pone en movimiento. Y la película tiene una trama menos "italiana" y más parecida a la de otras películas que cuentan otras izquierdas "nacionales". Veremos, por ejemplo, que algunos de esos personajes caminan hacia atrás, como los cangrejos, mientras que algunos siguen la sugerencia de Eduardo Galeano: caminan a sabiendas de que "el camino se hace al andar". Alguno se ve más grande y fuerte en su tradición, pero tiene los pies muy frágiles, mientras que otros parecen pequeños, pero son muchos y tienen miles de pies que calzan "las botas", esas que el "otro jugador" -en la metáfora que el subcomandante Marcos contó un día de 2001- deja sobre el tablero de los poderosos.
El problema es la izquierda en el gobierno: saber si acaso la izquierda presente en los ministerios y otros puestos de autoridad, o si la mayoría del centro-izquierda en el Parlamento, representa una oportunidad o una desgracia. Esta es la pregunta que todos se hacen en la izquierda. Y no sólo en la italiana. Con la tentación irresistible de dividirse en equipos: quien dice sí, siempre, y quien dice no, nunca. Así, comprometidos en este campeonato, miramos con estupor la vastedad y el estilo extraordinariamente eficaz con el que los movimientos alemanes paralizaron el G8 en los alrededores de Rostock, o el modo serio, amplio, con el que los grandes movimientos sociales en Estados Unidos organizaron su primer foro social (en el corazón del imperio, ¿cómo ven?).
¿Oportunidad o desgracia? Sería oportuno constatar que la respuesta depende del caso, y que de cualquier manera lo esencial no está aquí, en el problema del gobierno o del poder. En Bolivia y Venezuela parece que el gobierno es una oportunidad, con la especificidad y los problemas del caso particular, y sin embargo todo depende de la profundidad, de la historia, de la lucidez, de los movimientos sociales (o indígenas en Bolivia), como dice nuestro amigo común Raúl Zibechi. Pero nada está garantizado. Por otro lado parece que en Brasil el gobierno es, si no una desgracia, por lo menos un buen problema, si Lula decide relanzar el programa nuclear, civil y también militar, mientras el movimiento de los Sin Tierra aún espera una reforma agraria digna.
En Italia, al parecer, las oportunidades que se presentaron en algunos casos (por ejemplo, para promulgar una ley más digna sobre la inmigración) se convirtieron en desgracias, porque el centro-izquierda es simplemente liberal, aunque la economía mundial y su ideología no necesiten de Berlusconi para comandar.
El punto básico sobre el que deberíamos preguntarnos nosotros, corazones solitarios de la izquierda italiana, es cuánto buscamos todos crear, fortalecer, ampliar, esa red de autonomías sociales que puede experimentar, poner en práctica, proponer, a la mayoría de los ciudadanos, lo que Ricardo Petrella llama la res publica, o sea la democracia de los bienes comunes. Lo que en otros lugares se llama la otra campaña o la "otra política". Porque como quiera que nos vaya con el gobierno actual, la fisonomía de la política del nuevo siglo será muy distinta de la del siglo XX. Por citar sólo un tema: el envenenamiento del planeta exige urgentemente otra economía y otra capacidad de acción global.
La gran, plural y difusa izquierda italiana tiene, pues, una necesidad: cómo hacer para que los corazones solitarios encuentren la ocasión de entretejer amores.
Traducción: Marta Tawil