Madre y maestra
Ella era maestra. Su vocación: enseñar. Les enseñaba a leer, a escribir. Les enseñaba a estudiar, a descubrir, a mirar, a crear en libertad. Eso era en el jardín de niños, luego en la primaria. Luego en la vida. Algunos tenían el don que ella supo reconocer tempranamente. No dejó desde entonces de estimularlos y festejarlos. Así con otros, más tarde, con los jóvenes pintores. Si podía les compraba algunas de sus creaciones con el deseo de que ellos sintieran el reconocimiento a sus trabajos y acaso también recibieran los primeros pagos por ellos. Pasó también con los artesanos. Si descubría en la calle a alguno con cualidades, el que hacia esculturas con huesos de ahuacate, por ejemplo, le organizaba una exposición en una galería, en el Museo de Culturas Populares, en un sindicato.
En alguna ocasión, en Tlapacoyan, durante las fiestas de la Virgen de la Candelaria, entró a un pequeño museo donde no había prácticamente nada que ver o recordar.
De pronto la mirada de Cristina se posó en unos cuadros pintados al óleo bastante elementales, se podría decir que bastante feos y preguntó por su precio y decidió comprarlos sin rega-tear nada. Alguien le dijo: no los compres, son muy malos. Por favor dijo ella, es para apoyar, para ayudar y esto es quizá uno de los rasgos más bellos que definen el carácter de Cristina Payán, madre y maestra.