Argentina: se prepara una nueva crisis
Están todos los ingredientes venenosos para hornear una nueva crisis en Argentina. En primer lugar, la economía: si bien este año hubo una cosecha récord de soya (47.5 millones de toneladas), ésta "se come" a los campesinos (que emigran o protestan), pero además a las vacas (el hato está al nivel de hace más de 30 años) y, por consiguiente, hay escasez relativa de carne (el principal alimento nacional) y alzas constantes en su precio.
Por otro lado, la falta de inversiones en el desarrollo del petróleo y la electricidad (ambas privatizadas) y la reanimación industrial provocó una escasez de energía que el frío polar ha agravado, de modo que miles de empresas han debido cerrar o suspender transitoriamente a sus trabajadores (con el consiguiente problema social), lo cual provoca, además de una reducción del ritmo de crecimiento económico, una escasa oferta de productos y, por consiguiente, un aumento incontrolable de los precios.
La reanimación industrial, por otra parte, ha provocado tensión en el mercado laboral. Los obreros calificados tienen pleno empleo, pues son escasos y ganan cerca de seis salarios mínimos y, aunque la construcción y el comercio no crecen al mismo nivel del año anterior, todavía dan trabajo, respectivamente, a cientos de miles de obreros bolivianos, chilenos, paraguayos o a jóvenes, sobre todo mujeres, de la clase media pobre. El resultado social de este proceso económico ha sido, en el campo, a pesar de las enormes ganancias sin precedente del sector, la construcción de una alianza entre los grandes capitalistas agrarios (soyeros, maiceros, ganaderos), que protestan por las míseras retenciones impositivas que les impone el fisco, y los propietarios medios y pequeños de la Federación Agraria Argentina, que se ponen a la rastra de los primeros.
Y, en general, una reducción en la apertura de los dos extremos del abanico de los ingresos, pues los que ganan menos están ahora reduciendo su diferencia con los que ganan más, gracias al hecho de que se reduce la desocupación y a los salarios legales se agregan muchos salarios familiares "en negro" y los planes Jefa y Jefe de Familia a los desocupados (que hacen trabajitos por su cuenta). La gran burguesía (agraria e industrial, nacional o extranjera), que desde 1955 hasta 1976 ha dado golpes sangrientos para reducir la participación de los trabajadores en el producto interno bruto, ve con horror este proceso de avance, a pesar de que gana como nunca. Además, al mejorar la ocupación, han comenzado grandes luchas por las condiciones de trabajo y por mayores salarios.
Hasta hace poco los trabajadores se defendían de la desocupación: ahora se lanzan a la ofensiva para recuperar conquistas y salarios perdidos y arrastran a una parte de la juventud estudiantil. Las huelgas se multiplican, muchas superan el techo salarial de 15.5 por ciento que quiere ponerles el gobierno, y casi todas se oponen a la dirección burocrática de los sindicatos, sobre la cual se apoya Kirchner. Esta renovación sindical democrática desde abajo y en la lucha, aunque por ahora es minoritaria, también asusta a los industriales y a la oligarquía, ya que la base de la altísima tasa de ganancia es la gran productividad del obrero en Argentina y la virtual congelación, hasta ahora, de los salarios al nivel de los años 1990.
En cuanto a lo político, todo un vasto sector de las clases medias quiere sacar de la capital a "los negros"y a los obreros extranjeros y hace frente con la derecha racista, clerical, reaccionaria. La Iglesia católica, por su parte, se opone al matrimonio de hecho de los homosexuales, al aborto legal, al laicismo en la enseñanza y a la condena de los sacerdotes-torturadores que sirvieron a la dictadura y hace un trabajo de zapa contra el gobierno tratando de dar un eje a la oposición. En cuanto a las fuerzas armadas, están irritadas con Kirchner y no lo apoyan, pero todavía temen una nueva aventura como la de 1976.
Ante el hecho de que las expectativas de voto de Cristina Kirchner superan actualmente 47 por ciento (lo cual podría hacer innecesaria una segunda vuelta), hay un esfuerzo febril de la oposición por aprovechar lo mejor posible estas 12 semanas anteriores a las elecciones de octubre. La derecha peronista (Carlos Menem, el fugaz ex presidente Rodríguez Saa, el también ex presidente efímero Puerta, el gobernador neuquino Sobisch) acaba de unirse para tratar de disputarle a Kirchner el control del Partido Justicialista. La reaccionaria y clerical Carrió, apoyada por otra parte de la UCR también pesca en las mismas aguas derechistas. El ex ministro de Hacienda, Lavagna, peronista de derecha, se une con una tercera parte de la UCR (que tiende a desaparecer con esta fragmentación y en la que hay un sálvese quien pueda).
Otro ultraderechista, ex ministro de Defensa, de la UCR, López Murphy, trabaja con el Berlusconi argentino Macri. Kirchner, en cambio, se apoya en los radicales K y lleva como segundo a uno de ellos. De modo que hay peronistas de todo tipo y para todos los gustos, lo mismo que radicales. La UCR, un partido de 117 años que fue el de Hipólito Yrigoyen -un Perón antes de Perón, salvando las distancias-, ha muerto, como ha muerto el peronismo, nacido en 1945, y estas elecciones probablemente enterrarán sus cadáveres, ya que un triunfo de la señora K no será el del peronismo aunque ella sea peronista. A la presión de la economía se agrega así una gran crisis política y la confusión partidaria, con un deslizamiento de las clases medias fuera de la influencia gubernamental. O sea, reaparecen los clásicos ingredientes del uso político reaccionario de las crisis económicas y de las situaciones pregolpistas en Argentina, ya que el gobierno no tiene un apoyo social organizado, se opone a la organización independiente de los trabajadores y no ha tocado a la oligarquía ni a la Iglesia, desde 1930 madres de todos los complots.