El tren
Cuando veo un tren, pienso en México... Siempre me gustaron los trenes y ahora creo que fueron nuestro nahual, la huella férrea que nos acompaña como destino.
Se les miraba cruzar el campo, las llanuras del norte, montañas, entrar a las ciudades por barrios antiguos hasta llegar a la estación con techo de dos aguas, que con gran dignidad acogía al tren a su llegada, y se quedaba pensativo en el momento de su partida. Cuando veíamos el tren, nos sentíamos seguros, pues en sus letras blancas sobre el negro del fogonero se leía: "Nacionales de México" , lema con el que cruzaba, iba y venía, recordando a quienes lo veíamos que éramos de este país. Cruzando sobre nuestros atavismos, los problemas, en forma de durmientes, eran parte de nuestro destino, ahora confuso y sin la seguridad de aquellos rieles que nos comunicaban.
Los trenes son el símbolo de lo que ya no somos y a lo que renunciamos. De los trabajadores que con gran entereza movieron el ferrocarril junto con la idea de independencia y democracia sindical, dirigidos por Valentín Campa y Demetrio Vallejo, sólo quedan pocas resistencias, que ahora representa un hombrecillo con fama de criminal y corrupto, inventado por lo peor del salinismo y el zedillismo privatizador: Víctor Flores, quien cuando ve la imagen de un puerco, se lanza violento contra su espejo.
Los trenes quedaron en el tiempo, estacionados en el misterio del por qué no se construyeron más después de la revolución. ¿Quién impuso las carreteras como única opción? ¿Quiénes consideraron que el ferrocarril era el enemigo del futuro de México y decidieron acabar con él?
Imaginemos un país lleno de ferrocarriles, todos llegando al centro, como se hicieron los primeros, cuyas vías semejan una enorme telaraña de este a oeste, uniendo puertos y mares, pueblos con capitales, regiones entre sí, llevando y trayendo, a bajo costo, lo mismo pasajeros que alimentos, combustible y los más variados productos.
¿Cómo sería un país sembrado de ferrocarriles, no sólo para llevar rápido la mano de obra barata a la frontera para que manden sus remesas? Trenes nuestros para unir el istmo, viendo pasar entre Coatzacoalcos y Salina Cruz, pasando carga bajo el lema "Nacionales de México" y no el de una compañía extranjera llamada Mc Lane.
La fuerza del ferrocarril era política y sobre de sus vías se hizo la revolución y fue derrotado el ejército federal en Chihuahua, Torreón y Zacatecas. En el nudo ferroviario de Celaya se decidió militarmente la revolución con los trenes como testigos, donde avanzaban y retrocedían, iban y llevaban todos los sueños de los mexicanos y al millón de muertos que cobró el movimiento de 1910.
Cuando veo un tren, pienso en Villa, el soldado más grande y verdadero de la revolución, que lo mismo quitaba vías para detener, que ponía rieles para avanzar. Cuando miro el cabuz amarillo de los trenes, recuerdo con tristeza a mi partido: siempre a la cola de los acontecimientos, sólo vanguardia en los patios de las estaciones, cuando se acomodan los vagones, pero siempre atrás, siempre al final, esperando que lo jalen o lo empujen en algún ramal. Un cabuz con lenguaje insurrecto, esperando que todo se destruya, que el tren se pare para entonces sí ser el vagón del frente.
En el tren que fue México, bajaban y subían pasajeros, como es normal, pues para eso era el tren. Pero los trenes de los sueños y las ideologías tenían un destino: sabían adónde iban y su marcha sólo la determinaba el horario. De pronto, a esos trenes se subieron pasajeros que pusieron a discusión la ruta y el destino, y en muchos casos cambiaron el destino hacia un solo punto; varios se detuvieron para no volverse a mover.
Cuando vemos un tren, vemos el país que perdimos. La fuerza que ya no tenemos. A los trenes les prohibieron transportar mexicanos, ahora sólo llevan cierta carga permitida, a indocumentados centroamericanos y a los campesinos más pobres que huyen por miles hacia el río Bravo o el desierto.
Obligaron a nuestros trenes a cargar lo que nos destruye; vienen cargados desde los puertos, pero se van vacíos. La vieja estación de Buena Vista se hizo una megabiblioteca concentrada, en vez de hacer una lectura repartida. Otra pudo ser la ciudad llena de trenes y no de autopistas.
¿Ya perdimos para siempre a los trenes? ¿O debería ser el objetivo de un país distinto, lleno de trenes, cruzando ciudades, uniendo metrópolis, ahorrando energía? Todo el mundo está lleno de trenes, mientras nosotros los destruimos. Todos construyen vías y destinos, nosotros los cancelamos.
Alguien pensó que los trenes y la soberanía juntos eran sus enemigos y decidieron su destrucción. Los trenes son lo más bueno de nuestro pasado y lo que menos defendimos. No sólo son máquinas pasivas, sino un modo diferente de pensar y ser. Trenes y revoluciones tienen almas gemelas. La revolución democrática de México debe pensarse no desde el resentimiento del cabuz, sino colocando nuevos rieles.