La cantante lució contenida y limitada a los convencionalismos de un pop digerible
Simpática, pero nada deslumbrante, la presentación de Stefani en el palacio
La platinada Gwen Stefani, portadora de una apariencia y personalidad singulares, bajo el domo de cobre del Palacio de los Deportes, combinó la lluviosa tarde-noche del domingo con sus efectivos vibratos vocales, ante una audiencia regular (12 mil personas) en cuanto a cantidad y entusiasmo, en correspondencia con un show simpático a secas, nada deslumbrante, y con una serie de canciones bien interpretadas pero en esencia más bien deslactosadas, pasajeras, con aroma a Rosita Fresita.
La californiana ex vocalista de No Doubt (cuarteto cuyo ska-punk-pop fuera el medio que durante los años 90 e inicios de los dosmiles apuntaló su carrera) derrochó la simpatía, desenfado y sencillez que la caracterizan. Ni qué objetar a sus originales y agraciados atuendos, a su rara belleza, a su voz cotizada. Sin embargo, la comparación con la actitud y efusividad que solía ofrecer desde su anterior banda, es inevitable; sobre todo porque cuando integraba aquel grupo, sus brincos frenéticos, sus carreras de un lado a otro del tinglado y sus alocados giros, se ven disminuidos, restringidos, en su etapa como solista: ahora luce contenida, limitada a los bailes que el pop digerible impone, a las melodías edulcoradas que llevan a aplicar pasitos sosos, a las coreografías antiespontaneidad que exige el público complaciente a cambio de no ver aquello que rompa esquemas.
De este modo, en hora y media (luego de una actuación absolutamente “equis” por parte de Mariajosé, ex integrante de Kabah), Stefani recorrió los éxitos de su primer disco, Love, angel, music, baby (2004), de mayor calidad que su segundo plato, The sweet escape (2006), del que interpretó más temas.
A las ocho y cinco de la noche, Gwen salió ataviada a rayas negras y blancas, cual presidiaria, entre cinco bailarinas japonesas y tres breakdancers, que casi no la abandonarían durante todo el espectáculo. Y no es que las coreografías estén mal, sino que no eran extraordinarias, y a veces tampoco necesarias, pues cuando Stefani se quedaba sola, “llenaba” sin problemas el escenario, gracias a su agraciada personalidad. Por su parte, la producción era austera, lo cual no sería defecto si lo ofrecido en sus videos y fotos coincidiera con la de una supuesta súper-nueva-estrella-pop en vivo, cosa que no ocurre, pues la rubia no se define entre ser una hip-hopera auténtica que dice malas palabras, una baladista romántica y sincera o una maniquí que canta cosas de relleno para bailar.
Respaldada por un atinado grupo de músicos afroamericanos, en especial por la magnífica bajista y cantante Gail Ann Dorsey (ha acompañado, entre otros, a David Bowie; de hecho, lo hizo justo cuando éste tocó en México, hace diez años), musicalmente, su universo sigue visiblemente apegado a la música jamaicana; bases de reggae y reggaetón, combinadas con rapeos melódicos y actitudes semi-hip-hoperas, dominan sus temas más agitados. Otros, sobre todo los del primer disco (ayudada por el talento del productor Pharell Williams), como Hollaback girl, Rich girl o Luxurius, aplican un poco más de techno-beats. Fue sólo en esos temas que el público se alebrestó de más para corear con ella, así como en Don’t get it twisted y Breakin’ up.
Rompecabezas disparejo
En total, entre encajes y colores pastel, Stefani se cambió de vestuario unas 10 veces, desde shortcitos con mallas y tacones, chalecos ajustados, hasta llegar a su vestuario emblemático: pants negros con top cortito, para lucir su planísimo abdomen. Entre los pocos temas interesantes estuvieron Wind it up (esa en la que se avienta grititos tiroleses), el cual recuerda (de lejos) a Missy Elliot tirándole a Fergie (de los Black Eyes Peas).
Como en un rompecabezas disparejo, la guapa cantante viajó de temas abigarrados, ininteligibles y simplones, a piezas melódicas bastante lucidoras: es en las baladas donde mejor manifiesta su calidad (y calidez) vocal; tal es el caso de Early winter, emotiva, honesta, en que al final, Gail Ann cantó sola, para deslumbrar aún más con la suavidad y belleza de su voz. Gwen también se lució en la cursi pero famosa Cool, tema que recuerda a su ex amor de No Doubt, Tony Kanal; en ella, bajó del escenario y se trepó hasta las gradas laterales, donde terminó de cantarla entre la gente, mientras un fan le regalaba una playera de la selección mexicana de futbol, misma que portó hasta el final del concierto.
Luego de un ligero encore, le dedicó The real thing a su marido, Gavin Rosedale (ex cantante del grupo noventero de grunge-pop, Bush) y la exitosa What you waiting for, con la que todos saltaron.
El sabor de boca al final es dulce, pero no satisfactorio. Los fans dicen haberla pasado “muy bien”, a secas. No hay exacerbación de ánimos. La sensación es de que Gwen podría dar aún mucho más como artista, pues tiene el talento para hacerlo, pero le hace falta definición para, en vez de contener sus impulsos, dejarlos estallar.