Isocronías
De cuatro espejos
La poesia no está donde se escribe, sino donde se vive. Rubén Rivera es un poeta que escribe porque vive. Poca gente he conocido más respetuosa de la poesía de los demás y más cerca de la poesía no digamos de sí mismo sino del universo que habita, porque el sinaloense habita un universo, su universo, que es buena metáfora del nuestro, del de cada uno, quien sea, quienes seamos. Su metáfora no lo parece, porque da a entender que se limita a decir lo que le sucede, pero lo que le sucede –y él lo sabe– lo rebasa, nos nombra.
Musica de cuatro espejos, título que parece elaborado, es muy sencillo: nombra un nombrar, el de una mariposa, no inventa un sortilegio. Y es que Rubén no es supersticioso, es hombre de fe. Hombre de camino diría yo, hombre de silencio que intuye a donde va.
Que sabe de donde viene. Lo que acaso se pregunta es: “¿Dónde estoy?” Pero Rubén está donde está, sin preocuparse demasiado del dónde, sino estando nada más. Estar es su manera de ser; no, no su manera, su ser. Rubén donde está es. No veo mejor manera de definir a un poeta.
La Musica de cuatro espejos es una música de todo lo que pasa, de todos los que pasan en este libro, que precisamente me gusta porque lo siento parte de la música, que diría David Huerta, de lo que pasa. Siento que la literatura toda no es sino el registro verbal de la música de lo que pasa –aquí, allá, en esos lugares.
Por esos lugares de la vida anda, se desempeña, fluye Rubén Rivera, y llega a las comunidades indígenas de su norte, de lo que norte le da, de lo que ser le dona. Toma nota, modo de decir que no se le escapa el proceso simbólico de lo que sucede (no sólo en el ámbito de lo decididamente simbólico sino en lo que, cotidiano, se revela simbólico, universal, excedido en su –o en su no– significar).
Gusto de los poetas que hablan poesía más que la redactan. Rubén Rivera es de esos. Vive y habla poesía (me extrañaría que viviéndola no la hablase, pero eso no es asunto a discernir aquí). Rubén habla y vive poesía sin casi distinción. Mas una distinción es importante: Rubén oye poesía en las palabras de los otros. Rubén respeta la poesía de las palabras de los otros. Rubén siente la poesía de los otros, de lo otro –que para desgracia y fortuna, es todo (aunque no todos lo vivamos como todo, como una o como la totalidad que es).
Ruben Rivera vive la poesía de una manera total, en un aquí y ahora que siempre es un allá y donde esté, y nos lo hace sentir, que es decir: nos lo hace saber, entre otras cosas en este libro –del cual se me antoja hacer tantas citas y sólo podré hacer las siguientes:
Joyas de luz: La señora limpia la estufa./ Su hija canta,/ prepara una olla con agua de culey.// Se mecen sus sombras en la brisa,/ sus rostros brillan con las flores.// El sol no se cansa de contemplarlas/ y en su luz los aretes de plástico/ parecen joyas verdaderas.
Esperando el zumbido: Cuando un hombre presiente su muerte/ habla con lo que ama:/ dame una almohada, mujer,/ porque siento que caigo.// Sólo se oyen abejas/ y un silencio de agua.