Usted está aquí: jueves 19 de julio de 2007 Opinión Navegaciones

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Pedro Miguel

Tres heroínas francesas

Juana y sus reliquias falsificadas

Santa Genoveva y Marianne del pueblo

Ampliar la imagen Marianne en La Libertad guiando al pueblo, de Delacroix (detalle) Marianne en La Libertad guiando al pueblo, de Delacroix (detalle)

Ampliar la imagen Genoveva, en un misal del siglo XV Genoveva, en un misal del siglo XV

Ampliar la imagen Juana de Arco, imaginada por Juana de Arco, imaginada por

Juana de Arco y Marianne sin apellido son las protagonistas de una guerra civil perpetua en el imaginario colectivo de los franceses: la primera encarna los valores reaccionarios de la Francia profunda, patriotera y chovinista; la segunda, mucho más joven, representa los ideales plebeyos de la libertad, la igualdad y la fraternidad, unos valores que no han perdido su filo a pesar de los millones de veces que han sido estampados en la papelería oficial y burocrática.

La Doncella de Orleáns, supuesta campesina analfabeta que a los 17 años encabezó los ejércitos de Francia contra los invasores ingleses y sus aliados borgoñones, fue una de las muchísimas víctimas de las alianzas entre la Iglesia católica, los poderes terrenales y las intrigas inescrupulosas -nada ha cambiado- en las altas esferas. Mucha tinta ha corrido para contar sus hazañas bélicas y sus dudosos milagros, predicciones y arrobamientos, y están hiperdocumentados el largo y amargo purgatorio que empezó a vivir cuando cayó prisionera de Lionel de la Vandonne, el Bastardo, y su ir y venir entre mercenarios, nobles, inquisidores y guardias bastos, siempre acosada por sus hábitos de travesti, comprada y vendida, encadenada de pies y manos, posiblemente violada, acusada de hereje y bruja, obligada a la abjuración y quemada en la Plaza del Viejo Mercado, en Ruán, la mañana del 30 de mayo de 1432. Cinco siglos más tarde, en 1920, el Vaticano la canonizó y proclamó santa patrona de Francia.

En 1867, en la bodega de un farmacéutico, fue descubierto un frasco con una etiqueta que rezaba: "Restos hallados al pie de la estaca de Juana de Arco, Virgen de Orleáns". El contenido: un fragmento de costilla aparentemente carbonizado, pedazos de madera quemada, un trozo de tejido de lino y un fémur de gato, elemento que concordaba con la práctica medieval de arrojar felinos negros a las piras en las que ardían las brujas. Los objetos fueron reconocidos como reliquias oficiales y depositados en un museo de Chinon que pertenece a la arquidiócesis de Tours. En abril pasado Nature dio a conocer los estudios de los restos realizados por el profesor Philipe Charlier, quien no sólo se sirvió del carbono-14, la espectrometría y los análisis microscópicos y químicos, sino que fue auxiliado por una nueva técnica: el análisis de olores, realizado para la ocasión por los narices Jean-Michel Duriez, de Jean Patou, y Sylvaine Delacourte, de Guerlain. El resultado: los vestigios son unos 2 mil años anteriores a la quema de la santa y, con toda probabilidad, provienen de un entierro del Antiguo Egipto. Es posible, dice la revista, que la falsificación haya sido urdida en algún momento del siglo antepasado para impulsar los procesos de beatificación y canonización de la pobre Juana.

Esta no es la única santa patriótica en la historia francesa. Mil años antes de los sucesos de Orleáns y de Ruán, vivió en París Genoveva, mujer nacida en Nanterre en los primeros años del siglo V. Fue hija de Severo y Geroncia. Los nombres todavía latinos de los progenitores y el típicamente galo de la hija pueden representar el tránsito de las Galias del paganismo al cristianismo. Desde muy joven se entregó a un fervor religioso pronunciado. No comía más que pan rústico y habas cocidas, iba a la iglesia todos los días y el obispo San Germán la reconoció como futura santa. Simeón Estilita le enviaba saludos, desde lo alto de su columna, con los mercaderes galos que lo visitaban. Desde pequeña realizaba milagros excesivos: su madre se quedó ciega una vez que intentó abofetearla para quitarle lo beata. Años más tarde, cuando los habitantes de la acosada Lutecia se preparaban a huir de la ciudad por lo que consideraban el ataque inminente de los hunos de Atila, Genoveva los tranquilizó y profetizó que el bárbaro respetaría la ciudad y que, en cambio, atacaría los lugares de refugio a los que pensaban dirigirse los parisinos. Acertó. Las hordas marcharon directamente a Orleáns y dejaron fuera de su ruta lo que por entonces no era más que un pequeño burgo en el Sena. Décadas después, la santa asistió a sus conciudadanos durante el cerco tendido sobre París por el franco Clovis: cruzó inadvertida las murallas, consiguió provisiones y las repartió entre los hambrientos habitantes de la villa cercada. Esa vez no hubo milagro y a fin de cuentas Clovis tomó de todas maneras la ciudad, pero profesó un gran respeto a Genoveva, quien conseguía que el gobernante liberara a última hora a los condenados a muerte. La beata murió a una edad avanzada y fue proclamada patrona de París. Se le invoca contra desastres, herpes, fiebre, sequía y problemas oculares. Quien necesite de un milagro en alguna de esas materias puede acudir a www.altaresvirtua-les.com/santagenoveva.htm a colocar su solicitud.

Marianne, la alegoría laica de la República, es una mujer joven o de mediana edad, tocada con un gorro frigio (como el que usaban en la antigua Roma los esclavos libertos, convertidos en ciudadanos) y dueña de unas tetas espléndidas que representan en su masa las bondades nutricias de la Madre Patria y en su desnudez los eternos anhelos de emancipación y de libertad. En ocasiones se hace acompañar por un león, que simboliza la fuerza del pueblo, y en tiempos de guerra viste a la usanza de Palas Atenea, con yelmo y coraza. No tiene más origen que el de dos nombres sumamente comunes en la Francia del siglo XVIII: Marie y Anne, reivindicados por la Revolución como divisa de su origen popular, y aceptados en tono de sátira por los reaccionarios del viejo régimen. Tras el colapso revolucionario de Thermidor (julio de 1794), Marianne cayó en desuso y fue recuperada por los partidarios rojos de la República Social en 1848. En 1858 Luis Bonaparte, agresor de México, cometió la vulgaridad de quitar a Marianne de las monedas y de ponerse él mismo, con su efigie, efímera y pequeña, en la papelería oficial. La figura de la mujer del pueblo fue restablecida por los comuneros heroicos de 1871, por más que en París no se le llamaba Marianne. Tras la aniquilación sangrienta de la insurrección comunista, los restauradores de la III República quisieron imponer una imagen descafeinada, con los pechos cubiertos por una túnica romana y despojada del gorro frigio libertario, el cual fue remplazado por una corona de espigas de trigo. Tal representación aburguesada inspiró a Bartholdi para realizar la Estatua de la Libertad. Todas las fuentes, en navegaciones.blogspot.com.

Entre las tres heroínas, voto sin vacilar por Marianne, especialmente ahora que Sarkozy la tiene secuestrada en su oficina. Flor indómita del populacho, plebeya de mi corazón.

[email protected] http://navegaciones.blogspot.com

 
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