Usted está aquí: jueves 19 de julio de 2007 Opinión Pequeños crímenes conyugales

OLGA HARMONY

Pequeños crímenes conyugales

El Proyecto Xola es una muy viable alternativa para el teatro capitalino, que ahora ofrece la escenificación, con que cierra su primera temporada, de Pequeños crímenes conyugales del dramaturgo francés avecindado en Bélgica Eric-Emmanuel Schmitt, dirigida por Otto Minera y con las actuaciones de Patricia Reyes Spíndola y Miguel Angel Ferriz (a quien le ofrezco una disculpa pública porque, al hablar de su desempeño en Casa de la Paz escribí por alguna tonta razón el nombre de Alvaro Guerrero –al que también pido disculpas– en lugar del suyo). El proyecto en que se enmarca el montaje propugna un teatro de calidad dentro de los parámetros de lo comercial y profesional, aunque el teatro de calidad siempre resulta profesional, pero esa es otra cuestión. El autor es muy conocido en todas partes del mundo y en 2000 recibió el Premio de Teatro de la Academia Francesa por el conjunto de su obra, se sabe de él que es también filósofo y musicólogo, además de autor de dramas y novelas. El director es experimentado y los actores, a los que en lo personal respeto mucho, tienen amplia trayectoria, por lo que las expectativas de un producto excelente eran muchas. Pero, por alguna razón no se cumplieron, lo que me lleva a hacerme varias preguntas.

Me pregunto la razón de que la primera obra que conozco de un escritor tan laureado y representado en todas partes del mundo me pareció tan anticuada. No por ser un melodrama, porque el género puede ser muy atractivo, sino por la manera en que la trama, tan predecible, es encarada, por ejemplo en la escena en que Lisa y Gilles actúan el momento en que se conocieron para reverdecer su amor, lo que se pensaría que ya no se podía hacer en el teatro contemporáneo. Tampoco hay justificación para el giro del final y, si se quiere, para muchos otros giros en la conducta de los protagonistas. Los personajes pueden ser complejos, como compleja es la relación que poco a poco se devela, pero sus acciones –las que vemos, no las acumuladas en los 20 años de matrimonio y las de la noche del accidente– carecen de sustento.

Me pregunto el por qué en la escenografía de Auda Caraza y Atenea Chávez de esa amplia biblioteca haya tan poco ambiente para la lectura, aunque se explica que el silloncito preferido de Gilles –el que es sacado a escena y vuelto a meter sin ninguna explicación– es deliberadamente incómodo para que el escritor de novelas de misterio tenga mayor concentración. Tampoco encuentro justificante para que los escasos muebles sean acercados y alejados en determinados momentos por los actores, aunque a lo mejor existe un simbolismo que se me escapa. Los subrayados musicales en el diseño sonoro de Rodolfo Sánchez Alvarado, que muy posiblemente se deban al deseo de recordar las telenovelas por tratarse de un melodrama, son muy inoportunos, así como los cambios de luz de Hugo González, que oscurecen el escenario en momentos clave de la acción, nos remiten décadas atrás en lo que a iluminación se refiere. Aunque el trazo de Minera es limpio en el movimiento de los actores, estos detalles y quizás el texto mismos recuerdan escenificaciones de mediados del siglo pasado.

Me tengo que preguntar, ahora, qué ocurrió con la actriz y con el actor, ya que ambos han dado muestras de muy buen desempeño actoral, ausente en este montaje. Es muy posible que el hecho de dar dos funciones el fin de semana –yo fui a la primera– los obligue a escatimar esfuerzos, pero lo que vi no estuvo a la altura de su trayectoria. Patricia Reyes Spíndola se muestra muy artificiosa en tonos y ademanes, lo que hubiera estado muy bien en la primera parte y hubiera dado la pauta de personaje e intención si hubiera cambiado más su actuación en la segunda, cuando ambos cónyuges ya se han quitado las máscaras y hablan con su verdad; es cierto que hubo un cambio en la actriz, pero no lo suficientemente pronunciado como para darle más verosimilitud a Lisa. Miguel Angel Ferriz, quien tiene a su cargo las largas tiradas de Gilles acerca de su concepción del matrimonio, las dice con excesiva rapidez y con muy pocos matices, lo que convierte su actuación en algo monótono y sin mayores transiciones.

Por último, me pregunto si el excelente Proyecto Xola, que abarca a un grupo grande de teatristas y amantes del teatro, nos dará buenas sorpresas en la temporada que ya anuncia y que abarca de septiembre de 2007 a agosto de 2008. Mi mayor deseo, y lo digo sinceramente, es que así ocurra por el bien de ellos, del público y de todos nosotros.

 
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