Agua que quema
Un una barrera de una plaza de toros de Jerez de la Frontera, allá por los ochenta, parpadeaba la morena bailaora y jugaba con un pañuelo a guisa de capote. Era una tarde serena frente a un sol que se desmayaba frente al espejo de una sonrisa cálida. Lentamente en el coso aparecía un rumor de palmas y a la morena le bailaban los ojos, rebrillaban los cabellos en cascada bruma y sus labios naranja jugosa, anunciaba el agua quemada que cantara Octavio Paz. Y que bulliciosa se escapaba de las alturas en busca de la vida.
Poema de fuego que se acentuó cuando partía plaza Rafael, sí, Rafael de Paula con andares de pasodoble y tú, morena, empezaste a taconear. Si, Rafael el que donde ponía el meceo de la niña verónica, ponía el sello de la raza. Máxime, si como en aquella tarde su capote se tornó de milagrería y se recreó en tres verónicas y la media dominguera y todo Jerez cambió de fisonomía, incluida tu morenura enmascarada por el fulgor de una gracia desconocida.
Tolvaneras del tiempo que van dejando cantes, vino, amores y tardes de toros inolvidables. Barbullo delirante cuya hipnótica melodía barbotaba los secretos femeninos. Cascada invisible que se escapaba de los muslos gitanos al sentir el duende de su hermano de raza en el juego de la vida-muerte que recorría la del torero en cada verónica, siempre la primera de su vida, entre mariposas negras. Casquilleo que aleteaba el vacío original. Murmullo de humedades en canto sangriento, hechicería de la muerte que cubría el frasco de las esencias del agua quemada.
Todo esto recordaba y vivía la tarde de ayer en la Plaza México, magia de viejos amores, invariables cabales, faenas que se quedaron y la morena presente ausente, la de los cabellos juegos de luces, ojos eternos en parpadeo electrizante… que se escapan, se pierden… como se pierde, se escapa, la fiesta brava en México.