Usted está aquí: lunes 23 de julio de 2007 Deportes Triunfos de El Pali y Joaquinillo en su debut con bravas reses de San Marcos

Alvarez cortó una oreja con tesón en la México; a Hernández le tocó el mejor del encierro

Triunfos de El Pali y Joaquinillo en su debut con bravas reses de San Marcos

El Gordo de Iztapalapa fue ovacionado por picar a Guzgo en todo lo alto

LUMBRERA CHICO

Ampliar la imagen Alfonso Hernández El Pali se llevó un apéndice durante novillada en la México Alfonso Hernández El Pali se llevó un apéndice durante novillada en la México Foto: Jesús Villaseca

Para la cuarta función de la temporada de verano, que ayer pareció más de novillos que de becerros, la ganadería jalisciense de San Marcos envió un interesante encierro, bravo en general, en el que destacaron dos ejemplares –el primero y el quinto–, y que propició el triunfo de dos jóvenes aspirantes a matadores que cayeron de pie ante los menos de 500 aficionados que asistieron ayer a la Monumental Plaza México: Alfonso Hernández El Pali y Joaquín Alvarez Joaquinillo.

Ninguno de esos dos espléndidos toretes le tocó en suerte a Joaquinillo, que vestido de obispo y plata recibió Sibarita, el tercero de la tarde, un cárdeno bragado de 395 kilos, con los cuernos montados a la mexicana, que no le permitió dar siquiera un capotazo. Tomó una vara, acudió al segundo tercio sin pena ni gloria, y aguardó a que el muchacho que iba a lidiarlo efectuara un dramático brindis al cielo. Entonces comenzaron los problemas.

Después de depositar la montera sobre la arena, rodilla en tierra, Joaquín fue a buscar al bicho a los medios y le plantó la muleta con la derecha y se lo enroscó en una primera tanda bajando y corriendo la mano con temple. Sin embargo, a la siguiente entrevista, el animal ya no quiso pasar con la misma alegría y empezó a regatear las embestidas y a desarrollar sentido. Lejos de amilanarse, Joaquinillo sacó la casta y se empeñó en citarlo por el mismo lado pero cruzándose mucho para tocarlo por el pitón izquierdo, técnica que al cabo de varios intentos fallidos le permitió cuajar otra buena y emotiva tanda de derechazos, para coronar la faena con una estocada fulminante.

Y lo que es tener ángel: mientras su enemigo se derrumbaba, el aprendiz se hincó, agarró un puño de arena, le dio un beso y volvió a comunicarse con el cielo haciendo gestos de gratitud. El público y el juez, encantados, no vacilaron en concederle una merecida oreja. En cambio ante Goloso, el sexto y último, que despachó bajo la llovizna y casi sin testigos, se limitó a cumplir, lujo que por su parte no pudo darse su coalternante El Pali, a quien sus dos rumiantes le sacaron canas del color de su terno, verde y oro, con remates en negro.

La gente aplaudió la salida de Comelón, segundo del sorteo, cárdeno bragado muy bien puesto de cornamenta, y de fina estampa que no desmentía los 400 kilos que le atribuía la pizarra. Su fuerza era tan palpable que recibió peleando una vara que a saber por qué se volvió interminable y lo dejó atornillado al piso como una escultura de Just. El Pali trató de embarcarlo por derechazos pero sólo consiguió ser empitonado sin consecuencias, antes de matar de pinchazo y completa para retirarse en silencio al callejón de donde audazmente regresaría, sin que nadie lo llamara, a saludar al tercio.

Pero su buena estrella le tenía guardada una grata sorpresa llamada Guzgo, un precioso negro bragado y playero, que mostró su excelencia al meter la cabeza en una verónica de El Pali por la derecha, y luego su bravura, al arrancarse de lejos hacia el caballo, recargar alegremente contra el peto, llevarse la cabalgadura a las tablas y derribarla, eso sí, luego de haber recibido una vara en todo lo alto a cargo de Carlos Domínguez, El Gordo de Iztapalapa, que oyó la más cálida ovación de la fría tarde.

El Pali inició su trasteo de muleta con cuatro imponentes doblones en tablas, antes de atraer a la bestia a los medios donde, sometido a los gritos de su apoderado que lo manejaba a control remoto desde el callejón, hizo exactamente lo que éste quería: citó por la derecha y cuando el toro le respondió no volvió a quitarle la muleta de la cara nunca, primero para pegarle una prometedora tanda de tanteo y en seguida otra que fue de entrega absoluta por parte de ambos: El Pali se despatarraba templando y mandando y el bicho se comía la franela humillando el hocico y apretando la arena con los cuartos traseros. Sólo por ese instante la gente creyó que de verdad se encontraba en una fiesta.

Y muchos se pusieron de pie cuando luego de otras tandas fallidas en las que apenas hubo algún detalle, El Pali hundió la espada en todo lo alto y aunque Guzgo se tardó en doblar y el puntillero lo levantó dos veces, los pañuelos lo premiaron también con la oreja, la segunda y última de la tarde que fue paseada en victoriosa vuelta al ruedo ante los ojos de Jorge Delijorge, el primer espada, sin clase ni sitio ni habilidad para banderillear, que desperdició a Antojadizo, de 418, no pudo hacerle nada a Hambriento, de 385, y se fue inédito.

 
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