Los niños de nadie
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La película colectiva Los hijos de nadie (All the invisible children), una producción para beneficio de la UNICEF y del Programa Mundial para la Alimentación, con siete episodios dirigidos por ocho cineastas de renombre que no cobraron nada por su trabajo, reservándose como única retribución el derecho a revisar la copia final, tiene como virtud primera apartarse de la retórica de patrocinio conmovido. No hay pretexto aquí para la estetización de la miseria ni para refrendar una mirada vertical, de norte a sur, con golpes de pecho y mala conciencia. Lo que se despliega en pantalla es algo diferente: los cineastas proponen ficciones con niños y adolescentes arrancados por un tiempo de la invisibilidad social, que muestran sin concesiones una sensibilidad lastimada o el desafío de una conducta que sin proponérselo lo cuestiona todo. Tal es el caso de los niños guerrilleros del primer episodio, Tanza, de Mehdi Charef, cineasta francés de origen argelino, realizador en los años ochenta de Miss Mona y El té en el harem de Arquímedes. En este segmento un grupo de guerrilla urbana entrena a un niño de un país no determinado en Africa negra para que coloque una bomba en una escuela. Las luchas entre grupos rivales son despiadadas y el resentimiento social, por la miseria extrema, por el desamparo familiar, tan radical, que el odio parece dirigir cada gesto y movimiento del niño de 12 años. Un súbito encuentro con la obra de Kipling en la pizarra del salón desbarata el engranaje terrorista. En Gitano azul, el episodio de Emir Kusturica (Tiempo de gitanos), otro niño, Uros, transita del ámbito doméstico disfuncional a un mundo carcelario que en comparación parece más habitable. La educación sentimental combina el característico goce musical del cineasta con la picaresca de un grupo de ladrones de poca monta, todo sin afán didáctico y sin un asomo de moralismo.
El episodio más conmovedor e intenso es, sin embargo, Jesús niños de América, de Spike Lee (Haz lo correcto, Fiebre de selva), retorno del cineasta a una crónica muy ácida de Brooklyn, enfocada hoy a la experiencia de Blanche, una “niña del sida”, llamada así por sus condiscípulos, quienes al enterarse de que la joven es hija de dos heroinómanos infectados con el virus del sida, y al suponerla portadora del padecimiento, le reservan un trato cruel, apenas menos inclemente que la actitud de una madre escandalizada por la presencia de la niña en la escuela y por un irracional temor al contagio. Lee aborda el tema delicado con su estupenda solvencia narrativa. La noción de una posible muerte inminente capturada desde el punto de vista infantil, la acelerada maduración (coming of age) de la protagonista, el clima escolar opresivo, tan lejos de ser erradicado en el mundo industrial como en los cinturones de miseria, todo contribuye a hacer del episodio de Spike Lee un testimonio perturbador y de enorme poderío dramático. Esta mirada infantil, confrontada de golpe con la realidad de la desaparición propia o la de los seres amados, esta presente también, aunque de forma más maniquea y efectista en Song Song y Gatita, el segmento de John Woo, retrato contrastado de una pobre niña rica, infeliz en medio de todas sus muñecas y en el lujo de un hogar casi en ruinas, y el de la niña menesterosa que, recogida de un basurero por un pordiosero, conoce inesperadamente una segunda orfandad, más dolorosa aun que la primera.
El título original de la cinta ómnibus, All the invisible children, parece cada vez más claro: se trata de existencias casi prescindibles, sumidas en el anonimato, sin derecho a una mínima ciudadanía ni al menor afecto. Atraviesan experiencias muy fuertes, como la guerra, vista, recordada, imaginada, por un fotógrafo devuelto a la infancia (David Thewlis), en Jonathan, de Ridley Scott y Jordan Scott (su hija), o como la delincuencia infantil en Ciro, el relato de lirismo encendido de Stefano Veneruso, ambientado en Nápoles, o como la saga de los niños de Sao Paulo, Bilú y Joao, de la brasileña Katia Lund, coguionista de Ciudad de Dios, de Fernando Mirelles. Los niños de nadie es un tributo siempre oportuno, siempre sugerente, al neorrealismo italiano de películas como El limpiabotas o Ladrones de bicicletas, de Vittorio de Sica. La desolación del día siguiente de la Segunda Guerra ha quedado muy atrás; no así las inclemencias y la inmoralidad del tiempo neoliberal presente.