Usted está aquí: lunes 30 de julio de 2007 Opinión El sentido del cambio

Gustavo Esteva

El sentido del cambio

El lunes pasado el movimiento oaxaqueño dio señales notables de autocontrol, restricción, sabiduría. Evitó una trampa semejante a la del 25 de noviembre, repetida el 16 de julio, y celebró tranquilamente la efectividad de su boicot a la "guelaguetza oficial".

En el cerro militarizado, mientras tanto, el acarreo aumentó de costo. No bastó obligar a los burócratas ni mandar autobuses a los pueblos cercanos. Para llenar el auditorio fue preciso, además, ofrecer dinero y despensas. Fue algo enteramente inusitado. Desde que el gobernador Chico López quiso expropiar la celebración, en 1932, hubo interés popular en esa "guelaguetza oficial". Aunque la fiesta se transformó en un espectáculo folclórico bajo control burocrático, la gente quería estar ahí. Llegaban a él los turistas, los invitados del gobernador y personas acomodadas, pero también algunos colados, que habían logrado conquistar los lugares gratuitos que se dejaban al fondo para "el pueblo". Esta vez fue preciso pagar acarreados, como en la mejor tradición de los mítines del PRI. El boicot funcionó.

Para muchos, boicot era bloqueo. Boicotear la fiesta oficial significaba impedirla. El día 16, cuando se jaló la calenda hacia el sitio previsto para la confrontación, algunas personas hablaban todavía de la conquista del cerro militarizado, a sabiendas de la violencia que el intento traería consigo.

Dentro de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) y de la sección 22 del sindicato magisterial hay partidarios del enfrentamiento. Algunos lo incluyen en sus estrategias políticas. Otros consideran útil generar víctimas para mostrar el carácter represivo del régimen y así despertar la conciencia pública. Otros más están ansiosos de dar rienda suelta a la rabia acumulada ante los agravios de siempre. Quienes impulsan la confrontación desde el interior del movimiento por esas y otras razones lo ponen en sintonía con los provocadores e infiltrados del gobierno, instruidos para tender las trampas que permitan dar apariencia de legitimidad a la represión.

El lunes, sin embargo, tras derivar las lecciones pertinentes de la experiencia del día 16, se logró consenso para hacer valer la no violencia activa. El acuerdo es todavía frágil y podría romperse el día de hoy porque persisten diferencias profundas. Las principales se refieren a la actitud frente al poder. Algunos se concentran en tomarlo, por cualquier vía, conforme a las ideologías dominantes en el siglo XX y alguna variante de desarrollo capitalista o socialista. Otros se empeñan en la búsqueda de justicia, autonomía y libertad, y en reorganizar la sociedad desde su base. Aunque todos reconocen que el ejercicio electoral en Oaxaca está podrido, éstos piensan que se basa en una ilusión contraproducente mientras aquéllos participan en la apuesta electoral, no sólo para practicar el voto de castigo contra Ulises Ruiz y sus aliados (que ahora están en todos los partidos), sino para impulsar a ciertos candidatos.

Las diferencias se expresan desde el concepto mismo de lo político. Unos parecen encerrados en la actitud que reduce la actividad política a la noción amigo-enemigo y determina que los políticos se dediquen a enfrentarse entre sí. Desde otra concepción, la política se define por el bien común, no por algún enemigo identificado.

Paul Goodman, el gran luchador social, sugirió alguna vez: "Suponga que ha tenido ya lugar la revolución de que ha estado hablando, la revolución en que sueña. Suponga que su lado ganó y que ya tiene la sociedad que quería. ¿Cómo viviría en esa sociedad? ¡Comience a vivir de ese modo ahora! Haga hoy lo que haría entonces. Cuando se tope con obstáculos, gente o cosas que no le dejan vivir de ese modo, comience a pensar cómo darles la vuelta o pasarles por encima o por debajo, o cómo sacarlos de su camino, y su acción política será concreta y práctica".

Este sabio consejo contribuye a recuperar el sentido de la política en la hora de la bancarrota de las ideologías, cuando la política se convierte en una actividad mediática entre adversarios. No supone olvidar la lucha política. Al contrario. Le da consistencia y dirección. La hace concreta y práctica.

Los zapatistas, por ejemplo, concentran su principal esfuerzo en caminar su propio camino, construyendo desde la base social una nueva forma de vivir en la zona que controlan, a pesar de todas las restricciones y de las agresiones a las que siguen expuestos. Ahí está el corazón de su empeño. Es lo que han estado mostrando a quienes acudieron al encuentro internacional que convocaron.

La actividad política comprende confrontaciones, para remover obstáculos del camino (como Ulises Ruiz) y en circunstancias como la actual, cuando el capital globalizado libra una guerra muy agresiva contra la gente. Pero no debe reducirse a ellas, para no perder su razón y su sentido.

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