Usted está aquí: lunes 30 de julio de 2007 Economía México deforme

León Bendesky

México deforme

Son muchas y muy visibles las deformidades de esta sociedad. Ellas son reconocibles y analizables y, sin embargo, al parecer no hay una manera efectiva de emprender un camino para enfrentarlas y superarlas. Esa incapacidad constituye en sí misma una deformación adicional; es, tal vez, la traba más grande para la vida colectiva y el desarrollo y para crear una modernidad decente.

Las deformaciones se advierten en todos los ámbitos. Se manifiestan en la economía como la falta crónica de crecimiento; en la sociedad toman la forma de una enorme desigualdad y pobreza; en la política se plasman como conflictos constantes; se incrustan en la procuración de la justicia, que es un recurso escaso y muy mal distribuido.

La verdad está deformada también, y no en el sentido que tiene como una categoría abstracta, sino como un elemento esencial y concreto de la frágil democracia que tenemos y que carece de un entorno creíble de cumplimiento de las responsabilidades y la rendición de cuentas. La ley existe, pero si no se ajusta a las necesidades, peor para ella.

Todo pasa en México y, al mismo tiempo, no pasa nada. Los asuntos se exponen como material mediático e inmediatamente de sumergen en un complicado entramado de encubrimientos, pactos soterrados y arreglos entre poderosos. Esos asuntos se escriben con letras de petróleo, de concesiones para hacer grandes negocios, de narcotráfico, de prebendas, de actos de corrupción de todos tamaños, formas y orígenes, y hasta en caracteres chinos. Al exponerlos en los medios se hace parte del trabajo sucio, las cosas se saben como quieren que se sepan y de ahí se van perdiendo en un tiempo laxo e informe cuyo transcurso favorece siempre a alguien, los mismos.

Este es el terreno de los asuntos grandes, de lo macro, lo general. Pero tienen una manifestación clara en lo micro, lo que afecta a las individuos, las familias, la mayor parte de las empresas y los trabajadores. Vaya, se expresan en la vida cotidiana.

Puede creerse, como muchos así lo hacen, que en ese espacio de lo agregado se consigue un control efectivo de los daños y, entonces, seguirán pasando cosas sin que pase nada y seguirán cosechándose los grandes beneficios que de ahí se derivan. Pero en el campo de lo desagregado, de lo que pasa a nivel de la calle, los hogares y los lugares donde se produce y trabaja el desgaste, que parece inadvertido es, no obstante, continuo y se acelera.

La historia se va urdiendo en el ámbito de lo agregado y así suele exponerse en la manera en que se enseña y se vuelve parte de la conciencia colectiva, pero de igual modo se trama finalmente en las actividades diarias de la gente, que se levanta cada día a hacer lo que tiene que hacer, incluso en medio de la nebulosa general que la rodea, sobre la cual tiene poco control y que enfrenta con un creciente sentimiento de impotencia.

De la misma manera en que las condiciones macroeconómicas, que tanto ocupan a los funcionarios del gobierno, a las cúpulas empresariales y los organismos financieros internacionales, se sostienen en el funcionamiento a escala microeconómica, así se soportan la deformidades sociales agregadas sobre las que surgen de manera primaria. En esta relación no hay engaño posible, aunque sea tan conveniente mantenerlas por separado.

Se discute, por ejemplo, sobre la necesidad de acrecentar la competencia en los mercados, o de regular las actividades para provocar un mayor beneficio para los consumidores. Ahí se ubica un debate macro, pero en el micro las cosas ocurren de manera diametralmente opuesta. Esto no es un salto mortal para forzar la argumentación; es el resultado de una enorme distorsión en la manera en que se conciben los postulados teóricos y se administran de manera práctica las políticas públicas.

Un caso para ilustrar el tránsito al que aludimos. Las Afore reciben el ahorro que hacen de modo forzoso los trabajadores, cobran de entrada una comisión elevadísima y luego invierten los recursos en títulos especulativos sin ninguna responsabilidad con sus clientes en cuanto a los rendimientos que reciben. Estos pasarán ineludiblemente de tener salarios insuficientes a ser pensionados pobres. Un escenario real y de terror.

Otro caso, el de la telefonía, básicamente controlada por una gran empresa que ejerce un poder dominante en el mercado. Trate de cancelar su cuenta de Internet con prodigy que provee Telmex. Es un asunto para Ripley: el trámite sólo puede hacerse por teléfono, pero nadie contesta en ese servicio. El cliente sigue pagando, y si no lo hace va directo al Buró de Crédito. Y si Telcel le cobra sus llamadas por minuto, pero sólo se utilizó una fracción del mismo se paga completo un servicio que no se recibió.

Las comisiones de Competencia y de Telecomunicaciones y la Consar están, por supuesto, en lo agregado, no al nivel de la calle donde vive la gente. Y ahora nos dicen que el Seguro Popular, perla del gobierno foxista, alienta la informalidad. Las deformidades se reproducen como una plaga bíblica.

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