Elena Ribera de la Souchère
Aguila o sol, azar objetivo o predestinación: Balzac y Picasso, dos gigantes. Rodin realizó la estatua del primero, el segundo se autorretrató. ¿Quién es el más orgulloso: Honoré o Pablo? Rue des Grands-Augustins, cerca de Notre-Dame, el Sena de por medio, en uno de los edificios una placa de cobre atestigua. Balzac escribió ahí "La obra maestra desconocida": en busca de la perfección, un pintor construye destruyendo su obra. Picasso construyó, también ahí, una obra sobre la destrucción de Guernica. Acaso Balzac es el más orgulloso. ¿Darthez el escritor, Vautrin el criminal, Rastignac el joven ambicioso, Rubempré el joven miedoso, la princesa de Cadignan, no son todos Balzac? Un escritor, auténtico, no escribe mirando su ombligo: se mira en el otro, en los otros, poseyéndolos, entregándose, para hurtarles sus secretos, volverse esos otros.
Picasso posee Guernica hasta ver vacilar su razón. ¿Cómo comprender en otra forma la respuesta al oficial nazi, quien lo visitó durante la ocupación? Frente a la violencia mortífera del cuadro que representa el bombardeo sobre este pueblo del País Vasco, el militar preguntó al pintor: "¿Usted hizo eso?" Y Picasso responde: "No, yo no, fueron ustedes".
Galaxia Gutenberg acaba de publicar Lo que han visto mis ojos, de Elena Ribera de la Souchère. En estas memorias, Elena se muestra, como siempre, púdica, secreta, apenas se la atisba a través de testimonios sobre lo sucedido en Guernica: el bombardeo que duró más de tres horas y que dejó el sombrío saldo de 889 heridos y mil 654 cadáveres sanguinolentos y despedazados, los largos años de negación de la atroz matanza, "llevada a cabo para experimentar las bombas", el reconocimiento al fin, en 1967, del infierno impuesto sobre la población para ver lo que iban a instaurar en Europa.
Comprendo que ante estos hechos y ante la historia de la Guerra Civil que vivió en Barcelona y en el frente en Madrid, Elena diga pocas cosas sobre su vida, los riesgos que corrió, la testarudez que la hizo quedarse en Madrid a pesar de los consejos de amigos que deseaban se fuera a París y evitarle peligros y hambruna. A lo largo de Lo que mis ojos han visto aparecen gestos de ella, los rasgos de algún amigo, las palabras lacónicas con que se comunicaban durante la resistencia, las errancias.
Por eso son interesantes la presentación de Juan Goytisolo y el prólogo de José María Ridao. Gracias a estos dos textos el lector puede asomarse a la vida de quien considero un personaje, en el más alto sentido de la palabra. "En Coto vedado -escribe Goytisolo- la describo como una mujer de una cuarentena de años, pálida, delgada, angulosa, con un sobrio pero elegante perfil de medalla, vestida con un ajustado y adusto traje sastre con camisa y corbata". Cuando yo la conozco, a mi llegada a París, en 1975, Elena tiene el pelo blanco, muy corto; viste siempre su traje sastre, claro en verano, oscuro en invierno; fuma cigarrillos que sostiene entre sus labios a la manera de Humphrey Bogart, me enciende los míos como lo haría un caballero, se queda de pie mientras no me ve sentada en la silla que separa de la mesa.
Poco a poco, a pesar de su laconismo, me iría enterando de detalles de la fabulosa aventura que es su vida. Su padre, arqueólogo, puso a disposición de Pablo Picasso el castillo Grimaldi. Al irse, el pintor dejó obras para volver millonario a cualquiera. El arqueólogo fundó el primer Museo Picasso. Después de los años en España, Elena vuelve a París a trabajar para difundir lo que sucede al otro lado de los Pirineos.
Cuando la ocupación, se refugia en Inglaterra, donde se pone a disposición del ex ministro de Justicia de la República española. Después del desembarco en Africa, Elena se traslada a Argel para ayudar a los españoles liberados de los campos de concentración. Colabora con Sartre y Beauvoir en la fundación de Les Temps Modernes. Continúa su carrera periodística hasta su ingreso a la embajada de México por recomendación de Octavio Paz.
Elena tiene su lado secreto: sus gatos y sus perros. Mantener una cincuentena agota cualquier bolsillo. Pero ella preferiría morir que abandonarlos. Eso es el amor.