Oaxaca: elecciones y resistencia
Oaxaca vive una efervescencia política que se expresa de muchas maneras: represión gubernamental sobre pueblos inconformes con la situación en que viven, elecciones en las que los partidos políticos buscan reacomodarse para conservar o mejorar sus canonjías, y resistencia popular que se expresa en un amplio y fuerte movimiento que impulsa cambios de fondo en la situación económica, política y social del estado. En el telón de fondo se ven los intereses de los grupos de poder real y un gobierno federal que ha optado por la omisión consciente, ya que requiere el apoyo del partido del repudiado gobernador de Oaxaca para seguir gobernando.
La represión ha sido el signo de Ulises Ruiz desde antes de que llegara a la gubernatura; la ha acompañado durante todo el tiempo que ha ocupado el puesto y, para desgracia de los oaxaqueños, parece que lo perseguirá hasta el día en que se vaya.
Cierto, no es el único gobernante que ha utilizado ese método para usufructuar el poder, pero es el que lo ha convertido en su instrumento preferido de control de la inconformidad social, incluso abusando de él, al grado que ha mostrado imágenes de represión propias de los años 70, cuando se mantuvieron en el poder las las peores dictaduras latinoamericanas de las últimas décadas. Sólo con represión pudo sacar adelante la Guelaguetza, mediante la cual, a decir de sus personeros, se jugó la posibilidad de demostrar que gobierna el estado y que el repudio popular en su contra va disminuyendo. Finalmente logró que el acto folclórico para consumo de los turistas extranjeros saliera adelante, aunque fuera con acarreados afines, pero exhibiéndose como uno de los gobernantes más represivos de todos los que existen en el país.
¿Por qué la saña enfermiza? ¿Por qué una exhibición mundial de ese tipo? ¿Valía la Guelaguetza una represión de tal magnitud? Son dudas que no encuentran respuesta única, ni en los límites de la realización de un acto cultural.
Hay quienes sostienen que la represión no obedeció sólo a la necedad de llevar a cabo la Guelaguetza, sino a un problema mayor que le quita el sueño a Ulises Ruiz y su equipo desde antes que se hicieran del poder: cómo hacerse del control político de Oaxaca, que nunca han tenido, porque en amplios espacios siguen mandando otros grupos de su propio partido, así como de otros que resulta difícil calificar de oposición.
Los comicios del próximo domingo para la integración de la próxima legislatura resultan la oportunidad para lograr su propósito o hundirse definitivamente. A pesar de que el pueblo oaxaqueño no se distingue por su afición a votar en las elecciones para elegir gobernador o diputados, en años recientes el Partido Revolucionario Institucional ha ido perdiendo puestos de elección popular, que han ido a parar a manos de otros partidos. Y, aunque esto no cambia en mucho las formas de gobernar, ni los objetivos con que se hace, mueve las piezas del ajedrez político estatal, construido con base en cacicazgos regionales y grupos de intereses. Por eso cuando el PRI pierde algún cacique regional o grupo de interés económico es sacrificado y eso vuelve más difícil una negociación y obliga a un reacomodo de fuerzas.
Habría que concluir entonces que el gobierno reprimió con tanta saña para desmovilizar a la oposición, inducir el voto del miedo y disminuir el voto de castigo en su contra. En otras palabras: conscientes de la imposibilidad de aumentar el voto oficial, los del gobierno optaron por disminuir el de la oposición para conservar la mayoría de las diputaciones en las próximas elecciones. Claro, además de dar un escarmiento a la gente que no acepta negociar en lo oscurito y mantiene en alto la demanda de que Ulises Ruiz y su equipo abandonen el poder como condición para que el estado pueda transitar hacia una posible democracia.
Para lograr sus objetivos no les importó el precio a pagar. Por eso en días pasados vimos imágenes que ya creíamos desterradas para siempre: manifestantes que se entregaban voluntariamente a la policía con la esperanza de no seguir siendo golpeados y que más adelante aparecieron con el cráneo y las vísceras destrozadas; opositores sometidos que fueron golpeados, rapados y ofendidos en su dignidad cuando ya no tenían ninguna posibilidad de defenderse; ciudadanos privados de su libertad por el delito de llevar las manos sucias y encontrarse en el lugar equivocado en el momento menos oportuno, o porque a alguien les parecieron sospechosos; presos sin delito, cuya libertad no depende de que se le pruebe alguna culpabilidad, sino de que se comprometan a abandonar su lucha.
Y atrás de todo esto están unos pueblos que no se amedrentan y resisten, porque saben que ni del gobierno ni de las elecciones pueden esperar un cambio verdadero a la situación tan injusta en que viven.