Usted está aquí: jueves 2 de agosto de 2007 Política Harry Fitzgerald Roosevelt

Jorge Eduardo Navarrete*

Harry Fitzgerald Roosevelt

Icaro Montgolfier Wright fue el título que Ray Bradbury dio a su épico homenaje a los pioneros de la aviación y al anhelo humano de vuelo y trascendencia. Encabezo estas líneas con un collage que combina los modelos elegidos por Barack Obama, precandidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, para anclar su manifiesto de política exterior: Kennedy, Truman y Roosevelt. Si consigue ser electo, la hazaña de quien sería el primer afrodescendiente en presidir la mayor potencia planetaria se inscribiría en los anales en un rango no menor.

Foreign Affairs, la prestigiada revista, se propone publicar las propuestas de los principales aspirantes. En su número de julio-agosto de 2007 comenzó con la del joven contendiente. Se trata de un texto de 5 mil palabras, teñido de retórica de campaña. Contiene, no obstante, varios planteamientos de fondo que conviene examinar. No porque se piense que su autor tendrá oportunidad de ponerlos en práctica, sino porque representan lo más avanzado que es dable esperar en la coyuntura política en que, hacia finales del año próximo, Estados Unidos elegirá un nuevo líder. Quizá no sea erróneo suponer que ningún otro candidato con posibilidades estará dispuesto a ir más allá que Obama en la indispensable tarea de corregir el desastroso rumbo de la política exterior de Bush. Una política, afirma Obama, "que ha conducido a una guerra con Irak que nunca debió ser autorizada y nunca debió ser librada [pues] a raíz de Irak y Abu Ghraib, el mundo perdió la confianza en nuestros propósitos y nuestros principios".

La visión del historial de la acción internacional de Estados Unidos es la primera cuestión a destacar. Resulta complaciente en demasía. Por ejemplo, de Kennedy se recuerda la Alianza para el Progreso, pero no Bahía de Cochinos; de Truman se exalta el Plan Marshall, pero no se lamenta Hiroshima... Esta selectividad puede entenderse como recurso retórico en un texto de campaña, pero demerita la credibilidad del conjunto del manifiesto. Desde 1945, el ejercicio del liderazgo global por Estados Unidos ha provocado muertes y sufrimiento con mayor amplitud y frecuencia de la que ha extendido la democracia y fomentado el progreso, sus objetivos declarados.

El mantra que rige el manifiesto de Obama, desde su título mismo, es la intención de "renovar el liderazgo de Estados Unidos en el mundo". Es probable que ningún candidato se atreva a apartarse de la noción de que corresponde a su país una misión planetaria -conferida por la divinidad, dirán algunos. Tras un periodo en que la superpotencia ha ignorado toda limitación y en que sus ideólogos le han exigido ir más allá, es notable que Obama, sin atreverse a denunciar esa misión, reflexione sobre las limitaciones y condicionantes que se encontrarán en su ejercicio.

Identifica seis ámbitos en los que es indispensable que Estados Unidos cambie de rumbo o encuentre otras modalidades de acción para "conducir al mundo, por la acción y por el ejemplo". Esas seis áreas son: dejar atrás el desastre de Irak, modernizar el poderío militar estadunidense, detener la proliferación de armas nucleares, combatir con efectividad el terrorismo, reconstruir las alianzas y la cooperación, y contribuir al desarrollo global.

Al abordar la segunda, Obama, que tanto subraya la necesidad de asumir las realidades del nuevo siglo, se aferra a un paradigma viejo de dos mil años: si vis pacem para bellum. Propone el desarrollo de capacidades bélicas adicionales y subraya, como lo harán todos los candidatos, su disposición a usar la fuerza de manera unilateral si EU es atacado o enfrenta una amenaza inminente. Va más allá: "también debemos considerar el uso de la fuerza en circunstancias adicionales a la legítima defensa [...] en auxilio de aliados, en operaciones de estabilización y reconstrucción o para enfrentar atrocidades masivas". Acota que deberá buscarse "el apoyo y la participación" de terceros. No alude, en este contexto, a las Naciones Unidas. Es difícil imaginar que Bush tuviera objeción de fondo a este planteamiento -que parece haber sido tomado de uno de sus discursos- y bien se sabe que, en Irak sobre todo, la intención de enfrentar atrocidades ha llevado a cometer otras, aún mayores y que la reconstrucción es, a menudo, el negocio hecho posible por la destrucción infligida.

En el ámbito de la no proliferación aparecen elementos esperanzadores. En especial, el aserto de que "EU no debe apresurarse a producir una nueva generación de armamentos nucleares", como con entusiasmo recomendaron Rumsfeld y Cheney, complementado por la idea de que se ratifique el Tratado sobre la Prohibición Completa de Ensayos Nucleares. Sin reconocerlo en forma explícita, Obama parece comprender que no podrá avanzarse en evitar la proliferación si no se avanza en el desarme y el desmantelamiento de los guadarneses. Aporta, además, ideas novedosas, como la de la creación de un "banco de combustible nuclear", controlado por la AIEA, que someta a control multilateral el enriquecimiento de uranio. Desbarra, sin embargo, al asumir la no proliferación como sanción política. Al hablar de Irán señala que "es demasiado peligroso permitir armas nucleares en manos de una teocracia radical", sin advertir que esa caracterización calza perfectamente al régimen de Bush. Al abordar la dimensión siguiente, acierta al señalar las raíces económicas, sociales y políticas del terrorismo. No dice, desde luego, que lo expliquen o justifiquen, pero reconoce que el extremismo pierde atractivo si "la gente ve reconocida su dignidad y disfruta de oportunidades".

Acaso la sección de mayor interés del manifiesto de Obama sea la relativa a la "reconstrucción de las alianzas", lastimadas en los años recientes. En Europa, "desechamos las reservas expresadas sobre la guerra de Irak"; en Asia oriental, "ignoramos los esfuerzos de distensión en la península coreana"; en América Latina, "no respondimos a las preocupaciones sobre migración y sobre equidad y crecimiento económico"; en Africa, "permitimos que el genocidio continuara en Darfur". Tras estos descalabros, Obama propone un enfoque específico para Asia oriental, centrado en China, país con el que "competiremos en algunas áreas y cooperaremos en otras". En las cuestiones globales, propone colaborar "con los mayores protagonistas, incluyendo las nuevas potencias emergentes, como Brasil, India, Nigeria y Sudáfrica". México no figura en la lista. Quizá Obama no confía en las predicciones de Goldman Sachs -a diferencia de Calderón, que las considera palabra revelada.

México es mencionado sólo una vez, como uno de los extremos geográficos de América Latina. Canadá no aparece en el manifiesto. Siendo partes del perímetro de seguridad de Norteamérica, ¿considerará que los vecinos somos ya asunto interno de Estados Unidos?

* Ex representante permanente de México ante la ONU

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.