Cállate
Definir lo que puede ser más representativo de México en el extranjero es una empresa ardua que requiere de mucha investigación, mucho teatro visto y un cierto consenso entre los teatristas y quienes se dedican a la crítica especializada, y aun así se tendrían magros resultados. Mexart es una empresa que cuenta con el apoyo de varias instituciones inglesas y mexicanas para llevar algo de lo que se hace en nuestros escenarios al Festival Fringe de Edimburgo. En su edición de 2005, el público inglés y escocés pudo ver una nutrida, y hasta cierto punto representativa, selección del teatro mexicano contemporáneo, con las ya muy bien cimentadas compañías Teatro de Ciertos Habitantes, Teatro Línea de Sombra y con la dirección de John Tiffany de Las chicas del 3.5 Floppies que le mereció fama a su autor, Luis Enrique Ortiz Monasterio (Legom), entonces poco conocido. En 2006, Mexart llevó a Edimburgo solamente el unipersonal de Jaime Chabaud Divino Pastor Góngora que, a pesar de la equivocada lectura de dirección y escenografía ha supuesto un éxito para el autor y para Carlos Cobos, el intérprete, por lo que la ya muy limitada presencia del teatro mexicano no produjo marcadas objeciones. Pero, en 2007 el asunto es muy distinto.
Cal McCrystal, el director internacional de Teatro Clown en el Cirque du Soleil eligió a tres actores mexicanos, que habían sido sus alumnos en los talleres que impartió en México (Adriana Duch, la coordinadora general del proyecto, Darina Robles y Adrián Vázquez) para elaborar un espectáculo clown de creación colectiva en supuesto homenaje a ''la Epoca de Oro del cine mexicano y la elegancia el cine en blanco y negro que tan bellamente narraba las historias de la época", según palabras del director. Viendo lo que se puso en escena cabe preguntarse cuál elegancia y cuán bellamente narrado existe en lo que estamos presenciando. Si nos atenemos al Diccionario de la Academia de la Lengua Española y al de María Moliner, clown es un término aceptado como anglicismo por payaso. Es más, en el primero se dice que tiene ''aires de afectación y seriedad", lo que de alguna manera se condice con la idea que de clownería tenemos en México para diferenciarlos de los simples payasos. Pero es otra la idea del director y especialista, que nos ofrece a unos bien entrenados corporalmente -incluso en lucha libre- payasos haciendo payasadas en un espectáculo que carece, como es frecuente en los de creación colectiva, de una buena estructura dramática.
Es verdad que se juega con todos los estereotipos del antañón cine mexicano, como es el melodrama, la madrecita, la Virgen de Guadalupe y la renunciación y es verdad también que la eficacia de muchos gags produce estentóreas carcajadas entre el público, pero el chiste grueso y las golpizas, tan propias de los payasos de circo no son ni siquiera paródicos de lo que se pretende homenajear y muy significativamente la rica hacendada se llama Scarlett, lo que de modo literal pertenece a otra película. En una escenografía que es deliberadamente artificiosa de Edyta Rzewska, responsable también del vestuario, transcurre la deshilvanada acción que precipita una tras otra las ocurrencias verbales y escénicas del espectáculo que, a diferencia de mí y de algún otro espectador, logra las entusiastas risotadas de un público que, ciertamente, lo disfruta. Los actores logran un buen desempeño en el género, aunque pienso que la única con posible versatilidad es Darina Robles como María José que se salva, con mucho, de parecerse a la India María.
Supongamos, y lo digo de buena fe, que me equivoco y la escenificación tiene verdadera chispa y encanto. ¿Eso la hace merecedora de representar a nuestro teatro en el festival escocés? Habría que conocer quién elige y con qué criterios, porque el teatro que se hace en México, si no todo, alcanza en muchas ocasiones rango de gran calidad y este espectáculo, aunque de verdad siguiera los supuestos parámetros que lo motivó, no es el más representativo de lo que se está haciendo. Sorprenden los múltiples apoyos que en esta ocasión tiene Mexart, sobre todo porque no se tienen noticias de nuevas producciones del Instituto Nacional de Bellas Artes y aunque la actitud de Sergio Vela es encomiable en lo que respecta al Centro Cultural Helénico, seguimos esperando que el CNCA dé luz verde a nuevos proyectos o que por lo menos continúe con los de ya larga tradición, como la Compañía Nacional de Teatro, que a estas alturas del año sigue sin titular ni programa.