Morelos: siembra de concreto, cosecha de ira
El despojo y la depredación de los recursos naturales de los pueblos del surponiente del estado de Morelos avanza de la mano de la urbanización salvaje. La fiebre constructora y la especulación inmobiliaria enajenan tierras, contaminan aguas y transforman a los campesinos de generaciones en albañiles temporales, desempleados de por vida e inquilinos hacinados en casas sin servicios.
Esta ola constructora quiere convertir a la región de vocación agrícola en una ciudad dormitorio, edificando 50 mil viviendas en una zona donde se ubican cuatro mantos acuíferos. Para ello cuenta con la complicidad de las autoridades locales, que han facilitado licencias irregulares de uso del suelo a varias compañías.
La siembra de varillas y concreto donde antes se cultivaban hortalizas, caña de azúcar y maíz ha cosechado la ira entre los pobladores de la región. Manifestaciones, toma de carreteras, enfrentamientos con la policía y quema de vehículos oficiales se han sucedido una tras otras. Y el conflicto dista de haber llegado a su clímax.
Saúl Atanasio Roque Morales, representante de los 13 pueblos que se oponen al conjunto habitacional La Ciénega, lo ha expresado con claridad: "Ya estamos cansados -asegura- de que el gobierno nos pisotee, que siga invadiendo nuestros terrenos, que imponga leyes y normas que sólo a ellos les beneficien".
Falsamente, apoyándose en un estudio de 1974, la Comisión Nacional del Agua (Conagua) defiende que hay suficiente agua para abastecer las nuevas construcciones. Pero, a pesar de ser los habitantes originarios de esas tierras, los pueblos afectados reciben el líquido vital cada semana, si bien les va, mientras que las nuevas urbanizaciones dispondrían de él todos los días.
El agua ocupa un lugar central en la cosmogonía regional. En sus ceremonias, los pobladores fomentan la experiencia del recibimiento del oro azul. En la gruta sagrada de Coatepec se le venera. Con danzas agradecen el agua que reciben del cielo, las montañas, los bosques y las tierras. Son, asegura el Manifiesto de los Pueblos de Morelos, recientemente aprobado, "pueblos que todavía distinguen el sabor sagrado del agua viva".
En Morelos hay una larga tradición de luchas de resistencia de los pueblos contra el despojo de sus tierras, agua y recursos naturales. Los habitantes de Tetelcingo y Xoxocotla frenaron la edificación de dos aeropuertos. Tepoztlán impidió la construcción de un club de golf. Ocotepec ha defendido sus predios colectivos en contra de la megatienda Soriana. Alpuyeca, Tetlama, Yecapixtla, Axochiapan, Cuentepec, Anenecuilco, La Nopalera, San Antón, San Rafael y Puente de Ixtla se oponen a la instalación de basureros a cielo abierto o rellenos sanitarios. Cuernavaca, Ocotepec, Jiutepec y Cuautla rechazan la instalación de nuevas gasolineras y estaciones de gas contaminantes. En Cuernavaca un movimiento ciudadano busca evitar la destrucción de la barranca de Los Sauces. Los habitantes de Huitzilac se oponen a los libramientos carreteros.
No se trata de un rechazo absurdo a la "modernidad" ni del deseo de preservar un pasado nostálgico pero inviable. Sólo necesitan ver qué ha sucedido con el crecimiento desordenado de Cuernavaca y Cuautla. Hace apenas unos meses, la capital del estado vivió una crisis de la basura de proporciones mayúsculas. El turismo depredador, la industria desregulada y la agricultura basada en el uso intensivo de químicos han venido devorando las mejores tierras y dañado ríos y manantiales, mientras la deforestación avanza.
La contaminación parece no tener dique. Los ríos Apatlaco y el Yautepec se han convertido en canales de desagüe. FEMSA-Coca Cola disfruta, casi sin restricciones, de la concesión de los acuíferos de El Texcal de Tejalpa y de la Colonia Manantiales de Cuautla.
Para detener el despojo y la destrucción medioambiental es que se llevó a cabo el 28 y 29 de julio pasado, en la comunidad de Xoxocotla, el Primer Congreso de los Pueblos de Morelos, en Defensa del Agua, la Tierra y el Aire. Participaron en su realización más de 700 personas, provenientes de 48 comunidades, municipios, pueblos y barrios urbanos de Morelos. Estuvieron acompañados de representantes de organizaciones sociales y no gubernamentales. El congreso propuso y aprobó la creación de un Consejo de Pueblos, integrado por tres representantes de cada pueblo nombrados en asamblea, que no tengan cargos oficiales en partidos políticos o sean funcionarios públicos.
En el encuentro se habló sobre la defensa del agua, los problemas de urbanización, derechos de los pueblos originarios, basura y manejo alternativo de desechos sólidos, el bosque y amparo de las áreas naturales protegidas, así como de la crisis económica de los campesinos, el despojo de recursos y semillas transgénicas.
La realización del congreso amplió la base social de los 13 pueblos que se oponen al desarrollo inmobiliario La Ciénega, en el municipio Emiliano Zapata, y evitó que el movimiento chocara de frente con la fuerza pública del estado.
Ante los reclamos, el gobierno estatal ha respondido con medidas policiacas y tratando de criminalizar la protesta social. A pesar de ello, los pueblos no bajan la guardia. Este lunes efectuaron una numerosa manifestación en Cuernavaca.
En la carta dirigida al presidente Calderón, la Asociación en defensa de los manantiales del estado de Morelos (Chihuahuita, Santa Rosa, El Salto y El Zapote) advirtió, con un lenguaje emparentado con los grandes manifiestos de lucha campesina del siglo XIX: "De seguir esta complacencia, haremos uso de otros medios. Hoy damos una señal: en la tierra en que se gestaron grandes transformaciones nacionales, se gesta un descontento social y crece día a día, manifestación que tiende a desbordarse, que sentará un precedente y marcará una vez más la historia de México".
En la tierra de Zapata y Jaramillo, el ecologismo popular ha emergido con un enorme vigor. Su apuesta por el presente apelando al pasado dará mucho de qué hablar.