Usted está aquí: viernes 10 de agosto de 2007 Opinión Derechos humanos y marginalidad

José Cueli

Derechos humanos y marginalidad

El reciente reporte de Amnistía Internacional (AI), a pesar de los cuestionamientos de las autoridades en cuanto a las fuentes de información, no deja lugar a dudas. La secretaria del organismo, Irene Khan, dejó claro que las pruebas vienen de personas cuyos derechos humanos han sido violentados, que AI tiene una metodología altamente desarrollada para la elaboración de sus reportes y que éstos son realizados por investigadores especializados que se encuentran en Londres.

La situación en Oaxaca empeora día a día. El contenido liberador de la palabra, la esencia y las posibilidades de diálogo están gravemente deteriorados y la estabilidad y gobernabilidad, no sólo en ese estado sino en el país entero, se ven profundamente amenazadas.

El tiempo transcurrido desde el comienzo del conflicto sólo ha mostrado situaciones denigrantes y sombrías, cancelación de la razón, confusión, desasosiego e incertidumbre. Todo se desarticula mientras la irritación y la violencia crecen sin posibilidad de un diálogo civilizado y honesto, donde el interés que predomine sea la estabilidad del país y los derechos humanos de los individuos.

Nos sentimos con el referente perdido, bruscamente desarticulados, sin tener a quién apelar, desbancados como sujetos de derecho, vapuleados por el azar, la mentira y la inconsistencia. Nos sentimos en condición marginal, en el margen, en la exclusión.

La intolerancia, definida en esencia como el rechazo brutal e incomprensivo hacia lo diferente, se está diseminando por el país. Su opuesto, la tolerancia, implica el respeto, la aceptación y el aprecio a la diversidad de formas de pensamiento y de simbologías con diferente expresión. Sus raíces emanan del conocimiento, la actitud de apertura, la comunicación y la libertad de pensamiento. Sólo mediante la tolerancia puede lograrse la convivencia armónica y el respeto mutuo. Esta se traduce en una actitud activa, de reconocimiento de los derechos del otro.

Pero para lograr este estado, y hablando del otro, debemos entender que en el conflicto actual no sólo tienen que ver aspectos de política, legalidad y justicia. En todo este embrollo subyace un fenómeno por demás intrincado que se refiere a la diferencia entre grupos opuestos. Me refiero no sólo a la oposición entre pobreza y riqueza, derecha o izquierda sino a un aspecto que tiene que ver con diferencias más complejas que conducen a la falta de entendimiento profundo entre los grupos: las diferencias entre lenguaje, y con ello me refiero a las diferentes simbologías de los grupos de población.

El sujeto marginado, carenciado, es portador de una estructura de pensamiento distinta a la del individuo de la ciudad que no ha sufrido estas carencias, esa marginación, que está incluido en las instituciones y que ha sido asimilado por la sociedad y el sistema, y además no lleva a cuestas una sucesión de traumas acumulados sin elaboración, como lo han vivenciado los marginados.

No es tan sólo una simple diferencia de ideología política ni de traducción de un idioma a otro, implica la comprensión profunda de individuos que golpeados por la pobreza transgeneracional, la exclusión y la desesperación, portadores de traumas, pérdidas y carencias, simbolizan, entienden y tratan de interpretar la realidad desde su propia historia, con otra estructura y otro tipo de percepción.

Si en realidad queremos paz y concordia en el país, necesitamos imperiosamente que las autoridades actúen con legalidad y justicia, respetando los derechos humanos y comprendiendo no sólo al pueblo oaxaqueño sino incluyendo a los millones de marginados en el país. ¡Ellos también cuentan! Todos merecemos que se respeten nuestros derechos humanos.

 
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