Usted está aquí: viernes 10 de agosto de 2007 Opinión Antrobiótica

Antrobiótica

Alonso Ruvalcaba

Hollywood, 1971

Ampliar la imagen Orson Wells encarnó a Harry Lime, en la adaptación cinematográfica de El tercer hombre, de Graham Greene, realizada en 1949. Las escenas más famosas fueron las que muestran la rueda de la fortuna de los jardines Prater y las hechas en las cañerías del desagŸe de la capital austriaca. Tomada de 150 Years of Photo of Journalism, editado por Kšneman Orson Wells encarnó a Harry Lime, en la adaptación cinematográfica de El tercer hombre, de Graham Greene, realizada en 1949. Las escenas más famosas fueron las que muestran la rueda de la fortuna de los jardines Prater y las hechas en las cañerías del desague de la capital austriaca. Tomada de 150 Years of Photo of Journalism, editado por Köneman

I

POR SUPUESTO IGNORO cuál es la noche definitiva para la historia del cine (tiene que haberla, claro, pero no sé con certeza cómo sucedió: tal vez sea aquella en que llegó De Niro emocionadísimo con Scorsese, que estaba todo jodido por el asma y el desmadre, perfectamente cansado de estar vivo, para decirle que había leído un libro que valía la pena para hacerlo película, que era la autobiografía de un boxeador, Jake LaMotta; o tal vez aquella en que el niño Truffaut le dijo a alguien, a su papá acaso, "de grande quiero ser crítico de cine"; o aquella en que Abel Gance despertó de una pesadilla donde marchaba junto a él un ejército de cadáveres mutilados, cuerpos de soldados en descomposición, y él pegó un brinco, y comprobó que su almohada estaba ahí, empapada, y el cuarto fue reconciliando su perímetro, y pensó todavía tembloroso: este sueño lo tengo que meter en algún lado; o...), pero hay una que me gusta especialmente, que los protagonistas que sobreviven aún recuerdan, y que tiene, además, la ostentosa ventaja de ser o no imaginaria.

II

SUCEDE EN HOLLYWOOD, el día de la entrega de los Oscares de 1971, cuando la predecible academia gringa ha decidido darle uno honorario a Orson Welles, abandonado y sin chamba, siempre con proyectos a la mano y siempre con pedos con productores ineptos o, sencillamente, culeros. Welles está encabronado, y más que eso, cansado de las repeticiones inútiles del viejo discursito. Tiene ganas de quedarse en casa y mandar al carajo a la academia. Finge que no está en la ciudad y le pide a su cuate John Huston que vaya a recogerlo (Huston aprovecha para relamerse criticando a la academia en público) y que regrese a su casa, donde cenarán los cuates. Cuando Huston llegó a la casa -había estado bebiendo en el camino; se le notaba en los ojos rojos- ya había 30 amigos: entre ellos Peter Bogdanovich y su novia, la preciosísima Cybill Shepard (a la que todavía le cuelgan algunos años para Taxi driver), Gary Greaver, que ha traído de regalo una primera edición de Moby-Dick, la de Harper & Brothers, New York, que encontró en la Shakespeare & Co. de París (no sé si tiene una novia o un novio o ha traído unas putas o putos, pero se alcanza a ver que está feliz: él sabe, como todos aquí, que esta es la fiesta del más grande), Paul Mazursky y Dennis Hopper, a quien nadie debe invitar nunca a ninguna peda, y Pauline Kael, que puede cuadrar al mismo Welles. Oja Kodar ha preparado goulash (no se me culpe a mí del lugar común: la zona de Croacia donde Oja, u Olga, se crió se inclinaba hacia la influencia del imperio austrohúngaro, a diferencia de sus paisanos los dálmatas, que iban más por ciertas variaciones de la cocina de Italia; su versión era famosa: untaba la carne de puerco y ternera con pimienta, sal, azúcar, páprika, la dejaba un par de días; la quemaba por los lados para sacarle el aroma, delicioso, y crear la base, el pörkölt; la retiraba; agregaba manteca, cebolla, vegetales, fondo de ternera; lo cocía lentísimo casi todo un día; al final agregaba las bolitas de masa, que en alemán de Austria llaman Nockerln y en croata no tengo idea) y cuando el goulash llega a la mesa el grupo policromo, felizmente para todos, ya ha despachado varias cajas de vino...

III

ES LA UNA o la una y media. El invencible Huston está dormido en un sillón, al que lo llevó el propio Welles medio en hombros, medio a rastras; un güey que venía de los Oscares pero que ya nadie recuerda bien bien quién era le llenó los bolsillos a Dennis Hopper de un polvo blanco y luego fue a caerse y vomitar en la maceta. En una de las salas están Pauline, Oja, Gary y Welles, que no suelta su nuevo Moby-Dick. Lo hojea, lo revisa y, de pronto, se detiene en un pasaje hacia el final del libro. Lo lee en silencio y luego lo improvisa en voz alta. Va así: "The afterdeck. A fair morning. Tied up, twisted, eyes like coal still glowing in the ashes of the ruin, Ahab lifts up to the clearness of the morn his splintered helmet of a brow. This glad, this happy air, this winsome sky, at last seems almost to dissolve the cankerous beating of his heart. The cruel, step-mother world now throws affectionate arms around that stubborn neck. Old Ahab drops a tear into the sea. Nor did all the Pacific contain such wealth as that one drop": después de la persecución, después de páginas y páginas de terrible blancura y de muerte, el viejo Ahab puede mirar el cielo: el aire feliz, el cielo dichoso, finalmente parecen disolver el pálpito de ese corazón; el mundo, esa madrastra cruel, ahora abraza el cuello pertinaz: Ahab deja caer una lágrima al mar, más rica que toda la riqueza del Pacífico... El piano en el otro cuarto, se diría, ha dejado de sonar; los que están aquí no beben ni ríen, ni nada. Yo no sé si el viejo Welles, con los ojos como carbones aún rojos entre las cenizas de la ruina, dejó caer o no una lágrima, entonces, por el abrazo de la madrastra cruel que ahora le sostenía el cuello pertinaz. Sé que respiró lento, preguntó si alguien quería algo más y, con todo el cansancio del Universo, fue a servirse otra copa.

http://antrobiotics.blogspot.com [email protected]

 
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